De molt xicotet mi padre me enseñó a diferenciar entre el término de banquero y bancario, lo asumí con total normalidad. Todos o casi todos somos clientes de alguna entidad financiera. No nos ha quedado otro remedio para poder salir adelante. Por desgracia, no materializarlo es remar contracorriente. Desde la crisis de las hipotecas basura, el sistema financiero español ha estado en el ojo del huracán, sin las ayudas pertinentes el golpe hubiera sido mayor en la economía española.
Empecé mi andadura financiera con una libreta siendo cliente de la ya desaparecida Caja de Ahorros de Valencia, Castellón y Alicante. Nunca he sido un ahorrador. En principio primaba la banca de casa hasta que la globalización cumplió la mayoría de edad, mareándome y cambiando de bando. He pasado por varias entidades financieras y sucursales, para finalmente, en la era del pulgar, ser solo cliente de una de lo que llamamos banca digital. Mi oficina es el celular. Mi gestor un robot.
He probado toda la amalgama de productos habidos y por haber, préstamos, pólizas de crédito, hipoteca, seguros, planes de pensiones hasta que uno se da cuenta que cuanto menos dispongas, menos problemas tendrás y gozarás de mayor libertad. Tras los cambios sufridos en el sistema de organización de la banca, con el respaldo del pulgar, ha habido una generación seriamente perjudicada, nuestros abuelos y sí me apura, nuestros padres.
Mi viejo se jubiló para que no le cogiera la informatización de la Seguridad Social. Se libró de ello, como un pies planos de cumplir el servicio militar. En la España democrática de Cuéntame, no desposeídos aún de la marca seatizada, el inglés y la informática no casaban con los españoles.
Fue en el año 2015, una mañana gris de esas que toca, me acerqué paseando a una sucursal situada en el entorno de la Plaza de España. Mantendré el anonimato. Mejor. La cola para caja era de unas diez personas. La desesperación era mayúscula al haber solo un cajero de cierta veteranía y cuatro bancarios con el cartel de atención personalizada. Nadie de ellos, gestores, levantaba la cabeza.
Davant de mí una señora de avanzada edad, atavíada con batín y zapatillas de andar por casa, anciana que posiblemente no tuvo medios para escolarizarse. La señora lo único que pretendía era abonar un recibo del agua. Al llegar su turno, el cajero le propinó una directa, las agujas del reloj pasaban las once, y tenía que abonar el recibo a través del cajero. Imagínese la respuesta de la anciana. El trabajador seguía en sus trece, son normas de la dirección. Nadie de los gestores allí presentes se levantó para ayudar a la pobre mujer, siendo yo el encargado de mostrarle mi ayuda ante la desidia humana e insolidaridad. En ese momento me di cuenta de la que se nos venía encima.
En la actualidad, ante tanta reclamación para una mejor atención a la tercera edad, y en colaboración con el Ayuntamiento de la ciudad la banca ha creado un código ético y profesional para subsanar y corregir estas incidencias o actuaciones, bajo el paraguas de "amigable", es lo mismo que decir, que Israel cuenta entre sus filas con un ejército de paz. Pues eso, señores y señoras ¡Váyanse al cajero!
El Consell guarda silencio mientras Andalucía protesta porque se da "más dinero a los más ricos y menos a los más pobres"