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El cara a cara fue horrible... y posiblemente decisivo

15/07/2023 - 

Los debates electorales en España tardaron mucho en arrancar. Los primeros datan de 1993, dos cara a cara entre Felipe González y José María Aznar celebrados dieciséis años después de las primeras elecciones democráticas de 1977. Luego quedaron en barbecho otros quince años, hasta 2008, cuando se enfrentaron, también por dos veces, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Eso sí, a partir de ahí los debates quedaron definitivamente instaurados en el procedimiento democrático español. Otra cuestión es cuántos y con qué formato. En 2011 hubo un único cara a cara entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba; en 2015 un cara a cara Mariano Rajoy - Pedro Sánchez, pero el formato que comenzó a imponerse ya entonces fue el de los debates electorales a cuatro (para incorporar a Podemos y Ciudadanos), que siguió en 2016 y abril de 2019, para evolucionar a un debate a cinco (con Vox) en noviembre de 2019. Ni en 2016 ni en las dos citas de 2019 hubo un cara a cara, por oposición de quien entonces ostentaba el Gobierno (primero Rajoy y después Pedro Sánchez).

Este recorrido nos sirve de contexto para observar que el modelo de "cara a cara" estaba en franca decadencia, entre otras cosas porque los últimos debates con este sistema, y en particular el de 2015 Sánchez-Rajoy, demostraron sus limitaciones y también su alejamiento de la realidad política, que ya no era bipartidista. Esa fue la razón aducida por el PSOE y Pedro Sánchez en 2019 para no reeditar dicho formato (la razón real era que Sánchez quería vincular a PP y Ciudadanos con Vox, y para eso necesitaba el cuadro completo), y ese es el motivo real detrás de la celebración de un único cara a cara Sánchez-Feijóo, en lugar de un debate a cuatro, que habría sido lo más adecuado, vista la composición del Congreso de los Diputados en la actual legislatura: potenciar la impresión de que volvemos a 2008, al feliz (para PP y PSOE) mundo del bipartidismo previo a ese "lío" en el que hay otros partidos por ahí. 

Han pasado varios días desde que se celebró dicho enfrentamiento Sánchez - Feijóo, y desde entonces desde las filas socialistas se ha instaurado una letanía de quejas y protestas por las motivaciones de la clara derrota de Pedro Sánchez: el resumen del memorial de agravios es que los moderadores no moderaron, o lo hicieron en contra del presidente, y sobre todo Núñez Feijóo jugó sucio. Al parecer, Feijóo se dedicó a mentir e interrumpir al pobre Pedro Sánchez, y aún hay más: Feijóo utilizó un truco secreto, una "Estrella de la Muerte" de los debates: la terrible técnica "Gish Gallop", consistente en interrumpir al oponente con datos sesgados, incluso falsos, y mentiras para obligarle a responder y hacerle perder el hilo. Una técnica que dio portentosos resultados para Núñez Feijóo, claro ganador del debate.

Es sorprendente que no se utilice más a menudo el "Gish Gallop" como técnica infalible para vencer en los debates. ¡Pobre Pedro Sánchez, que no la conocía! Pero tal vez el problema estribe en qué tipo de respuesta se dan a las falacias vertidas por el oponente, si es que son falacias todas y cada una de ellas. Pedro Sánchez se limitó muchas veces a interrumpir diciendo "mentira", "no es cierto", pero sin explicar por qué. Cuando se explicó, en líneas generales lo hizo de manera confusa y con escaso énfasis. El presidente no venció en el debate, pero su problema es que tampoco logró convencer. Vino lastrado por su propia estrategia previa de generar enormes expectativas respecto de este debate, que se comenzó a leer como una especie de paseo militar de Sánchez frente al pobre Núñez Feijóo, a pesar de que el historial de Sánchez debatiendo tampoco era tan luminoso como los terminales propagandísticos socialistas nos hacían creer; y, en fin, Sánchez estaba nervioso, no supo cómo responder a la estrategia marrullera de Feijóo, demostró que su propia estrategia marrullera no estaba a la altura, y perdió el debate.

Y con él, tal vez haya perdido las elecciones, entendiendo "perder" no sólo como quedar por detrás del PP, sino como siempre se ha leído de cara a esta campaña: no poder evitar que el PP configure una mayoría para la investidura, con o sin Vox. Las encuestas posteriores al debate están detectando una subida, leve pero sostenida, del PP y un descenso correlativo del PSOE del que Sumar no se está beneficiando en la misma medida (todas menos la del CIS, donde todo va tan a pedir de boca para el PSOE, en lo que sin duda es una demostración de que, si los otros tienen malvado "Gish Gallop", nosotros tenemos luminosa contabilidad creativa). Es decir, que el descenso del PSOE puede deberse o bien a votantes que van del PSOE al PP, o bien a votantes que dudaban entre el PSOE y la abstención y ahora piensan quedarse en casa, porque ya no ven factible la remontada socialista. Quizás no vieron el cara a cara, o sólo una parte, pero sin duda han oído hablar de él, de sus principales momentos, y sobre todo del resultado, en el que Núñez Feijóo demostró estar mucho mejor preparado para la ocasión. 

No fue la primera vez que el PSOE cae en esta trampa del "lobo con piel de cordero" del PP. Ya Aznar venció claramente a González en el primero de sus dos debates de 1993, y también Rajoy a Rubalcaba en 2011. En las tres ocasiones, la situación de partida presentó al candidato socialista como favorito. En 2011 fue más bien el PP el que se dedicó a exagerar las expectativas sobre la inteligencia y las florituras verbales de Rubalcaba, pero tanto en 1993 como ahora han sido los socialistas los que han pecado de exceso de confianza y de desprecio al rival. González pudo enmendarlo en el segundo debate de 1993, en el que venció claramente, pero para Sánchez no hay segundo debate. 

Nunca se sabe lo que puede pasar en unas elecciones, pero en éstas los indicios se acumulan en contra de las expectativas de la izquierda. No son sólo las encuestas, o perder el debate (y, con él, el "relato" de la remontada socialista). Es que hace apenas mes y medio la derecha obtuvo una victoria clara en las elecciones autonómicas y municipales, y es que, además, al tropezón socialista con el cara a cara se añade la errática -hasta el momento- campaña de su potencial socio, Sumar. Es mucho peso como para compensarlo con el miedo a los pactos con Vox.

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