Las elecciones de hace dos semanas han sido un batacazo para el gobierno y los partidos que lo conforman y apoyan, de eso no cabe duda. La pérdida de la Comunidad Valenciana, Extremadura y la Rioja, unida a la de varias capitales de provincia, y como colofón la pérdida de representación del antaño líder de la izquierda a la izquierda del PSOE, Podemos, que se queda fuera de numerosos ayuntamientos y parlamentos.
Sobre las causas de tal derrota, pues se puede hablar mucho. La famosa autocrítica, invocada en cuanto aparecieron los primeros resultados. A mi parecer, y muy resumidamente (teniendo en cuenta que han sido 8131+14 elecciones diferentes), los votantes de derechas estaban motivados, mientras los de izquierdas no lo estaban. Sin duda. A partir de ahí, pues muchos fallos no forzados por parte de la coalición de gobierno. El primero, que esto se aceptó mansamente y no se intentó una movilización. Al contrario, se apostó por una campaña muy mansa, institucional y mascadita, pensada para no asustar a los votantes de centro, los cuales, sin embargo, no parecen haber compensado la abstención de izquierdas. Las mayorías silenciosas, parece, no suelen ser progresistas.
Luego, se ha oído el eterno adagio de que no se ha sabido comunicar, y que los medios están con el rival. Puede ser. De hecho, es muy probable: los grandes grupos mediáticos de hoy necesitan muchísimo dinero para funcionar. O, en el caso de la prensa en papel (a la que prácticamente ya solo se accede a trabajar vía máster privado), para compensar las continuas pérdidas de lectores. Dudo que quede algún diario en papel que no pierda dinero a espuertas. Y el dinero, por su propia naturaleza, siempre es de derechas. Pero esto, pudiendo ser cierto, difícilmente es nuevo. Cualquier alternativa transformadora de izquierdas debería tener grabado a fuego este hecho y construir a partir de ahí (por ahí parece ir la aventura mediática de Pablo Iglesias). Si tu principal defensa es esa, es que tu alternativa estaba mal construida de raíz. Y si los medios mainstream te acaban alabando y dando cancha… seguramente ya no seas una alternativa rompedora y transformadora. Bildu no ha tenido precisamente muchos editoriales favorables en el ABC, y no parece haber sufrido por ello.
Luego, pues que las cosas no han sido fáciles para el gobierno. Sin duda, en diciembre de 2019 nadie contaba ni con un volcán, ni con una pandemia mundial, ni con una guerra convencional en Europa que dispararía la inflación. Pero el PP también tenía administraciones territoriales cuya gestión de la pandemia ha sido francamente mejorable, y el voto de castigo ha brillado por su ausencia. Y si crees que esto es porque el electorado de izquierdas es más exigente… ¡pues entonces tienes que cumplir sus exigencias o irte, y no presentar excusas!
Otros hablan de los pactos con Bildu. ¿Fueron un fallo? ETA ya es historia, Bildu desde sus inicios ha condenado públicamente y en sus estatutos la violencia terrorista, y la Fiscalía los considera “una formación política democrática”. Cierto que hay antiguos etarras en sus filas, pero todos han tenido que abjurar públicamente de la violencia. Y por supuesto han cumplido sus condenas, paso previo a la reinserción social que nuestra Constitución consagra como el objetivo supremo del sistema penitenciario. Tratar a Bildu como a un partido más debería ser la conclusión lógica. Al fin y al cabo, ¿no era este el objetivo declarado durante los años 80 y 90? ¿Qué los etarras abandonaran el terrorismo y persiguieran sus objetivos pacífica y democráticamente? Esto es lo que decía el pacto de Ajuria Enea, suscrito en su momento por todas las fuerzas políticas, incluido el PP: “emplazamos a ETA para que abandone definitivamente las armas y acepte las vías que el sistema democrático arbitre para superar las consecuencias sociales y políticas de la violencia”. Ese pacto fue suscrito en enero del año 1988 – y por poner un poco de contexto, en 1987 ETA había asesinado a 41 personas, una cuarta parte de ellos niños.
Además, en el largo plazo, y dados sus buenos resultados en estas elecciones, disputándole al PNV la hegemonía en el País Vasco, Bildu se presenta como un socio cada vez más imprescindible para cualquier coalición de izquierdas en Euskadi, Navarra o España. Parte de las críticas del PP y de la derecha, más que de la indignación moral, vienen de un cínico cálculo electoral: si Bildu o ERC (y sus 18 escaños conjuntos, el 10% de una mayoría absoluta) no son admisibles como socios, las coaliciones de izquierdas se volverán muchísimo más complicadas, puede que imposibles. En el largo plazo, pues, esa batalla era inevitable, y abrirse a estos partidos no pudo ser un fallo. Y si el fallo fue precipitarse, también aquí puede el PSOE mirarse al espejo. Pues en 2019 esperaba ser investido gratis et amore y para ello forzó una votación que llevó a las segundas elecciones de aquel año. Y donde antes habría bastado con Podemos y algunos partidos pequeños para una investidura, Sánchez luego se encontró con un Vox muy crecido y la necesidad de pactar el apoyo de nueve grupos diferentes (entre los que no estaba Bildu – pero cuya abstención sí fue necesaria).
Luego está la discusión sobre los logros del gobierno. Que, pese a todo, los hay: subidas de un 40% del SMI, el nivel de paro más bajo desde 2007, inflación y precios de la luz por debajo de la media europeas… Aquí, es cierto, la izquierda juega con el hándicap de que las cosas buenas se dan siempre por sentadas, y que la referencia nunca suele ser Europa. Pero en lugar de eso los votantes han visto un cierto engreimiento gubernamental, disputas entre los propios partidos del gobierno, y una izquierda alternativa que se presentó partida en dos (y en tres, y hasta en cuatro en algún municipio).
Finalmente, las grandes ausencias: la persistencia de la Ley Mordaza, y la liberación de condenados por violencia sexual por la llamada “ley del sí es sí”. Esto sí ha lastrado – pero por eso de toda la vida de Dios, las cosas más polémicas se hacen en los primeros 6 meses de la legislatura (al César lo que es del César: esto la derecha lo hace infinitamente mejor, si Feijóo gana el 23J, prepárense para un semestre atroz), y a partir de ahí a aguantar, que en cuatro años todo está olvidado. Arrastrar estas discusiones durante tres años para acabar haciendo reformas pacatas que ni satisfacen a los tuyos y le dan munición a la derecha… pues también es un fallo tuyo como una catedral.
En fin, que de mucho se podría hablar… pero con la convocatoria de elecciones generales ya se ha encargado Pedro Sánchez de que no se hable, porque la cita con las urnas lo va a monopolizar todo durante los próximos dos meses.
Sánchez, a estas alturas, puede parecer un líder amortizado, pero no parece haber perdido el instinto oportunista. Al margen de que esto, éticamente, es lo que un gobierno TIENE que hacer en esta situación: ha habido una clara reprimenda pública de los votantes, pues toca aclarar las cosas. Pero Sánchez también parece haber aprendido la lección de 2011: tras la debacle en las autonómicas de aquel año, el PSOE apuró medio año más la legislatura. Medio año que solo sirvió para alargar la agonía, reforzar la narrativa de la derecha de que Zapatero solo estaba interesado en su sillón y temía la confrontación con los votantes, y meterse en un proceso interno del que surgió la inane candidatura de Alfredo Pérez Rubalcaba. Sánchez, en cambio, muestra que no tiene miedo a unas elecciones, y eso es importante. Casi cualquier manual de autoayuda, de ligoteo o de mejora personal contiene el mensaje “la clave para conquistar algo es creer y actuar como si ya lo tuvieses” (por eso triunfan tanto las personas ricas y engreídas – porque tienen la ventaja psicológica de creerse que se lo merecen todo).
Aun así, parece casi imposible que el PSOE todavía pueda superar al PP. Pero en puridad el PSOE (no Sánchez, ojo) parece haberse marcado objetivos más humildes. Primero, acaparar todo el voto útil de la izquierda, vista la debacle de las izquierdas transformadoras, y quedar como indiscutible cabeza de la oposición durante cuatro años. Y segundo, si suena la flauta, que la suma PP+Vox no alcance la mayoría absoluta. Pongamos el listón en 170 escaños, para que tampoco llegue con UPN y Coalición Canaria. Un Feijóo ganador por más votado, pero sin una mayoría sencilla viable, a lo mejor podría ser atraído a una Gran Coalición con el PSOE, bendecida desde Bruselas y Washington. El sacrificio para hacer posible tal Gran Coalición sería, sorpresa, el propio Pedro Sánchez, empujado a la dimisión por la directiva del partido (o yéndose voluntario). Feijóo podría entonces vender la salida de Sánchez como la “derrota del sanchismo” y el retorno del “socialismo sensato”, pactar con Carmen Calvo o quien quiera nombrar la directiva como gestor, y presidir un gobierno paritario con una mayoría absolutísima de más de 200 diputados.
Alguno dirá que esto sería un regalo para las izquierdas y para Vox, pero a nueve años del surgimiento de Podemos y a doce del 15M, la Nueva Política se ha mostrado incapaz de sorpassar, y Vox parece haber encontrado un cierto techo. La gente, parece, está un poco harta de política. Para el PSOE sería la salvación de los muebles y la absolución de sus pecados bilduistas, para Feijóo sería una forma de quitarse de encima a los radicales de su propio partido que igual intentan echarle por no lograr la absoluta, para ambos sería la vuelta a ese cómodo bipartidismo de los 90, y para Sánchez… pues para Sánchez sería el segundo sacrificio de su carrera, después del de 2016. Aunque en esta ocasión lo más probable es que se jubile en Europa, en vez de meditar una candidatura sorpresa a la secretaría general. Además, si no hay otra mayoría posible, la única alternativa sería una repetición de las elecciones generales… por tercera vez en ocho años. Y dudo que nadie quiera cargar con eso.