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el tinetero / OPINIÓN

Del estado de excepción al estado de guerra

Cómo pasa el tiempo, hace justo dos años asistíamos atónitos, entre asustados e incrédulos a la declaración del estado de alarma, a la sazón medida inconstitucional y probablemente excesiva en su aplicación y prolongación. Nadie imaginaría que, tras dos años de restricciones, estaríamos inmersos en una guerra que cada día nos toca más de cerca.

16/03/2022 - 

Aquellas fatídicas no Fallas de 2020 pasarán a la historia, la ciudad con mas vitalidad del mundo en estas fechas enmudeció como casi todo el planeta. Las imágenes de ciudades fantasma nos sobrecogieron a todos y dos años después del inicio en España de aquel estado de alarma que nos encerró literalmente en nuestras casas, asistimos a las imágenes de un país asolado por las bombas, destruido y pidiendo ayuda con no mucho éxito a la comunidad internacional. Escenarios que apenas hace 26 meses habrían sido motivo de parodias o bromas, cuando alguien hacía algún comentario exagerado sobre los posibles, teóricos y entonces creíamos casi imposibles peligros que podían acechar a la humanidad.

La película que pensábamos que jamás seria realidad lleva más de dos años golpeando nuestra opulenta vida occidental y parece que pretende sacarnos sí o sí de nuestra zona de confort, pero de verdad, no la del emprendedor que en lugar de trabajar en lo que estudió monta un negocio distinto en otra ciudad y a eso le llamamos salir de la zona de confort. Esto va en serio, la crisis económica y social que empezamos a sentir cada día, cuando vamos a la gasolinera o vemos a cientos de familias ucranianas llegar a nuestras ciudades, esa crisis es consecuencia de varios factores, principalmente de la tan idolatrada globalización que provocó que Europa se convirtiera en tierra de servicios para el turismo y poco más, olvidando que la industria, la generación de energías, etc. eran fundamentales para mantener ese tipo de vida y quizá tener todo “externalizado” no era la mejor idea.

La globalización lleva tiempo siendo una realidad casi incuestionable y cuando alguno se planteaba criticarla o ver sus aspectos negativos, se le tildaba de pueblerino o persona con poca iniciativa para entender el mundo del futuro. La arrogancia del ser humano no conoce límites y parece que sólo aprendemos a base de golpes que nos colocan frente a la realidad de las cosas, el cómo son y no cómo nos gustaría que fueran. Las protestas de los agricultores que llevan años quejándose de la falta de regulación comunitaria y protección a los productos de la UE, las huelgas de transportistas por las constantes subidas de los carburantes y un gobierno central que apenas hace algo para suavizar la brutal carga impositiva, hasta el sector de la pesca esta en pie de guerra por el precio del gasoil.

Foto: DIEGO HERRERA/EP

El estado de alarma nos silenció, nos recluyó, nos inmovilizó, la post pandemia iba a ser dura, pero también parecía que abría un tiempo nuevo de esperanza y tal vez de crecimiento económico, siempre en comparación con una época de casi nula actividad. Pero la guerra, las tensiones mundiales, la posición geográfica y política de Europa nos lleva a una compleja situación en la que se hace difícil aventurar qué ocurrirá en un año y qué decir en cinco. China y Estados Unidos asisten como espectadores de lujo a la invasión rusa en Ucrania, probablemente pensando ya en el día después y en su posición de poder global. Pero mientras millones de personas huyen de sus casas para salvar sus vidas y las de sus familias. En marzo de 2002 y mientras Valencia celebra, con una climatología muy adversa, pero celebra sus alegres y coloridas Fallas, los telediarios nos recuerdan a películas como la Lista de Schindler con familias subiendo a trenes y autobuses junto a sus niños que casi siempre agarran sus peluches, esos son sus escudos frente a una cruel guerra que no puede entenderse ni justificarse.

El mundo sería un lugar mejor si en lugar de jugar a la geoestrategia y el tactismo entre los países, los líderes se centraran en hacer el bien y sobre todo combatir el mal. Es cierto que muchos abogan por la rendición y entrega total de Ucrania a Rusia para acabar cuanto antes la guerra, nadie se pone en el sitio de que estén matando y arrasando tu casa y tu familia y mientras te defiendes, el vecino de enfrente te dijera “deja que entren y se queden con todo porque sino será peor”. Quizá la guerra la tiene perdida desde el inicio, pero el simple hecho de plantar cara ante un ataque tan brutal y desproporcionado muestra la necesaria defensa propia y el valor y dignidad de no dejarse siempre avasallar por el más fuerte. Si mañana es Polonia o Hungría el territorio atacado ¿sacaremos los dientes o seguiremos queriendo rebajar tensión con una continua concesión al tirano ruso?

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