De repente todos nos hemos caído del guindo. Tras la aceptación de una fiscalidad singular para Cataluña, una especie de deconstrucción vanguardista del cupo vasco pero preparado con las nitrogenadas nuevas prácticas de la new cuisine, nos enteramos de que no todos los españoles somos iguales. No por culpa de Puigdemont, el emperador de Perpiñán lo único que ha hecho es poner luz y taquígrafos de las circunstancias que asolan a nuestro país; tan solo hace falta recorrer Extremadura en coche para darse cuenta de que las vías asfaltadas parecen sacadas de una exploración de Tintín a África. El desequilibrio de la España de varias velocidades no la ha provocado un señor desde Bélgica, él no ha hecho más que poner la puntilla, ha dado la piedra de toque que nos ha despertado a todos; la realidad es que Cataluña y País Vasco han vivido mejor que el resto de los españoles más allá de cualquier parafernalia soberanista.
Ya escribí en este espacio que al final todo era por el dinero, que la pataleta secesionista era una mera representación de teatro escolar para pasar el tiempo después de clase. Broma que se ha extendido demasiado tiempo, rebeldía que se fraguó en el momento que Mariano Rajoy le dijo a Artur Mas que no había tu tía con la autonomía fiscal. Hace varios días, Carles Puigdemont dio un mitin a veintitantos kilómetros de su patria catalana y casi no hizo ninguna apelación a la independencia, todo fueron meros asuntos dinerarios. Al final, si sus correligionarios en Madrid montan el numerito ferial es para mantener vivo el relato, para que no se apague la llama en el corazón de sus devotos parroquianos que proyectan en su figura toda esperanza creyente. Si hace años el gobierno de Rajoy hubiese buscado una solución seguramente nos habríamos ahorrado este largo proceso de decadencia; el problema es que mucha gente no habría sacado la tajada coyuntural y algunos partidos no habrían encontrado un gancho para colar sus mensajes en el debate nacional. Acierta Diana Morant en La Vanguardia al decir que el Partido Popular se ha olvidado de Cataluña, no alcanzo a comprender lo que pretendía parte del constitucionalismo con todo el nacionalismo catalán, ¿esperar que el calentamiento global evaporase todo sentimiento cultural? El gran problema del PP a nivel nacional es que más allá de bajar impuestos no tiene un proyecto de país. Pedro Sánchez, en cambio, aunque a uno le guste más o le guste menos sí tiene claro lo que quiere, no expresa ningún tipo de remilgo al decir que España avanza hacia un modelo federal.
El activismo del otro lado del muro se recrea en la gestualidad, en el postureo, en la hipérbole, en la caricatura burda y de tebeo. Paseando por la calle me encontraba a un buen amigo, empezamos a hablar de política, y un hombre en evidente estado de embriaguez empezó a insultar a Pedro Sánchez con argumentos trasnochados y etílicos; el gran problema que tiene la oposición es que no puede evitar caer en la patética exageración en algunos puntos del guion. Ahora la disidencia al sanchismo se afana en impulsar recursos al Tribunal Constitucional por la ley de amnistía con Castilla La Mancha y la Generalitat Valenciana a la cabeza. A ver quién es el listo que les dice, después de tanta emoción, que toda victoria de los recursos es pírrica. Además de la demora de las resoluciones de la instancia en cuestión, los dictámenes no tienen ninguna eficacia real. Recuerdo cuando el tribunal condenó al gobierno de Pedro Sánchez por el estado de alarma y el ejecutivo ni se inmutó. Se ha manido mucho la famosa pregunta retórica de Pedro Sánchez sobre de quién depende la fiscalía, pero nadie se ha cuestionado para qué sirve el Constitucional.
Todos estos movimientos no son más que mero postureo, ficción política, protestas en la caverna, cacofonías de las almas narcisistas de los dirigentes posmodernos que adornan todas sus decisiones con la fortaleza de hombres de estado.