VALÈNCIA. Este sábado asistí al mitin central del PSPV-PSOE en esta campaña en València. Inicialmente previsto al aire libre, en la plaza de la Virgen, el acto se cambió a una ubicación cubierta por el riesgo de lluvias, en el Museo Príncipe Felipe. Al salir de mi casa, miro al cielo. Un sol resplandeciente, apenas un par de vaporosas nubes blancas. Ya me avisaron en mi entorno más conservador de que la pasión del avieso sanchismo por mentir no tiene límites. ¡Hasta con el clima mienten, los tíos!
Entramos en el Príncipe Felipe, en el mismo escenario en el que Vox celebró su mitin triunfal de abril de 2019. Vox no llenó, pero casi, y el PSOE hoy más o menos igual. Hay mucha gente, unas 4.000 personas. El partido continúa teniendo músculo y capacidad de movilización, adaptada a estos tiempos en los que el formato mitin está claramente en decadencia. Por otro lado, en esta campaña, como a estas alturas tienen claro incluso en Madrid, el PSOE se la juega específicamente en la Comunitat Valenciana. Ganar o perder aquí es la diferencia entre (como mínimo) salvar los muebles en España o asistir impotentes a un mar de fondo que empezará la noche electoral y terminará, previsiblemente, con Núñez Feijóo en La Moncloa.
Antes de salir, he buscado en el fondo de un cajón mi polo rojo más rojo (tengo otro, el rojo menos rojo), para disimular y mimetizarme con el entorno. Esto, junto con la acreditación de prensa, tiene como consecuencia que varias personas del público me confunden con alguien de la organización del PSPV (¡me he mimetizado demasiado bien!) y me preguntan por los urinarios. Con el primero musito una excusa. Con los siguientes hago lo más práctico: averiguo dónde están los servicios y se lo indico.
El mitin tiene un problema. El edificio del Museo Príncipe Felipe es uno de esos engendros ideados por la fértil mente creadora de Santiago Calatrava que -inexplicablemente, a mi juicio, o bien porque no queda otra que amortizar la inversión- se reivindican como santo y seña de València, uno de sus monumentos señeros. El caso es que a mí me había llamado siempre la atención que hubiera un museo de las ciencias que dedicase una explanada amplísima a exponer dos (2) representaciones científicas (que yo sepa, mis disculpas si son tres o incluso cuatro): un péndulo de Foucault gigante (que expresa la perpetua oscilación del PSOE, entre el centro y el centro-izquierda) y una cadena de ADN (que... la metáfora cae también por su propio peso). Y nada más. Sin ventilación y con una estructura de cristal como paredes y techumbre.
¿A dónde quiero llegar? Recuerden: hacía un día estupendo. Lo que fuera es un agradable día primaveral se transmuta en el interior en un verdadero horno, conforme la luz del sol se concentra en el interior y no hay apenas ventilación (y sí mucha gente, muchos de ellos directamente bajo el sol). Hasta ayer no me había dado cuenta de que el Príncipe Felipe tenía una sala enorme dedicada a la representación del efecto invernadero, pero créanme: este sábado lo vivimos las 4.000 personas que estábamos allí.
Además, el acto, inicialmente previsto para las 11.30, tarda muchísimo en arrancar. Unos cuarenta minutos respecto de ese horario se retrasan los oradores: la candidata del PSPV a la alcaldía de València, Sandra Gómez; el president de la Generalitat y candidato a la reelección, Ximo Puig; y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Pero, claro, luego tienen que hacer el apoteósico paseíllo hasta llegar al escenario. Entre unas cosas y otras, el mitin comienza una hora tarde. El ambiente está caldeado, y no sólo por el entusiasmo de los asistentes, que es sin duda elevado. Está caldeado de verdad.
Entre el público asistente hay mucha variedad, pero es verdad que bastante gente mayor. La gente aplaude y mueve enfervorizadamente las banderas, casi todas ellas banderas rojas del partido. Alguna de la Comunitat Valenciana. Ninguna bandera española. ¿Banderas de la República? Por favor. No me hagan reír.
Por fin comienza el mitin. Arranca Sandra Gómez, que ejerce de telonera para caldear (más) el ambiente con sus menciones a los pufos del PP y los éxitos socialistas, encarnados en las dos personas que le acompañan: el president de la Generalitat, Ximo Puig, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
Ximo Puig se planta frente al público con una cazadora marrón modelo "PSOE". Lo primero que hace es recordar que el espacio en el que estamos, emblemático de los grandes proyectos del PP, fue proyectado por la Generalitat de Joan Lerma. Luego reivindica que el PSOE es el auténtico partido de la "Gente". Hubo un tiempo en que la "Gente" era un concepto casi indisociable de Podemos. Pero ya no. Ahora, tras la paulatina recuperación del bipartidismo, al menos parte de la "Gente", en la izquierda, ha vuelto al redil del PSOE [Titular alternativo de esta crónica: Ximo y la gente en un museo lermista].
En su intervención de algo más de 20 minutos, Ximo Puig reivindica el valor de la credibilidad citando un proverbio italiano: "Una onza de reputación vale más que un kilo de oro". Efectivamente, su reputación es uno de los principales valores de esta campaña para el PSPV. Es una campaña centrada en el President, un hombre cuya principal virtud es que se trata de un candidato que no levanta pasiones, ni a favor ni en contra: puede que sus votantes no estén embargados por la emoción al votarle, pero los votantes de los demás partidos tampoco están particularmente motivados para votar contra él. Y eso puede tener consecuencias muy positivas para el PSPV en campaña: motivar la abstención de votantes afines a otras formaciones, ampliar la capacidad de arrastre de votantes moderados o poco politizados que apoyan a quien manda, porque quien manda no les molesta...
En cambio, Pedro Sánchez, como todos sabemos, es otro cantar. Desde luego, Puig también lo sabe. Apenas menciona al presidente del Gobierno. Sólo al final, y porque va a darle paso, finaliza su discurso diciendo "también necesitamos apoyo para nuestro amigo, el Líder"... Y no llega a pronunciar su nombre, mitad por el griterío entusiasta, mitad porque igual no quiere que le vinculen demasiado con él.
Mientras el presidente del Gobierno comienza su intervención, pienso ilusionado: ¿Cuál será la promesa electoral regresiva de Sánchez de hoy? ¿Cómo buscará tentar a los votantes, y en qué colectivo de votantes se centrará esta vez? Pero Sánchez decepciona esta vez con una promesa... ¿socialista?: su promesa es financiar con 580 millones de euros los centros de atención primaria, que, como la mayoría de los usuarios de la sanidad pública han tenido ocasión de constatar, están saturados desde que la pandemia comenzó a remitir, en parte por el envejecimiento de la población, las dificultades para renovar y ampliar las plantillas, y el propio efecto colapsador de la pandemia.
Toda la intervención de Pedro Sánchez va a versar, íntegramente, sobre la sanidad y la defensa del modelo sanitario público. Veinte minutos dura el discurso del presidente del Gobierno, y no se sale del carril sanitario casi en ningún momento. Quizás amolda su discurso a la promesa que toque ese día. O, sencillamente, es una de las cuestiones centrales y que más preocupan a los ciudadanos, y donde más claramente se ubican la mayoría de votantes del PSOE.
Me doy cuenta de que en la zona en la que estamos han aparecido de repente varios grupillos de turistas curiosos. ¿Serán turistas que vienen a admirar el milagro de progreso socialista? ¿Se habrán acercado, temerosos, para ver con sus propios ojos la pesadilla del sanchismo? Echan un vistazo y se marchan rápidamente.
Termina Sánchez y termina el mitin, sin más dilación. El acto ha durado menos de una hora. Todo muy profesional, aunque también muy cálido.