Lo mejor que podemos hacer para tener una sociedad en paz es educar en la crítica y formar a personas que sean capaces de discernir entre lo que quieren que pienses y lo que de verdad piensas. Este pasado fin de semana coincidió que mientras en los diarios leía todo lo que estaba ocurriendo en Siria, a la vez estaba inmersa en la lectura de Victoria, el último premio Planeta, una novela con muchas alusiones a dos episodios de nuestra historia vergonzosos.
El exterminio de los judíos por los nazis y la aparición del Ku Kux Klan en Estados Unidos con su violencia y propaganda racista, xenófoba, antisemita y anti todo. Solo levantando un poco la vista del libro es fácil ver que no hemos aprendido nada, que la historia se puede repetir y que hay grupos de gente a los que les interesa que tengamos miedo.
Nadie se levantó una mañana odiando a los judíos o a los negros. Fue fruto de una manipulación interesada por aquellos que en un momento dado dominaron el relato. Y convencieron a mucha gente. La manipulación de la mente y de la sociedad es así, lenta pero eficaz, casi invisible pero contundente.
Me pregunto qué se puede hacer para evitar errores del pasado. Cómo podemos como sociedad evitar esas corrientes que van poco a poco apropiándose de lo que ocurre y moldeando lo que quieren que veamos de eso que ocurre. Solo se me ocurre educar y formar en pensamiento crítico.
Educación para tener una mente abierta y capaz de poner siempre en cuestión todo y formación en valores con los que guiar nuestra conducta desde la responsabilidad, la justicia y la paz, por ejemplo. Educación en el más amplio sentido de la palabra.
Aunque parezca difícil de creer, hay mucha gente en el mundo que quiere personas manipulables porque les conviene que exista miedo y odio.
Manejan las mentes y aprovechan en su interés estos sentimientos. Un interés personal y espurio que ponen por encima de todos y todo.
La vida es relativamente corta, pero cada uno de nosotros con cada uno de nuestros actos puede contribuir a un mundo mejor o a otro donde se vive en continua lucha poniendo el pie encima de la cabeza de los que por desgracia están bajo.
Leo espeluznada como tenían que sobrevivir las mujeres en tiempos de guerra o dictaduras para comer y dar de comer a sus hijos e hijas, siendo violadas y calladas sabiendo que la denuncia o mínima protesta era la antesala de mayor sufrimiento y muerte. Lo leo en una novela pero no lo siento tan lejano, ni en el tiempo ni geográficamente.
Escribo este artículo desde el altavoz que me da Alicante Plaza y me siento afortunada por ello. El síndrome de la impostora me ha atenazado siempre, como a tantas mujeres, pero con estas reflexiones y analizando esta sociedad que se nos está quedando, creo que es necesario advertir que no hay una “opinión generalizada” oficial, que todo tiene diferentes puntos de vista y que cuanta más gente diga lo que piensa y otro lo lean o escuchen mejor.
Tendemos a creer que lo que nosotros pensamos es lo que suele pensar la mayoría y si no, tendemos a unirnos al pensamiento de la mayoría. Pues desde aquí planteo que es necesario cuestionarlo todo, hasta lo que pensamos nosotros, y solo tras escuchar más opciones y darle varias vueltas al asunto es posible tener un convicción personal sobre algo. E incluso así, no se puede decir que es una verdad absoluta por que hasta el paso del tiempo cambia las cosas.