Una de las preguntas más difíciles de responder en democracia sería qué es lo que no cabe en ella. Yo siempre he defendido que es mejor pasarse por tolerante que por restrictivo. Entre otras cosas, porque cada uno puede tener la tentación de restringir al de enfrente. Y no nos vayamos a pensar que es sencillo establecer un terreno neutral, porque todos, como no debe ser de otra forma, creemos que tenemos la razón. Es que, de hecho, si no lo creyéramos pensaríamos diferente.
Pero lo cierto es que la erosión de la democracia avanza y como publicaba la Universidad de Cambridge recientemente la satisfacción con este sistema político se reduce. Y lo hace muy especialmente entre los millennials, a los que aún nos queda (tocando madera) mucho tiempo de convivir en ella. No son Brasil o EEUU, ni Reino Unido o Francia hay un fenómeno global que en cada latitud tiene su acento. Existirán explicaciones económicas, culturales… pero sea cual sea la causa o siendo todas a la vez, parece que hoy tiene menos valor el hecho de vivir en una sociedad que se basa en el respeto y el reconocimiento de la legitimidad de quien piensa distinto.
Esto conforma el núcleo de la democracia que siempre ha actuado como una empalizada protectora de estos valores. Por eso existe una frase hecha que sería algo así como que la democracia no garantiza la elección de los mejores, pero si evita el acceso al poder de los peores. Pero algún hueco se ha abierto en esa muralla. Porque esa frase no hacía alusión a que no se pudieran elegir malos gobernantes o a algunos que perjudicaran al interés general con sus gobiernos. Eso ha ocurrido y cuando la gente lo ha visto así ha cambiado de gobiernos. Tampoco significaba que aquello que creemos más erróneo no pudiera ganar unas elecciones. Si no que dejaba fuera del sistema a todas aquellas personas que precisamente no estaban dispuestas a ejercer unos mínimos de ese respeto cuando ocupaban las instituciones. Y entre todos aquellos que no entraban en ese enorme margen de tolerancia que permite gobernar a casi cualquier persona y sus ideas, la empalizada democrática necesita dejar fuera a los sádicos. A aquellos que usan el poder para promover de forma consciente el sufrimiento ajeno y no les importa hacerlo si con ello consiguen imponer sus ideas.
Así que no nos queda más que tristemente constatar la brecha en el muro. Porque, ¿cómo puede calificarse a una persona que le parece una buena idea obligar a una mujer a escuchar el latido del feto antes de abortar si no como un sádico? Y eso ha ocurrido con el vicepresidente de Castilla y León y dirigente de Vox, Juan García-Gallardo.
Y no es una anécdota. Es mucho más grave que haber hecho el ridículo al asegurar que no sabía mucho de lo que hablaba. O es más alarmante que el simple hecho de que estemos hablando de una persona que critica los privilegios de una clase política alejada de la España real y es tan consistente en sus planteamientos que acude a una concentración de moteros y baja del coche oficial con el casco en el brazo. No se trata de que sea un inútil, un simplón o un trilero de cuarta. Trata de que hay una persona con influencia sobre la vida de las otras que es capaz de impulsar medidas que sólo van destinadas a lesionarlas, incluso en una situación tan dolorosa como debe ser abortar.
Y escoger una persona que se equivoque, que no tenga capacidad para desempeñar una responsabilidad o que sencillamente no tome buenas decisiones puede ser un error, pero no tiene nada que ver con la factura que podemos pagar si abrimos la puerta del poder a los sádicos. A los que están dispuestos a imponer su forma de ver y entender el mundo, incluso sobre el dolor de quienes quieran entender o dirigir su vida de otra manera.
Por eso, ¿en qué piensan quienes para tocar poder se lo ofrecen, aunque sea en una pequeña, parte a los sádicos? ¿No se convierten también en sádicos por alcance al ampararlo y darle esa oportunidad? ¿O es qué alguien puede alagar que está sorprendido de que hagan exactamente aquello que decían que iban a hacer? ¿Dónde está la sorpresa de que alguien que defiende un machismo ultra actúe como un machista ultra? Que nadie se lleve ahora las manos a la cabeza como si no hubieran podido preverlo. Que nadie se crea el moderado sentado al lado del radical.
Porque ser moderado no es ser de centro, sea lo que sea eso. Es precisamente ser respetuoso. Y entre todas las formas de respeto, la mínima es no añadir dolor a la vida de nadie y en la medida de tus posibilidades evitar que otros lo hagan. Tener una democracia moderada no es que no haya izquierdas o derechas, no es tampoco reivindicar para uno mismo el sentido común, ni negar la diferencia. Tampoco es hablar bajito como diría el President, aunque un mejor tono ayudaría…es tener una sociedad donde se evita que sádicos como el castellanoleonés sean vicepresidentes. Es dejar fuera a los peores. Dejarlos donde no puedan hacer daño.