Reconozco que me ha inquietado saber que el magnate Mark Zuckerberg está dedicando una gran cantidad de recursos, materiales y tecnológicos, a crear una plataforma virtual “más allá del universo”, de próxima puesta en marcha, y que incluso ha cambiando el nombre a su corporación Facebook, ahora llamada Meta Platforms.
Confieso que me inquieta que pueda existir una realidad paralela, en la que se pueda entrar y salir, cambiando de vida, aunque sea imaginaria (otra cosas es cómo se perciba), como quien muda de camisa o de gafas interactivas.
Que mediante un icono o “avatar” que es como si fueras tú, cualquiera pueda actuar de forma “inmersiva” en un ciberespacio creado, moverse a su antojo en el tiempo, desafiar las limitaciones físicas, tener experiencias multisensoriales (vete tú a saber qué es eso y hasta dónde pueda llegar), interactuar con el resto de “residentes” en ese metauniverso e incluso, eso dicen, comerciar y ganar, en el mercado digital de los infungibles.
Admito que llama la atención, al tiempo que resulta preocupante, el componente adictivo, los conflictos interpersonales que ello puede acarrear a la vida real, así como la distorsión emocional, y de la identidad, que supondrá para un número significativo de humanos, confundir la realidad con el deseo, la existencia material con los marcos ficticios. Vidas paralelas, en dos universos y a un tiempo. Pero no en el plano filosófico, como el milenario mito de la caverna de Platón y sus dos mundos, el de los sentidos y el del conocimiento; sino con visos, y sensaciones, de realidad.
Eso sí, del asombro y la perturbación por lo que tenga que venir, he pasado a la estupefacción por lo que nos depara la vida política real, porque hay quienes parecen estar instalados en la ficción paralela o, directamente, en la más descarada desfachatez.
Estoy pensando, de entrada, en el lekendakari Iñigo Urkullu, que ha tenido el atrevimiento de acusar de “dumping” fiscal a Madrid, mientras en el País Vasco disfrutan de un evidente privilegio como es el Cupo, por el que retienen ingresos, y pueden gastar, un 60% más, aun con un PIB inferior. Dumping, el que hicieron con La Rioja, provocando el traslado de empresas bodegueras al cercano paraíso fiscal vasco, como confirmaron importantes pronunciamientos de la Unión Europea.
O el Metaverso de Cataluña, político en su independencia inconstitucional y económico en su comparativa con la Comunidad de Madrid, mientras ésta aporta el triple y recibe la mitad de las inversiones.
Pero ante esa contrastada realidad, Ximo Puig prefiere las ficciones virtuales de la dirigencia actual catalano-vasca, respecto a las que no levanta la voz ni rechista, mientras se desgañita como un gallito con Madrid que, como otras Comunidades, ha demostrado que se puede recaudar más bajando impuestos.
Y es que el President ya ha evidenciado su querencia por lo ficticio, en los sucesivos presupuestos que ha ido presentando, cuadrando la partida de gastos a golpe de chequera. Pero chequera del metauniverso, porque en la realidad no existen esos fondos. O no llegan a nuestra Comunidad. Y eso es, pura y sencillamente, el ‘timo de la estampita’. Más cuando, de la inversión prevista por los PGE 2021 para la Comunidad Valenciana, no se han ejecutado dos terceras partes de lo presupuestado. Así ya se pueden pintar números.
Universos virtuales, también, como el hospital de campaña de Valencia, que ha costado 18 millones de euros y no ha servido para prácticamente nada. Y ha estado ahí levantado, tan notoria como inútilmente, durante más de un año, mientras el Ayuntamiento de Ribó-Compromís y el PSPV, permitía que estuviera abierto sin licencia de ningún tipo, ni de obra, ni de actividad.
Frente a ello, el universo real: el de la subida lacerante de la luz, del incremento sideral en el coste de las materias primas o los fletes de los transportes, del aumento lesivo de los precios, con todo lo que ello conlleva.
Yo no sé ustedes. A mí me inquieta lo del universo virtual. Pero, aun así, me preocupa más, y mucho, el real. Porque, agárrense, que vienen curvas. Y no son imaginarias.