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Estaba la música pop, y luego estaba Lou Reed

6/03/2022 - 

VALÈNCIA. Está la música pop y luego está lo que hago yo. Pienso en mí como un escritor”. Lou Reed solía decir cosas así a los periodistas en cuanto veía oportunidad. Quizá semejante afirmación pudiera sonar a desplante de un personaje chulo como pocos, pero han transcurrido décadas suficientes como para comprobar que esto era así, y ahora que ya no está entre nosotros (el pasado 2 de marzo habría cumplido 80 años), frases como esta resultan ser pura verdad. Él mismo lo escribió en una de sus canciones, Lou Reed fue el culpable de la razón, una razón que parecía que solamente le atañía a él. Desde el primer momento que escuché sus canciones, y eso me ocurrió a los 14 años, fue como si estuviese leyendo un libro. No era plenamente consciente de ello, pero así era. Había escuchado discos de rock antes, pero nunca había necesitado tanto saber de qué hablaban las canciones. Era más o menos fácil descifrar una canción de The Who porque las letras solían estar impresas en alguna parte de la carpeta o la funda que protegía al vinilo. Las de Lou Reed raramente aparecían en la funda interior de los discos. 

En aquel momento, solamente Berlin, que fue concebido por su autor como algo superior a un mero álbum de rock, llevaba un libreto con las letras. Las imágenes que evocaban aquellos versos poseían una profunda certeza. La desesperación adolescente de Jimmy el protagonista de Quadrophenia, o el aislamiento de Tommy, quizá la más célebre creación de los Who, pasaron a ser algo menor cuando empecé a leer sobre Caroline y Jim, la pareja condenada que protagonizaba Berlin. Allí estaban las drogas que consumían, la desesperación que reinaba en sus vidas, la violencia recíproca que imponía su amor, las decisiones terribles que terminaban tomando, y que no eran otras que el abandono y el suicidio.

Berlin presentaba una visión de la existencia desesperanzada, dolorosa; pude haber rechazado aquello y optar por diversiones bastante menos graves, pero decidí quedarme allí, en aquel Berlin ficticio, metáfora de la decadencia humana. Me quedé atrapado en él. Todos los libros, los discos, las canciones y los poemas que vendrían a continuación tendrían que medirse con lo que Lou Reed me había revelado en Berlin. Yo no estaba capacitado para entender lo que estaba cantando, aunque yo pensara lo contrario. Fuera como fuera, decidí confiar en él. Si usaba a Lou Reed como guía para abrirme paso hacia la vida adulta, la transición resultaría mucho menos inquietante. 

A los 14 años, lo tienes todo en contra y solamente te asiste una única certeza: que el mundo que te aguarda ya no va a tener miramientos contigo. La inocencia es un visado que proporciona inmunidad, pero cuando caduca ya no hay manera de renovarlo. Si vas a dejar de ser inocente, mejor asumirlo con todas las consecuencias, escuchando Berlin, escuchando “Walk on the wild side”, escuchando The Velvet Underground & Nico. Pasé de tener aliados fantásticos, que vivían en libros de aventuras, series, películas y tebeos, a tener aliados demasiado reales. Guarecerse en el mundo de Lou Reed, Velvet Underground y Andy Warhol no proporcionaba ningún poder visible para sobrellevar el día a día, pero te confería una identidad. Ese era el camino que yo quería recorrer. El resto de opciones no eran para mí. Hoy, después de tantos años, siguen sin serlo.

De su profesor de escritura creativa, el poeta y novelista Delmore Schwartz, dijo Lou Reed que le habían sucedido cosas en las cuales flotaban las palabras del escritor. Yo podría decir lo mismo de las palabras de Lou Reed. Escuchados durante los inicios de mi juventud, los suyos eran mensajes cuya rítmica y estética me atraían, pero que solamente conseguiría comprender al acumular experiencia vital. Así y todo, alguna de las vivencias que he tenido no me vinieron de nuevas puesto que me habían sido anticipadas escuchando las canciones de Lou Reed. Sus rimas llegaban acompañadas de música, o quizá era al revés, eso nunca ha estado claro, tampoco hace falta que lo esté. El rock & roll amplifica la energía poética de las palabras, les añade una orquestación que la voz por sí misma no puede otorgarle. Entonces, la experiencia de la escucha se convierte en algo trascendental. Las canciones de Lou Reed impactaban por partida doble, la letra te trastoca la mente, el ritmo ataca directamente al cuerpo, la melodía se encarga de trastornar tu alma.

De Lou Reed aprendí cosas que me han sido muy útiles tanto para ejercer el periodismo como para escribir ficción. Me ayudó, por ejemplo, a entender que los personajes de una canción o de una novela no son la persona que los escribe. “Todos hemos pensado en algún momento -declaró en una ocasión- que lo que canta el artista es lo que él es”. Reed ha escrito canciones sobre personajes con los que no estaba de acuerdo. Durante los primeros años de su carrera en solitario, el público tendía a confundir a los habitantes de sus canciones con el autor e intérprete de las mismas, accidente del cual, en buena parte, también fue responsable. El público -el español con especial ahínco- quería pensar que el artista que era Lou Reed encarnaba todos aquellos vicios y pecados de los que hablaba en sus canciones. Por eso, cuando dejó vestirse, peinarse y maquillarse para ser el cronista del inframundo urbano, le costó casi diez años que se le respetara como narrador. El público necesita ilusiones. Convierte al músico en portavoz, en modelo y necesita creer que todo lo que este nos dice proviene de la auto ficción.

La mala relación de Reed con la prensa tenía bastante que ver con esa cuestión. No soportaba que los periodistas se sentaran frente a él con una idea preconcebida de lo que había hecho y de lo que era. Le gente compone canciones y escribe letras para expresar ciertas cosas, dijo Reed en cierta ocasión, así que no puedes hablar sobre ellas porque ya lo hiciste cundo las compusiste o las grabaste. Al final de su estancia en la Universidad de Siracusa, se apuntó para hacer un postgrado sobre periodismo (también hizo uno de actuación en el que le pidieron que interpretara a un miembro de un cuerpo difunto). Le llamaron la atención porque en un trabajo escribió sus opiniones sobre el tema que estaba tratando, atentando así contra la objetividad periodística. Ese día dejó el postgrado.

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