El mar detrás, el debut en la literatura juvenil del escritor Ginés Sánchez, ha recibido el prestigioso Premio SM Gran Angular 2022. Hablamos con él
VALÈNCIA. Isata y Dibra viven en un campo de refugiados. La primera, una niña; la segunda, una adolescente, pasan sus días en un escenario crudo, duro y lleno de obstáculos que, pese a todo, consideran su hogar. Cuando Wole, uno de sus amigos, desaparece en misteriosas circunstancias, ambas deciden averiguar qué ha sido de él. Cueste lo que cueste.
Este es el punto de partida de El mar detrás, el libro con el que el escritor Ginés Sánchez (Murcia, 1967) ha obtenido el Premio SM Gran Angular 2022 y el primero que el consagrado autor dedica al público juvenil. En él que ha contado con la inestimable colaboración de la poeta y también escritora Cristina Morano, pareja del autor y compañera de aventuras en el plano profesional. "Compartimos conceptos colaborativos en determinados momentos y estábamos muy involucrados con la temática del libro", explica Sánchez, que alude que ambos han sido responsables de la obra ganadora.
Contar una historia de misterio ("de detectives", puntualiza Ginés Sánchez) en un escenario como un campo de refugiados no ha estado exento de retos. Así se documentó y escribió El mar detrás.
-El proceso de documentación tras El mar detrás es crucial. Has mencionado que Cristina Morano se ha ocupado en gran parte de ello, ¿cómo ha sido?
-Sí, ella ha hecho todo el trabajo de documentación, y yo me he encargado del proceso de escritura. Aunque escribía yo, digamos que hemos tenido, no discusiones, pero sí muchas conversaciones sobre qué hacíamos o dejábamos de hacer. Al final después salió todo con mi nombre solo, pero ha sido una cosa de los dos; sin el trabajo de ella tengo claro que no habría salido el libro.
Ella, además, tenía la posibilidad de acceder a fuentes de documentación que, de alguna forma, estaban un poco vedadas para el mundo ordinario, ya que conocía gente que había trabajado en los campos de refugiados, en organizaciones, y podía tener documentación de primera mano.
Gente que no se ha ido de Siria, porque es un conflicto más reciente, pero sí sabían sobre la guerra de Yugoslavia, Bosnia; gente que salió corriendo literalmente de allí y pueden contarte todo lo que vivió. También tenemos amigos, un poco locos maravillosos, que escogen hacerse con una camioneta en verano, cargarla de cosas e irse a los campos de refugiados de Grecia. Han estado allí, han visto muchas cosas, han hablado con mucha gente y nosotros hemos hablado con ellos. Ahí es donde se marcaba la diferencia.
-¿A qué diferencia te refieres?
-El reto absoluto, tal y como está planeada la novela, es que teníamos que pensar como piensa un refugiado. Y eso implicaba conocer una serie de detalles absolutamente escalofriantes: teníamos que ser muy precisos. Sin una documentación de primera mano, muy bien construida, no hubiera tenido sentido hacerlo, porque no nos lo íbamos ni a creer ni siquiera nosotros.
-¿Cómo surge El mar detrás?
-¿Cuál fue la chispa? No sabría decirte, no hubo un momento mágico ni pasó nada especial. Era algo muy pensado, que siempre habíamos planteado como pareja de escritores: "Habría que hacer una novela sobre un campo de refugiados, podríamos exponer un montón de cosas...". Al mismo tiempo, por otro lado, queríamos hacer una novela juvenil, pensábamos que podía ser muy interesante. Pero nunca relacionábamos las dos ideas hasta que un día coincidieron, y nos dimos cuenta de que sí tenía sentido. Sí veíamos el punto contando estas cosas hacia un público juvenil. Y escribimos la novela en 2020.
-¿Por qué crees que una temática así encajaba mejor en un libro de literatura juvenil?
-Creo que lo que le da sentido a El mar detrás es el fondo. Si contamos las cosas que contamos en esta novela a adultos… ya lo sabrían, o ya tendrían una opinión muy formada. Nos planteamos, ¿y si se lo contáramos a gente que realmente no sabe nada de esto… tendría sentido? En el fondo fue eso, el concepto de: vamos a contárselo a gente que no sepa cuál es este problema. Y vamos a contarlo desde el punto de vista de los niños, porque era mucho más duro así, y sin embargo más inocente por los dos lados; inocente el receptor e inocente la propia fuente.
-Pese a esa inocencia de la que hablas, el libro nos acerca a una realidad muy cruda. ¿Cómo ha sido contar este tema navegando entre la dureza que supone vivir en un campo de refugiados y la aceptación y normalidad con la que lo afrontan los personajes protagonistas?
-Una cosa es que una persona recién llegada a un campo de refugiados y otra una persona que lleva tiempo. Es el caso de Isata, que lleva años allí y es la voz cantante del libro. Todo lo que hay en el campo de refugiados se ha convertido en rutina para ella. Y ya sabemos cómo es el cerebro humano, que al final se adapta de alguna forma a todo lo malo y trata de buscar lo bueno en medio de eso; además, esto se potencia más cuanto más pequeño sea el niño. Luego están los traumas, los problemas, pero ese instinto de resiliencia, de supervivencia o de adaptación está ahí. Y si no lo consigues… tienes un problema.
También es cierto que, dentro de todo lo malo, Isata y Dibra son las privilegiadas, porque a partir de un cierto orden les va más o menos bien. No te puedes ni imaginar las escenas duras que no he contado… escenas duras del viaje hacia el campo de refugiados, y escenas duras de gente que ha equiparado el campo al infierno. Desde ese punto de vista, son la parte sana, porque hay realidades mucho más terribles dentro de un campo de refugiados.
-¿Qué te ha enseñado el proceso de escritura sobre los niños y niñas que están en campos de refugiados?
-Me ha planteado muchas dudas, porque durante el desarrollo de la historia aparecían cuestiones éticas. ¿Puedo hacer esto o no? ¿Debo hacerlo o no? Y al final decides que sí porque el hecho de que haya niños que no sepan nada sobre esto ya hace que merezca la pena contarlo.
¿Qué hemos aprendido? Al final lo que aflora en el transcurso de la historia es el hecho de que tú buscas tu asidero: algo a lo que cogerte que te mantenga a flote. Creo que estos niños hacen un poco eso, y conforme iba avanzando la historia iba pensando en ellos de esta forma. Oyes testimonios, ves fotos (tremendamente reveladoras), y te das cuenta de que están terriblemente vivos y terriblemente necesitados de eso: de asirse a cosas, de quererse entre ellos, de tener amigos.
Creo que hay una frase hacia el final de la novela que lo resume todo, y que dice Dibra: "Me encantaría tener un novio". "Para qué", le pregunta Isata. "Para tener problemas normales". Necesitamos agarrarnos a algo porque esto es un completo desastre.
-¿Perseguías algún objetivo con el libro? ¿Crees que siempre tiene que haber un mensaje, especialmente en literatura para jóvenes?
-El mar detrás es una historia de detectives sobre un decorado, sobre un fondo, en el que queremos contarles algo a los chicos que no conocen esta problemática. Pero al final es una historia de detectives. Alguien se pierde, estamos tristes y queremos encontrarlo. No vamos a contar el final, pero sí se plantea lo siguiente: ¿al final los personajes están mejor o peor de lo que estaban que al principio?
Sinceramente, yo odio las moralejas. No creo que en la literatura juvenil tengamos que estar con moralejas ni transmitiendo determinados conceptos o valores. Las historias son las historias y tienen que ser buenas. Si transmiten algún tipo de valor o lo que sea tiene que estar en el fondo. Que después tú puedas hacer una lectura: la que tú saques de ahí... sí. Pero no tiene por qué ser la misma que hace otra persona, incluso puede ser contraria. No estoy nada a favor de las moralejas, no creo que sean necesarias.
-El jurado del Gran Angular ha mencionado que es "una novela comprometida, capaz de nombrar una realidad silenciada que pone voz a la situación de los refugiados en el mundo […] muy pocas veces tratada en la literatura". ¿A qué crees que se debe que se haya tratado tan poco?
-La verdad es que no lo había reflexionado hasta ahora. Creo que es un tema muy complicado de tratar literariamente. Cuando decides que vas a hablar sobre campos de refugiados, ¿cómo lo abordas? ¿Desde qué punto de vista lo cuentas? El más interesante es el del refugiado, pero es bastante complicado, y vuelvo a mencionar que necesitas o haber estado allí, o haber trabajado allí, o hacer un tremendo trabajo de documentación.
A lo mejor si tú vas a un campo de refugiados luego puedes hacer un libro de testimonios. Los libros de testimonios tienen su recorrido, pero una novela es distinta. Una novela tiene más posibilidades de colarse en muchos sitios. Una cosa es que te hagan una denuncia explícita y otra que te la "deslicen". Si lo haces de forma más sutil y encuentras ese camino, siempre será mucho más eficaz ese concepto de denuncia.
Algo que me preocupa es que yo quiero que lean la obra muchos chicos. Y estamos todo el rato machacándoles: los refugiados, los refugiados, los refugiados… Y los chicos no quieren que les enseñes: quieren pasárselo bien. Por eso hay que contar las cosas de determinada manera. Hay que hacérselo pasar bien cuando leen el libro, no "colársela" sin más.
-Estudiaste Derecho, te fuiste a ver el mundo y luego comenzaste a escribir, ¿cómo apareció la vocación y en qué momento das el salto a dedicarme por completo a la literatura?
-Bueno, esto fue hace ya unos 20 años [ríe]. Yo siempre escribía, o trataba de escribir cuentos. No me salía nada: era un desastre. Hasta que un día escribí una historia más larga y me funcionó. Me planteé si servía para esto (o medio servía). Justo en ese momento también estaba barajando dejar de ser abogado para hacer otras cosas. Y ahí pensé: "Pues vamos a empezar a probar esto, a escribir una novela más larga…". Y así, poco a poco, fueron empezando a salir cosas. Llevó su tiempo aprender.
-Muchos escritoras y escritoras cuentan que sus inicios no fueron precisamente fáciles…
-No fue sencillo, no [ríe]. Michael Jordan siempre decía que cuando le alababan diciéndole que era el mejor respondía que era mentira: "A lo largo de mi carrera fallé 9.000 tiros". Esto es así. Yo tengo cartas de rechazo de editoriales para empapelar una habitación [ríe].
Este es un oficio, y es un oficio complicado. Complicado porque nadie puede enseñarte, porque estás tú solo contra el papel, porque pueden decirte mil cosas, pero al final se lleva muchas horas de tu tiempo. Siempre lo cuento: cuando estaba viviendo en Dublín, mucha gente salía de fiesta después de trabajar. Yo no. Yo decía: "Es que mañana es sábado y me tengo que levantar a escribir". La gente me miraba como si fuera tonto. Pero yo me iba a escribir. Es un oficio. Y hay que trabajar.
-El mar detrás es tu debut en la literatura juvenil. ¿Te planteas seguir por este camino?
-Claro, ahora tengo dos vidas. La de escritor adulto y la de juvenil. Se ha abierto una puerta muy importante, seguramente la más grande de mi vida. Hay que pensar en las historias, pero sí, se intentará, porque hay determinadas cosas que en la literatura adulta no se pueden realizar y en la juvenil de alguna forma sí están permitidas. Hay ideas en la cabeza que cristalizarán en algún momento.
-¿Cómo qué cosas crees que sí se pueden hacer en la literatura juvenil?
-El concepto de ciencia ficción en España está muy limitado. No hay muchas editoriales a un determinado nivel que te permitan decir: "Se levantó por la mañana y estaba en otro universo". Pero en literatura juvenil puedes hacerlo el día que quieras a la hora que quieras. Y puedes hacerlo en serio. Y tener una repercusión. Además de la ciencia ficción, la fantasía: se pueden hacer cosas preciosas. Hay temas que en la literatura adulta tienen las puertas más cerradas, o existen menos oportunidades. Así que vamos a ver qué pasa.