La moción de censura de esta semana, además de para producir memes o para que el propio candidato haya puesto a la venta su discurso en Amazon al día siguiente, ha servido como referencia para todos aquellos a los que les estorba la opinión del resto. Tamames, cuyo protagonismo le hizo pasar por encima de cualquier principio que hubiera podido tener hace años, ejerció de icono alfa de quienes creen que ya está bien de que aquí opine cualquiera.
Porque él era el candidato de la ultraderecha, pero también de la ultrarazón. Esa que se construye escuchando sólo a los que toca y dando cerrojazo a cualquier nueva idea, interpretación o idea de España. Faltaría más. Desde el escaño que le prestó Abascal representaba al más puro de los conservadurismos, el que no sólo defiende que nada cambie, sino que se eleva un peldaño y propone que nadie opine. Hasta a su discurso le llamo dictamen para dejar bien claro que allí el resto había ido a hacer política, pero él había ido a hacer verdad. Que si hubo una generación que dejó las cosas claras fue la suya y ahí se acabó la historia.
Así que generaciones enteras deberíamos guardar silencio, a no ser que lo rompamos para darle la razón. Abstengámonos de hacer lo que la suya si pudo; debatir, discrepar y reformar. No sea que rompamos ‘su’ España. Ni siquiera al propio presidente del Gobierno le permitió opinar sin recriminárselo, no fuera a pensarse que llegar a liderar el ejecutivo le convertía en algo para lo que no tenía derecho histórico.
La verdad que nunca una sobremesa se había alargado tantas semanas, ni nunca había acabado nadie tan perjudicado al levantarse de ella. El tiempo que transcurrió desde la comida en la que entre coñac y camaradería se convencieron de que la moción era una buena idea hasta el día que se produjo, marca un nuevo récord. Un diploma a entregar a quienes creen que la política es un reservado.
Algo que convierte a Tamames en enemigo de su propia generación, porque de haberse entendido así ese momento histórico no habría transición que celebrar, pero que también le sitúa entre quienes pretenden marcar el derecho de admisión en la opinión o la presencia política. Y aunque el catedrático solo sea su reflejo en un espejo deformado, esa realidad se encuentra más presente y cercana de lo que podríamos imaginarnos.
Los valencianos y valencianas, pese a vivir a más de 300 kilómetros de la corte, también tenemos representantes del derecho de admisión político. Personas que como Tamames entienden que hay gente de bien e intrusos. Y que los segundos deberíamos no manosear la obra de los primeros. ¿Qué es si no González Pons cuando define como aldeanismo a la situación actual de València, pese a haber coleccionado en estos últimos años los mejores indicadores económicos y un buen grupo de capitalidades europeas y reconocimientos internacionales?
Porque el problema no está en cuál sea la situación, sino en la posición relativa que ellos ocupan en ella. Lo importante es que, para Pons, como para Tamames, la opinión o el gobierno de los otros es impropio. Por eso no aporta argumentos, sino etiquetas para definir a aquellos que ocupan el espacio decisorio sin, a su juicio, merecerlo. Digan lo que digan las urnas. ¿Qué es esto de que opine e incluso gobiernen quienes no son propietarios del poder si no un paréntesis o un accidente histórico?, debió pensar cuando asistió como invitado por la oposición a un balcón del ayuntamiento del que creen tener las escrituras y en el que ahora hay personas corrientes. ¿Cómo vamos a estar aquí compartiendo espacio con esta gente? O mucho peor, ¿cómo vamos a estar no sólo con ellos, sino protocolariamente en una situación peor, pese a lo que hayan dicho los vecinos y vecinas con su voto?
Por ello, mientras la fallera mayor iniciaba la cremà junto a su corte, el Gobierno y el resto de los invitados e invitadas institucionales, el Partido Popular con María José Català y el resto de los asistentes de bien se bajó a la calle. Decidió ausentarse y contemplarla desde otro punto que no era el que marcaba el acto institucional. Porque hay una regla de oro para cualquier persona que se cree un VIP y la política no es una excepción; lo importante no es el espacio, sino la exclusividad. Lo importante para ellos es el derecho de admisión. Así que, recuérdalo al votar y no te equivoques. No sea que vuelva a producirse una anomalía histórica y tengan que seguir aguantando que gente corriente esté, opine y gobierne. Sólo faltaba.