VALÈNCIA. Ayer a primera hora le escribí a Álex Heras, que es el director de comunicación del Maratón de Valencia Trinidad Alfonso, y le pregunté, aunque sabía que iba a enviarlo poco después, quién iba a ir a la presentación de este viernes. Cuando envió la respuesta, que más o menos imaginaba, me quedé pensativo. Kenenisa Bekele, Joshua Cheptegei, Alexander Mutiso, Gabriel Geay, Almaz Ayana, Worknesh Degefa, Tariku Novales, Marta Galimany, Laura Luengo… Un plantel excelente.
Y como cada año, en vísperas de la carrera, me quedé meditando sobre su dimensión. ¿En qué se ha convertido esto? Y sí, voy a volver a contar la historia de mi idilio con el maratón de Valencia, al que conocí recién creado en el 81, al que frecuenté como espectador adolescente estirando el cuello para ver correr a mi tío Fernando, y al que me lancé a sus brazos en cuanto me dieron el carné de periodista. También lo corrí. Hace ya 23 años. Cuando era flaco y corría sin medida.
Por todo eso amo esta carrera. El día del maratón es uno de mis días preferidos del año. Me despierto nervioso como cuando era niño y descubría al abrir los ojos que era el 6 de enero. Porque recuerdo cuando era una carrera pequeña, flaquita, con unos pocos cientos de corredores yendo de aquí para allá, viendo cómo pasaban los coches por el carril de al lado o cómo se cruzaban los peatones sin calcular demasiado bien si les daba tiempo a pasar. También he visto a los vecinos insultar a los participantes. Por su culpa les habían cortado una calle. Una afrenta imperdonable. Son recuerdos casi irreconocibles ante el gigante, adorado gigante, en que se ha convertido.
Por eso, cada año, cuando se aproxima el primer domingo de diciembre, me viene un ataque de melancolía y me acuerdo de aquellos artesanos que construían esta carrera con lo poco que tenían al alcance. Un presupuesto demasiado magro, una colaboración institucional más bien justita y escasa aceptación ciudadana. Pero aquellos pioneros eran testarudos, como los buenos corredores, y no se rendían por nada de esto. Y cada año, ingenuos pero felices, se echaban a dormir un sábado de febrero y soñaban con que uno de esos africanos bajitos y baratos que habían traído hasta la salida, se despertaba pletórico de forma y era capaz de correr en menos de dos horas y diez minutos, que entonces era una utopía en Valencia. “Algún día aparecerá un pastor con tres pulmones y batirá el récord de la prueba”, le gustaba bromear a Toni Lastra. Ahora puedes correr en 2h09 y no entrar ni entre los treinta primeros.
A los artesanos, poco a poco, los han tenido que dejar de lado. Esto ya no es una carrera para mil personas. Ahora hay 30 médicos y una meta y una postmeta diseñadas por un ingeniero. Ahora retransmiten la prueba varias televisiones y los periodistas, donde antes había dos o tres con una simple libreta esperando al ganador debajo mismo del modesto arco de meta, ahora llenan una sala de prensa alejada de allí.
A mí encanta en qué se ha convertido esto. Me emociona, de hecho. Y cada año llego a la meta de noche, antes del alba, después de cruzar la Ciudad de las Artes y las Ciencias con la linterna del móvil encendida para no acabar en el suelo, y me gusta recorrer los últimos metros de la alfombra azul en silencio, dando los buenos días a los guardias de seguridad, y pensando en lo privilegiado que soy por vivir esto, y por poder vivirlo de cerca, contándolo en la retransmisión de À Punt junto a otros veteranos como Xavi Blasco o Álex Calabuig.
Pero nunca olvido de dónde venimos. Por eso ayer, después de escribirle a Álex Heras, llamé a Alfredo de Ibarra, uno de aquellos primeros socios de Correcaminos, para charlar un rato con él. Siempre se ha contado que los organizadores del primer Maratón Popular de Valencia, como ni siquiera sabían cómo hacerlo, alquilaron un autobús y se fueron a correr el Maratón Popular de Madrid en mayo de 1980. Y que ya después, el 29 de marzo de 1981, montaron el suyo y, siempre tan ingenuos, lo dejaron todo preparado y se fueron a correr…
Pero en realidad hubo un segundo maratón disputado antes del de València. Y Alfredo me envió hace unas semanas unas fotografías que había escaneado de aquella segunda experiencia. El hombre viajaba a todas partes con una bolsa de Iberia en la que llevaba la cámara, el teleobjetivo y la cámara para hacer diapositivas, que se llevaban mucho en aquella época. Ese segundo maratón fue en San Sebastián -durante años un referente en España y un destino soñado por todos los maratonianos- el Día de la Hispanidad de 1980. Ese día, el 12 de octubre, tomaron la salida 20 o 25 socios de Correcaminos. La víspera llegaron en autocar, como en Madrid, y se tenían que ir cogiendo de las farolas porque les sorprendió la galerna y soplaba un viento feroz. Alfredo recuerda aquella segunda carrera mientras vuelve de Canfranc, de conocer su fabulosa estación, cargada de historia, a la que acudió atraído por la lectura de las dos bonitas novelas que escribió Rosario Raro sobre este lugar cargado de magia: ‘Volver a Canfranc’ (2015) y ‘El cielo sobre Canfranc’ (2022).
Su mujer escucha la conversación y añade: “Había olas de cinco metros de alto”. Aunque al día siguiente, a pesar de que llovió, el viento amainó y pudieron competir con normalidad. Allí estaban algunos de los puntales del club, como Toni Lastra, Miguel Pellicer, Isidro Rey, Paco Gómez-Trénor, José Antonio García Garrido, Álvaro Janini, Antonio Mora… Y si en Madrid pagaron la novatada y Alfredo casi se fue a las cinco horas, en San Sebastián rebajó su marca hasta las tres horas y 37 minutos.
La víspera de este Maratón de Valencia, el sábado, À Punt estrenará a las 20 horas un documental fantástico que hizo hace meses el periodista Xavi Blasco. Este mediometraje, que dura 42 minutos, como kilómetros tiene el maratón, se titula ‘Toni Lastra, l’home que volia ser Andrópolis’. Lo recomiendo encarecidamente. Son 42 minutos deliciosos en los que se recuerda la figura del primer gran líder de Correcaminos y probablemente el padre de este maratón colosal que ahora disfrutamos en València. Y así alguno podrá entender mejor mis ataques de nostalgia de cada año cuando llega el Maratón de Valencia, una de mis cosas favoritas de la vida.