Cuando Julio Llorente escribió en VozPópuli un artículo titulado Los museos no son cultura en el que redactó una enmienda a la totalidad de la forma de entender esos espacios, lo leí con escepticismo. Percibía el texto como una ocurrencia urdida para llamar la atención, pero con el paso del tiempo me he dado cuenta de que tiene mucha razón al manifestar una crítica a la forma en la que están planteados muchos de los grandes museos de nuestro país. El otro día daba tumbos por las calles de Madrid y al toparme con el Museo Arqueológico Nacional recordé la última vez que lo visité: había terminado saturado de tantas reliquias colocadas sin gracia ni sentido. En ese momento me acordé de lo que decía Julio de que “los museos no son un espacio neutro sino uno que invita más al empacho de difícil digestión que al paladeo, más al turismo y a los selfies que a la cultura”.
Al visitar muchos edificios de esta naturaleza uno tiene la sensación de que son más un trastero que un tributo al arte o a la historia. Estuve hace un año en el Museo Reina Sofía y no encontraba las obras que quería ver, la organización de los cuadros distaba mucho de ser la de uno de los mayores museos de nuestro país. Daba la sensación de que la exposición no era más que unos cuadros colocados al azar, perdidos de forma laberíntica entre pasillos y salas. Salí con la misma impresión del Arqueológico, además de sufrir el purgatorio de una planta entera repleta de piedras prehistóricas, según avanzabas te dabas cuenta de que pese a que todo estaba ordenado por la cronología histórica, en el fondo, había tantos vestigios legendarios acumulados que uno no terminaba de coger conciencia de la importancia de cada una de las piezas; el totum revolutum de esfinges, bustos y demás cápsulas del tiempo hace que uno no sea capaz de formularse las preguntas correctas a la hora de valorar los elementos expuestos.
No estamos aprovechando la cantidad de recursos históricos con los que cuenta nuestro país. El hecho de que valiosísimas joyas para determinados territorios estén en Madrid entre otros cientos de souvenirs de épocas pasadas, desperdician la oportunidad de que se ponga en valor el patrimonio patrio. Elche lleva años luchando para que su Dama vuelva a casa de forma temporal pero los expertos no aconsejan su traslado; El Baco de Aldaia lleva tiempo recibiendo los ruegos del municipio valenciano para que sea también cedido durante una temporada; Canarias lleva años solicitando a Madrid que ‘El Jacinto’, la momia guanche regrese a Tenerife, pero por el momento todos los ruegos no han sido escuchados. Me pregunto cuánta gente pasará a lo largo del día por estas reliquias sin fijarse en su trascendencia. Estoy por apostar que si uno hace una encuesta a los visitantes del museo al terminar el recorrido casi ninguno sabrá identificar las piezas. Es lo que tiene estar dos horas paseando entre tanta figura mitológica, que a la media hora te parecen todos los relieves iguales.
Estos tesoros y otros muchos nunca tendrían que haber salido de la tierra en la que fueron descubiertos. En España dependemos de Madrid hasta para poner en valor el patrimonio cultural de las regiones. Quizá si los tributos estuvieran en el lugar del que nunca se tendrían que haber movido serían mucho más explotados. La tendencia del Museo Arqueológico Nacional de llevarse todo a su paso perjudica al resto del país. El mantenimiento de los tesoros nacionales en sus respectivos destinos puede ofrecer la oportunidad de potenciar el turismo cultural y de calidad en determinadas zonas; circunstancia que dado el tipo de visitante que tenemos enfocado en el precario modelo de sol y playa, reforzaría nuestras opciones de contar con un turismo con un mayor poder adquisitivo interesado más en la cultura que en la borrachera.