La humanidad no aprende de sus errores. Vuelve la guerra a Europa, como si nunca nos hubiéramos prometido evitar el horror innecesario. Vuelve la economía sumergida, aunque nunca se hubiera ido, pero lo hace desbocada y a lomos de un caballo alado: la tecnología, la data, los smartphones. Vuelven las trampas –a nosotros mismos–, pero lo hacen guay, a través de namings sexis, con esa sofisticación aparente y efectista de los anglicismos. La misma mierda, ahora online.
Bizum, no hace falta ir más allá. Una sola marca y, hoy, un pozo de economía sumergida. Se extiende como la mala hierba una anécdota entre clientes: “me obligó a pagar con Bizum”. Desde la experiencia empírica y personal, dos escenas: en un bar donde las opciones eran efectivo o Bizum, optamos por la primera. Tuvimos que pedir el ticket, porque en realidad el cash (que es un anglicismo con solera) servía para el mismo fin que el mensaje con dinero al número que se nos ofreció en un post-it roñoso. La segunda escena, no sin cierta violencia en las formas, al intentar pagar en un taxi. ¿Y la diferencia entre el precio de la carrera con impuestos y el envío directo de líquido, a quién le compensa exactamente?
La pregunta debería resonar entre las administraciones públicas. Es una paradoja porque, de un lado, se sostienen en gran medida a partir de esos euros que un Bizum escamotea; de otro, son las últimas en atisbar los problemas del anquilosamiento de un sistema llamado a destruirse por desconexión de la realidad. Pero qué podemos esperar de unas instituciones que, con suerte, regularán este año la publicidad encubierta de los influencers. ¡En 2022! Cuando hay canales de Twitch con más audiencia media que varias de las radiotelevisiones públicas. Cuando hay personajes públicos “como el futbolista Cristiano Ronaldo (378 millones), la celebrity Kylie Jenner (291 millones) o el actor Dwayne Johnson, La Roca (282 millones), cuyo número de seguidores supera de largo la población de la mayoría de los países”. A buenas horas. Y a saber qué huecos deja para que ese negocio siga campando sin cortapisas y a escala planetaria.
¿Cómo no se le va a ocurrir al pequeño comercio hacer de Bizum una vía de escape a la demencial subida del precio de la luz, los transportes que son correa de transmisión de sus ventas y, en fin, todo lo que sea sensible de asfixiar al principal tejido económico español (el de las pymes)? Cuando uno se enfrenta a la tabernera que quiere cobrar en Bizum o al taxista que –misma tecnología– elude impuestos, no puede evitar empatizar con ellos. Sympathy for the Devil. Exactamente igual que lo hacíamos con las madres de tantos que cosieron en casa durante décadas la ropa que, luego, a poco que se industrializó la cosa, acabó deslocalizando la producción a Marruecos o Bangladesh. Cómo íbamos a señalar a las víctimas del sistema como las responsables del juego del dinero.
Cualquier empresa tiene un par de cuentas bancarias. Por supuesto, muchas de ellas tienen más. Cada una puede recibir 60 transacciones en Bizum que pueden ser de hasta 1000 euros de una tacada, 2000 pavos al día. No parece difícil escoger las 120 o 180 transacciones más interesantes a lo largo del mes y esquivar impuestos. ¿Por qué no? La percepción del pequeño comercio es que otros, a una escala global, hacen ‘lo suyo’ sin la menor de las protecciones. No hablamos de residencias en Andorra o Panama Papers, sino de negocios legales y rampantes, ajenos a la supervisión.
A las pymes solo les resta enfrentarse a clientes quisquillosos como el que aquí escribe. Un enfrentamiento entre iguales que, si a alguien beneficia, es a quien se ha olvidado de la presión de las calles, de las protestas públicas, de las revueltas. Les queda lejos, pero también parecía alejada la idea de una guerra suelo europeo y, bueno, en esas estamos. La tensión que se intuye al cabo de la calle, tras pedir explicaciones cuando alguien nos ofrece cobrar en Bizum, parece alejada de la perspectiva gubernamental de las cosas. ¡Oh, sorpresa!
Porque si el ahogo por el aumento de los precios está directamente relacionado con la recuperación económica, hagamos uso del lenguaje bélico y ¡cuerpo a tierra! Si la economía pasa a medirse por volumen y sin tener en cuenta que el salario real en España es “(ajustado a inflación) menor al del año 2000, mientras que la media en la OCDE es de un +36%”, apaga y vámonos. O mejor dicho, abre la app y hazme Bizum, que es tanto como decir¡sálvese quien pueda! Es lo que uno acaba por concluir al encajar el optimismo exacerbado que se desprende de las ruedas de prensa en Moncloa, cuyos guionistas parecen ser los de esos youtubers dispuestos a convencerte de que si no te haces rico a base crypto, es que eres tonto. Y hay algo de descanso y rendición sin culpabilidad con hacerse el tonto ante las formas cool de intercambiar bienes a través de una pantalla. Pero, sobre todo, hay pobreza y problemas sociales a toneladas tras el dejarse llevar por el lenguaje sexy de la nueva economía sumergida.