VALÈNCIA. Dicen que uno es uno mismo y sus circunstancias, pero en el caso de Zanele Muholi también es sus deseos, el sueño de un futuro que todavía está por construir. Y elle lo hace foto a foto. Muholi, que se identifica como género no binario, ha hecho de la lucha por los derechos de las personas negras LGTBIQIA+ en Sudáfrica su modo de vida, una trayectoria marcada profundamente por el apartheid que le ha llevado a ponerse el apellido de “activista visual”, dos palabras que, en su caso, no pueden por separado. En su obra hay denuncia, faltaría más, pero sobre todo la celebración de una identidad (o la suma de ellas) históricamente condenada a los márgenes. En su mirada hay lugar para la crudeza, el mimo o hasta el sentido del humor, una mirada a través de la que ha querido llevar a las personas del colectivo de su país a lugares que ni ellos imaginaban, un trabajo de representación que quiere ir más allá de lo evidente para conquistar espacios que les eran prohibidos.
Este canto a la vida negra y queer lo encapsula ahora el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) con la mayor muestra que se ha realizado en España del artiste, un proyecto coorganizado con la Tate Modern que viaja a Sudáfrica de una manera desprejuiciada, sin clichés. Precisamente por esto también supone un reto para la mirada del público europeo, un viaje a un mundo muy particular que, sin embargo, acaba interpelando a la globalidad. Y en ese relato hay una palabra clave: dignidad. Es esa la que Muholi quiere subrayar, reparar y recuperar, una dignidad puesta en tela de juicio constantemente por la sociedad y que elle celebra ahora a través de su propia imagen y, también, la de quien le rodea. “Muholi busca dar visibilidad a su comunidad, servir de plataforma para que tengan voz propia”, explicó la directora del museo, Nuria Enguita, durante la presentación de la muestra.
En este camino son vitales las decisiones que se toman antes de disparar la cámara, un objeto que mira al sujeto como un igual, sin victimizar, exotizar ni instrumentalizar las voces que refleja, huyendo de una mirada “estereotipada”. Todo ello a través de los relatos únicos que se muestran tanto desde el espacio íntimo como el público, ambos parte de una experiencia humana que en muchas ocasiones le ha sigo negada a la comunidad LGTBIQIA+. De nuevo, dignidad. El primero de ellos, el íntimo, lo habita a través de la serie Being (‘Ser’), una serie de fotografías que refleja a distintas parejas de mujeres lesbianas en su casa, poniendo el acento en lo cotidiano y, por tanto, rechazando la idea de que lo queer es ajeno a lo africano, “una falsedad basada e la creencia de que la atracción hacia el mismo sexo llegó a África como importación colonial”, explican desde el museo. Estos retratos, a pesar de mostrar la desnudez de sus cuerpos, jamás apelan a lo erótico, sino al calor del hogar, a los cuidados.
También es importante en la obra de Muholi el espacio público, un espacio que puede ser tanto esperanza como condena y que la artiste lo enfrenta como oportunidad. “Estamos ‘cuirizando’ el espacio para acceder a él. Transicionamos dentro del espacio para garantizar que también los cuerpos trans negros forman parte de este. Nos lo debemos”, reflexiona. Espacios clave como la sede del Tribunal Constitucional de Sudáfrica o las playas, segregadas por raza durante el apartheid, son algunos de los marcos en los que Muholi fotografía a mujeres transgénero, hombres gays o personas de género no conforme. Y en este camino hay un espacio de visibilización clave: los concursos de belleza. Aunque en España han quedado demodé, estos certámenes son clave –como lo eran en la escena queer americana de los 80- para visibilizar y generar lugares de resistencia y comunidad. A partir de este imaginario Muholi presenta una serie de retratos que se nutren tanto de los concursos de belleza como de las portadas de revista de moda con el objetivo de empoderar a las fotografiadas y llevarlas a espacios tradicionalmente ocupados únicamente por personas cis.
Los retratos son clave en el recorrido, que se inicia con la serie Somnyyama Ngonyama, en la que Muholi dirige la cámara a su propio ser para explorar las políticas de raza y representación, y finaliza con el macroproyecto Faces and Phases, una serie en construcción (se muestran un centenar de las 500 imágenes que ya la componen) que muestra las caras de los participantes pero también la fase en la que se encuentran, pues una misma persona es fotografiada en distintos momentos de su vida, una reflexión en torno a la inmutabilidad del ser y la experiencia humana.
Este relato va de celebrar, sí, pero tampoco oculta la cara más dura de la discriminación, tanto desde el punto de vista de la lucha por los derechos del colectivo, reflejado de manera explícita a través de imágenes que muestran marchas o cartelería y recortes de prensa, así como la violencia que se ejerce sobre el mismo. El relato se vuelve especialmente crudo en la serie Only Half the Picture (‘Solo la mitad de la imagen’), en la que retrata a los supervivientes de delitos de odio en Sudáfrica y sus townships, áreas creadas durante el apartheid para alojar a personas expulsadas de espacios destinados solo a los blancos. Muholi muestra el dolor, sí, pero siempre desde la ternura sobre una comunidad queer y negra que es la suya.