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el callejero

El hombre que afina los pianos más selectos

Foto: KIKE TABERNER
7/01/2024 - 

La Sala Iturbi, en el Palau de la Música, es una especie de santuario. No hay muchas más en Europa con su acústica. Esta mañana está vacía. Hasta que llega Javier Clemente. Este hombre de 64 años es el encargado de afinar los pianos de los principales auditorios de la Comunitat Valenciana. Ya sea en el Palau de la Música o en el de les Arts, en València; en el ADDA de Alicante, o el Auditori de Castelló. En el centro del escenario, solitario e imponente, hay un piano de gran cola, un Steinway de la Sociedad Filarmónica algo viejito que Javier tiene que dejar a punto para un concierto navideño que habrá a la tarde.

En las tripas del instrumento de la Sala Iturbi, bajo la tapa, se ve la firma de Joaquín Achucarro (un pianista bilbaíno que ya tiene 91 años) junto a una fecha: 24-X-1989. “Se suele firmar el piano cuando se estrena”, advierte Javier, entregado ya a la afinación, una liturgia que suele hacer en soledad, disfrutando del silencio sepulcral de la sala y que esta vez, de manera excepcional, ha abierto a un par de invitados que disparan fotos y preguntas. No necesita gran cosa para hacer su trabajo. Lo más importante es su oído, educado durante años para esta función. Pero, además, para hacer su cometido, saca de una bolsa de piel de Pierre Cardin unas cuñas de fieltro para individualizar los tonos y una llave de afinar hecha con fibra de carbono. “La afinación es física y matemática”, resume Javier Clemente.

La temperatura es uno de los factores que entran en juego. En verano, por ejemplo, el aire acondicionado tensa el piano y hace que suba de tono. Ahora hay una temperatura constante entre los 21 y los 23 grados, pero el afinador tiene que contar con que subirá cuando entre el público y se siente. “En esta sala se mantiene bastante estable porque es una joya y me permite ir más seguro con la afinación”. Explica esto mientras aumenta o disminuye la tensión de las cuerdas con la palanca de afinar y aclara que el piano es un instrumento imperfecto “por naturaleza”. Las 88 teclas tienen la misma composición. Luego saca un par de lijas y lima mínimamente el fieltro de las almohadillas para que el tono sea más fuerte. Si está muy metálico, pincha en los laterales de las almohadillas con una aguja sujeta a un soporte con la forma de la yema del pulgar.

Todo el proceso es artesanal. “Mi deber es sacarle al piano el 100% de lo que puede dar”. El trabajo de hoy es para el pianista Jesús Debón, que forma parte de un concierto navideño. Al lado de la puerta, sobre unos atriles, está la partitura de la canción ‘Silent Night’ (Noche de Paz). Debajo está la letra. Javier Clemente se queda dentro, feliz en su encuentro solitario con el Steinway del Palau de la Música, el primer gran auditorio que encontró en sus inicios, en 1982. A la salida de la Sala Iturbi hay una fotografía en blanco y negro de Montserrat Caballé apoyada en un piano mientras lo toca Miguel Zanetti. Es posible que aquel piano lo pusiera a punto Clemente, que también ha afinado el instrumento de grandes artistas como Grigory Sokolov, Daniel Baremboim, Chick Corea y hasta Elton John.

Javier es, además, uno de los propietarios de Clemente Pianos, un negocio con 33 años de historia. Primero abrieron una tienda más pequeña en Marqués de San Juan, pero luego, años más tarde, se trasladaron a la que tienen actualmente en Maestro Rodrigo. La tienda la dirige uno de sus hermanos, Juan Carlos. Luis lleva la que tienen en Madrid, y él es el encargado de afinar los instrumentos por toda la Comunitat. Javier es el tercero de siete hermanos, y además de ellos tres entró alguno más cuando empezó a prosperar el negocio, como José Emilio, que fue el jefe del taller hasta su jubilación; Fernando, que es el luthier después de haber estudiado en Cremona y Bruselas, o Armando, responsable de la tienda que también abrieron en Castellón.

Una familia de músicos criada por músicos. La madre tocaba el piano, pero lo dejó por los convencionalismos de la época y porque le tocó encargarse de los siete niños. El padre, un artesano que trabajaba como carpintero, era también el presidente de la banda del pueblo donde vivían, Venta del Moro, en el interior de la provincia de València. Todos pasaron por la banda y Julián Monteagudo, de la Unión Musical Española, le comentó al padre, con quien tenía amistad, la posibilidad de mandar a dos de sus hijos a Alemania, a la casa Schimmel, a estudiar la carrera técnica. La propuesta cristalizó y Javier y su hermano Luis se tiraron un año estudiando alemán para irse al siguiente, en 1983, a Braunschweig, donde está la fábrica desde 1927. Allí, en esta pequeña ciudad de la Baja Sajonia, estudiaron técnica y construcción de pianos. El problema es que aún no se había constituido la Unión Europea y cada seis meses tenían que regresar a España y renovar el visado.

En Alemania conoció los pianos en profundidad, su mecánica, su estructura, y también se enriqueció en una clase muy cosmopolita, con alumnos de Países Bajos, Noruega, Italia, Rusia, Bangladesh… “Éramos 26, y cada uno, de un lugar del mundo. Cuando me casé, en 1987, invité a varios de ellos y puse la bandera de cada uno encima de la mesa. Fue muy enriquecedor. No hay nada como viajar para descubrir que lo tuyo no es lo único”.

Javier, como sus hermanos, también pasó por la banda de Venta del Moro, donde tocó el trombón y después la caja. También estudió algo de piano. Pero en Braunschweig se especializó como afinador. Después de Alemania también tuvo la oportunidad de viajar a la casa Steinway, en Hamburgo, la más importante del mundo. “Luis y yo estuvimos en la Steinway Academy, un lugar muy restringido al que sólo tienen acceso los que trabajan con la marca y los que se dedican a la preparación de pianos de concierto en los grandes auditorios. De ahí sales con una titulación y el carnet de Steinway”. Y más adelante, ya en el nuevo siglo, estuvo en Japón, en Hamamatsu, donde la casa Kawai tiene uno de los centros de investigación más importantes del mundo.

A la vuelta de sus estudios en Schimmel estuvieron ocho años trabajando en la Unión Musical Española y después, como se vendió, se salieron y decidieron montar Clemente Pianos en el año 1990. Javier se centró en la afinación en los grandes auditorios valencianos, donde ha trabajado para lo mejor de lo mejor: concertistas, artistas de jazz, gente como Raphael o Pablo López… Cuatro décadas dan para mucho. También para casarse con una amiga de la infancia y tener dos hijos, un chico de 32 años y una chica de 30, ingenieros los dos, que no han querido saber nada del negocio y que son un híbrido de su padre y de su tiempo. “Como todos los jóvenes de ahora, van a los festivales y a esas cosas, pero también van a conciertos de música clásica”.

Esto, jóvenes que amen la música clásica, es algo cada vez menos común y Javier se lamenta por ello. Cree que las nuevas generaciones se alejan de un género que, asegura, enriquece a las personas. “Es mi casa tengo piano, por supuesto. Aunque yo estoy todo el día con los pianos. Pero he tenido un Schimmel, he tenido un Steinway y ahora tengo un Kawai. La música te sana el alma. Mucha gente debería probar lo que es el mundo clásico, que creo que se está perdiendo. Hay que darlo a conocer en los colegios porque proporciona muchos beneficios para la salud de quien escucha. Lo triste es que hoy en día hay gente que no conoce la música clásica. La música de ahora no me gusta. Lo que hacían antes bandas como Pink Floyd o Supertramp eran sinfonías. Lo del reguetón es otra cosa…”.

También ejerce como espectador, y no hay viaje en el que no busque un concierto en un auditorio. Recorrer el mundo le ha servido para poner en valor lo que atesora València. “Es un lujo tener la actividad cultural que tenemos en València, pero hay que cuidarla”. Sus hijos no quieren saber nada de los pianos para trabajar. Tampoco los de sus hermanos, y sólo uno, el hijo de su hermano Luis, ha decidido entrar en la empresa.

La tienda está llena de pianos y otros instrumentos. De fondo no para de sonar el pellizco a unas cuerdas que está haciendo el luthier durante toda la mañana. Javier se ha sentado en una de las banquetas de piel que tienen para los pianistas, la ha puesto a la altura que le gustaba y ha cruzado las piernas, largas y finas, que acaban en unos botines marrones. El afinador cuenta que las cajas de resonancia suelen fabricarse con madera de abeto armónico alemán, que la parte mecánica se suele elaborar con madera de haya y que las teclas, que, aunque están recubiertas de pasta, también son de madera, se hacen también abeto armónico, salvo las negras, que son de ébano.

Luego, una hora más tarde, estará en la Sala Iturbi, ensimismado con su rutina de afinación, rodeado de gradas y butacas vacías. En silencio. Sólo él y un viejo piano. Un momento mágico sin espectadores. Como lleva haciendo toda la vida desde que, nada más volver de Braunschweig, en 1985 o 1986, no lo recuerda con exactitud, afinó su primer piano en el escenario del Teatro Principal de València para la Sociedad Filarmónica. Luego llegó el Palau de la Música, que se inauguró en 1987, y después otros más modernos. Una vida tirando de oído para que luego, a la noche, llegue el pianista, se siente y pueda deleitar al público.

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