Cómo pasa el tiempo, hace justo dos años asistíamos atónitos, entre asustados e incrédulos a la declaración del estado de alarma, a la sazón medida inconstitucional y probablemente excesiva en su aplicación y prolongación. Nadie imaginaría que, tras dos años de restricciones, estaríamos inmersos en una guerra que cada día nos toca más de cerca.
Aquellas fatídicas no Fallas de 2020 pasarán a la historia, la ciudad con mas vitalidad del mundo en estas fechas enmudeció como casi todo el planeta. Las imágenes de ciudades fantasma nos sobrecogieron a todos y dos años después del inicio en España de aquel estado de alarma que nos encerró literalmente en nuestras casas, asistimos a las imágenes de un país asolado por las bombas, destruido y pidiendo ayuda con no mucho éxito a la comunidad internacional. Escenarios que apenas hace 26 meses habrían sido motivo de parodias o bromas, cuando alguien hacía algún comentario exagerado sobre los posibles, teóricos y entonces creíamos casi imposibles peligros que podían acechar a la humanidad.
La película que pensábamos que jamás seria realidad lleva más de dos años golpeando nuestra opulenta vida occidental y parece que pretende sacarnos sí o sí de nuestra zona de confort, pero de verdad, no la del emprendedor que en lugar de trabajar en lo que estudió monta un negocio distinto en otra ciudad y a eso le llamamos salir de la zona de confort. Esto va en serio, la crisis económica y social que empezamos a sentir cada día, cuando vamos a la gasolinera o vemos a cientos de familias ucranianas llegar a nuestras ciudades, esa crisis es consecuencia de varios factores, principalmente de la tan idolatrada globalización que provocó que Europa se convirtiera en tierra de servicios para el turismo y poco más, olvidando que la industria, la generación de energías, etc. eran fundamentales para mantener ese tipo de vida y quizá tener todo “externalizado” no era la mejor idea.
La globalización lleva tiempo siendo una realidad casi incuestionable y cuando alguno se planteaba criticarla o ver sus aspectos negativos, se le tildaba de pueblerino o persona con poca iniciativa para entender el mundo del futuro. La arrogancia del ser humano no conoce límites y parece que sólo aprendemos a base de golpes que nos colocan frente a la realidad de las cosas, el cómo son y no cómo nos gustaría que fueran. Las protestas de los agricultores que llevan años quejándose de la falta de regulación comunitaria y protección a los productos de la UE, las huelgas de transportistas por las constantes subidas de los carburantes y un gobierno central que apenas hace algo para suavizar la brutal carga impositiva, hasta el sector de la pesca esta en pie de guerra por el precio del gasoil.
El estado de alarma nos silenció, nos recluyó, nos inmovilizó, la post pandemia iba a ser dura, pero también parecía que abría un tiempo nuevo de esperanza y tal vez de crecimiento económico, siempre en comparación con una época de casi nula actividad. Pero la guerra, las tensiones mundiales, la posición geográfica y política de Europa nos lleva a una compleja situación en la que se hace difícil aventurar qué ocurrirá en un año y qué decir en cinco. China y Estados Unidos asisten como espectadores de lujo a la invasión rusa en Ucrania, probablemente pensando ya en el día después y en su posición de poder global. Pero mientras millones de personas huyen de sus casas para salvar sus vidas y las de sus familias. En marzo de 2002 y mientras Valencia celebra, con una climatología muy adversa, pero celebra sus alegres y coloridas Fallas, los telediarios nos recuerdan a películas como la Lista de Schindler con familias subiendo a trenes y autobuses junto a sus niños que casi siempre agarran sus peluches, esos son sus escudos frente a una cruel guerra que no puede entenderse ni justificarse.
El mundo sería un lugar mejor si en lugar de jugar a la geoestrategia y el tactismo entre los países, los líderes se centraran en hacer el bien y sobre todo combatir el mal. Es cierto que muchos abogan por la rendición y entrega total de Ucrania a Rusia para acabar cuanto antes la guerra, nadie se pone en el sitio de que estén matando y arrasando tu casa y tu familia y mientras te defiendes, el vecino de enfrente te dijera “deja que entren y se queden con todo porque sino será peor”. Quizá la guerra la tiene perdida desde el inicio, pero el simple hecho de plantar cara ante un ataque tan brutal y desproporcionado muestra la necesaria defensa propia y el valor y dignidad de no dejarse siempre avasallar por el más fuerte. Si mañana es Polonia o Hungría el territorio atacado ¿sacaremos los dientes o seguiremos queriendo rebajar tensión con una continua concesión al tirano ruso?