Comentaba recientemente de forma acertada el prestigioso economista valenciano y director de la Agència Valenciana de la Innovació, Andrés García Reche, que el paro juvenil se solucionaba exactamente igual que el paro en general. A saber: con más empresas, más grandes y más productivas. El caso es que de algún modo asistimos en los últimos años y también en las últimas semanas, en el contexto del sector cerámico, a la consolidación de grandes grupos manufactureros y a la presencia cada vez más testimonial de la tradicional pequeña empresa familiar. De aquel atomizado grupo de fabricantes constituido en los años 50 y 60 del pasado siglo, en muchas ocasiones con capital procedente del sector naranjero, o con raíces en la cerámica artesanal de principios de siglo, poco queda en la actualidad. Muchas empresas no se adaptaron a unos nuevos tiempos que demandaban inversión y renovación de equipos, y no sobrevivieron. Otras, desde su complacencia, no alcanzaron un tamaño mínimo que las hiciera competitivas, renunciaron a las fusiones o joint-ventures con las que ya operaba la competencia italiana, y también terminaron por desaparecer de manera incomprensible. De algún modo, hubo empresarios que optaron por morir con las botas puestas antes de que la empresa cambiara de manos.
"Los cambios en la última década han sido abrumadores y el tamaño o el volumen de producción se ha convertido en la clave fundamental para crecer y ser competitivo".
Los cambios en la última década han sido abrumadores y el tamaño o el volumen de producción se ha convertido en la clave fundamental para crecer y ser competitivo en un sector que depende absolutamente de la exportación. En este sentido hemos asistido hace unas semanas a la adquisición del grupo Azuliber por parte del conglomerado de empresas que lidera Fernando Roig, lo que hace que el grupo Pamesa controle cerca del 25% de la producción española, aparte de consolidar su posición en la producción y comercialización de arcilla atomizada, y controlar en buena medida el suministro -y también, obviamente, la comercialización- del gas natural que calienta sus hornos y los de sus competidores. Una política similar, y que le lleva a situarse justo detrás de Roig, es la que ha seguido el grupo STN, con una estrategia sustentada en diferentes adquisiciones, inversiones en instalaciones punteras, producción de tierra y control de grandes redes comerciales. Ambos grupos se sitúan hoy en el top-ten mundial de fabricantes, con una hoja de ruta para proseguir su crecimiento y consolidar su posición dominante en los próximos años.
Pero los cambios en el sector no se han quedado ahí. Un sinfín de empresas de tamaño mediano o poseedoras de marcas de cierto prestigio y en ocasiones con dificultades para acometer grandes inversiones o para que las segundas o terceras generaciones se hagan cargo de la gestión, han optado por vender participaciones o, en ocasiones, el total de las acciones a empresas de capital riesgo. Es el caso de la americana Avenue Capital o la británica Victoria PLC, que ya controla un sinfín de grupos cerámicos en diversos países. Del mismo modo, la división cerámica del gigante sanitario Roca, con base en la Vall d’Uixó, ha sido vendida, también en fechas recientes, al grupo mexicano Lamosa, que ocupa en la actualidad el segundo lugar en el ránking de mayores fabricantes de baldosas a nivel mundial. La política es clara: incrementar las instalaciones productivas, garantizarse el suministro de producto y aprovechar las redes comerciales de una marca de prestigio. Ante un escenario en el que el grueso de la producción queda en unas pocas manos, el panorama para el fabricante pequeño o mediano se antoja complicado puesto que valores diferenciales como el diseño, la calidad, el márketing o el servicio al cliente, son ofrecidos ya por los grandes productores en general, o cuanto menos, por alguna de las marcas premium que controlan y ante las cuales les va a resultar complejo competir por precio.
"existe mucha incertidumbre acerca del modo en que habrán de funcionar próximamente unos hornos que tienen que reducir sus emisiones en un 55% antes de 2030".
Hay quien desde el desconocimiento, el pesimismo o la añoranza, observa la situación como negativa; o como una amenaza para la generación y consolidación de puestos de trabajo en un sector que ocupa de forma directa a más de 20.000 personas, y de forma indirecta a otras 80.000, representando los empleos fijos más de un 85% del total. No obstante, la realidad es bien diferente, y el primer semestre de 2021 se ha cerrado con records absolutos de producción y de ventas, con una tendencia al alza de la demanda que lleva a incluso a los grandes conglomerados a padecer problemas para atender el servicio. Y todo pese al contexto pandémico actual, el incremento del precio del gas y la electricidad, o el coste creciente de los fletes marítimos, que afectan tanto a las exportaciones, como al abastecimiento de materias primas para los fabricantes. Mientras tanto, el horizonte que presenta la creciente concienciación ante el cambio climático, la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las propias exigencias de la Unión Europea, abocarán al sector a nuevas revoluciones tecnológicas, particularmente enfocadas a reducir las emisiones de CO2. De este modo, existe mucha incertidumbre acerca del modo en que habrán de funcionar próximamente unos hornos que tienen que reducir sus emisiones en un 55% antes de 2030, y en este contexto se está trabajando en dos alternativas como combustible futuro: el hidrógeno, y un mix de biogás y electricidad. Cualquiera que sea la alternativa, conllevará sin duda un nuevo proceso de inversiones que solo los más fuertes serán capaces de asumir.
"¿sería preferible un clúster como el de hace 20 años con más de 200 empresas familiares con estructuras productivas, financieras y comerciales frágiles para sobrevivir en una economía globalizada?"
En cualquier caso, y regresando al tema principal que atañe al presente artículo, la pregunta que muchos se harán es la siguiente: ¿preferimos el 80% de la producción de un sector que representa casi el 15% del PIB valenciano en manos de un puñado de corporaciones que dominan el mercado y terminan por fijar los precios de cada formato y/o acabado? O, por contra, ¿sería preferible un clúster como el de hace 20 años con más de 200 empresas familiares con estructuras productivas, financieras y comerciales frágiles para sobrevivir en una economía globalizada? Más allá de la mencionada añoranza por aquellas pymes en las que el propietario conocía a cada empleado y a cada cliente, o cogía el avión y viajaba a Canadá para cerrar un acuerdo de distribución, el mercado y la aparición de países competidores con una producción emergente, han terminado por dictar sentencia. España, al contrario que Italia, sigue compitiendo por precio en innumerables mercados y se ha visto abocada a incrementar estructuras productivas para abaratar costes. En resumidas cuentas, el escenario en el cual nos encontramos que ha llevado a la concentración o a un oligopolio con unos pocos grupos controlando el grueso de la producción y de las redes comerciales, tal vez no será del gusto de todos, pero se demuestra, si nadie aparece con una propuesta alternativa, que es el menos malo para la supervivencia, el crecimiento y la generación de empleo.