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tribuna libre / OPINIÓN

Elecciones europeas: ¿el futuro que parecemos no comprender?

Foto: PE / PHILIPPE STIRNWEISS
30/05/2024 - 

Entre el 6 y el 9 de junio todos los ciudadanos de la Unión Europea sacaremos las urnas a los colegios electorales para celebrar la fiesta de la democracia: elecciones libres. En total, 720 representantes serán escogidos para representar a 448,4 millones de personas. Mientras la sociedad civil ya se prepara para movilizar a la ciudadanía, la teoría por la cual estas elecciones se viven en clave nacional y son ‘de segundo orden’ parece estar todavía viva –si bien hace más de cuarenta años desde que así las definiera el Profesor Karlheinz Reif–. Sin embargo, el hecho de considerar estas elecciones como menos importantes, o no darle la importancia que realmente merece, debería preocuparnos (y mucho) como sociedad. Aunque parezca lo contrario, cuando usted vota en las elecciones generales para elegir a los diputados del Congreso y el Senado, éstos lo que hacen en un 57% es aprobar leyes que son el resultado de las normas de la Unión Europea. 

Con esto no estoy diciendo que el trabajo de nuestros diputados sea menos valioso que el de los eurodiputados, y que por ende votar al Parlamento Europeo sea más preciado que hacerlo a las Cortes Generales –ello implicaría desconocer el complejo sistema de producción normativa de la Unión, que implica no sólo al Parlamento, pero también a los Gobiernos de los Estados y a la Comisión Europea–. Mi idea fundamental es que si valora la democracia y entiende que a través de ella podemos intentar influir en el rumbo que tomamos como sociedad, entonces estas elecciones son, al menos, igual de importantes que las elecciones nacionales

La Unión Europea vive un momento crítico en su historia, y la vida que hasta hoy hemos conocido los europeos ya no podemos darla por sentada. La guerra hace tiempo que volvió a las puertas de nuestro continente en Ucrania, y ahora lo hace con nuestros vecinos del Mediterráneo oriental entre Israel y Hamás. La pobreza y la exclusión permanecen en el día a día de nuestros países, con Unicef alertando que uno de cada cuatro niños está en riesgo de pobreza en la Unión Europea. Asimismo, al haber delegado la seguridad de nuestros hijos al paraguas estadounidense, ésta dependerá del resultado de las próximas elecciones presidenciales al otro lado del Atlántico. Parecemos pues estar atrapados entre la dependencia económica del enorme mercado productor e importador de China, y la dependencia militar de los Estados Unidos. 

Si bien a los ciudadanos de la Unión Europea nos separan lenguas, costumbres y particularidades que sin duda debemos preservar, es preciso conseguir definirnos como europeos antes que cualquier otra cosa si queremos garantizar un futuro de seguridad y progreso para nuestros hijos. Sólo por una cuestión de tamaño, si los españoles no queremos vernos sometidos a los dictados de la potencia de turno, es preciso dejar todo nacionalismo atrás y abrazar una Unión fuerte. Y no porque seamos menos españoles o queramos menos a nuestra nación, sino porque lo contrario significa ser insignificantes en un mundo cada vez más tenso. Únicamente a través de una potencia de 450 millones de habitantes y 15 billones de euros de PIB como la Unión Europea podemos asegurar a los valencianos, españoles y europeos del mañana que podrán ser autónomos para elegir libremente cómo vivir, relacionarse y crecer.  

Es por ello que en las próximas elecciones europeas, y el consiguiente reparto de cargos en las instituciones de la Unión, nos jugamos nuestro futuro –el de verdad–. O vamos hacia adelante en la construcción de la Unión Europea del mañana a través de esos pasos que Schuman definió como “realizaciones concretas”, o corremos el riesgo de echar a perder lo (para mí todavía poco) mucho que hemos construido juntos. Y si bien podemos entender la Unión desde muchas perspectivas e ideas, porque al fin y al cabo “unidos en la diversidad” implica también distintos pareceres, todos sin excepción debe(ría)mos abrazar la idea de que únicamente a través de estar Unidos podemos asegurar nuestro futuro pensando en competir con los más grandes.  

¿Cuál puede ser uno de los problemas fundamentales? Que la Unión Europea se encuentra indefinidamente en construcción porque los ciudadanos, y por ende nuestros gobernantes, todavía no hemos superado el relato de las naciones históricas en Europa. Los ciudadanos europeos parecemos no comprender que, encerrados en nuestras naciones (como quiera cada uno definirla), no sólo es imposible tener voto en la agenda internacional sino que hacerse escuchar y respetar se convierte en algo irónico. 

A la hora de avanzar hacia una verdadera Unión, muchos de los gobernantes de las naciones europeas tienen miedo de salir perdiendo en sus cálculos cortoplacistas –frenando con ello una mayor integración–. Un ejemplo de ello es la Unión Bancaria y de los mercados de capitales, que todavía está por hacer y que se presenta a medio camino entre la atomización y la fragmentación por naciones. Nadie quiere perder su Banco Santander, su Société Générale o su Deutsche Bank. Pero, ¿cuál es su posición en la esfera internacional? El primer banco de la Unión, BNP Paribas, ocupa el puesto 8 en el ranking mundial por número de activos. Sin embargo, una unión entre el Santander y Société Générale nos llevaría a superar, por ejemplo, al todopoderoso Bank of America. Europeísmo sería que estuviéramos dispuestos a sacrificar nuestros emblemas nacionales para crear verdaderos bancos paneuropeos capaces de atender a todos los europeos sin discriminación por país de residencia. Esta reticencia hacia una verdadera Unión se puede ver también en la falta de acuerdo para crear un Sistema Europeo de Garantía de Depósitos que garantice los depósitos de los europeos con independencia de la jurisdicción donde se encuentren, o la falta de voluntad para homogeneizar los regímenes de insolvencia nacionales. Y como hablo de Unión Bancaria podría también hablar de muchas otras esferas como el cielo único europeo, las reglas fiscales, y el mercado energético. O lo más preciado para un Estado desde El príncipe de Maquiavelo, garantizar su seguridad a través de un sistema de defensa común.

En fin, si en las elecciones nacionales usted elige a quienes aprueban las normas que vienen desde la Unión Europea, ahora tenemos la posibilidad de escoger a quienes introducen cambios sobre las mismas desde su origen. Y estas normas definirán no sólo nuestro futuro como sociedad, sino el destino de nuestras queridas regiones. En juego está el avanzar hacia una Unión más integrada, donde la fecha y lugar de nacimiento no sólo no condicione el futuro de nuestros hijos, sino que sea la garantía de un futuro mejor.

Pablo J. Torres Méndez es estudiante del Máster en Derecho Europeo (LLM) y miembro del Consejo Académico en el Colegio de Europa (Brujas, Bélgica)

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