Diez meses ha estado sin comparecer en la Comisión de Asuntos Exteriores, pero, ¡por fin! este jueves la ministra González Laya ha tenido a bien venir a hacer su trabajo, que es el de rendir cuentas ante la ciudadanía. Aunque no piensen que lo ha hecho para contestar al reguero de preguntas que tiene acumuladas, (desde las razones por las que se recibió a la vicepresidenta de Nicolás Maduro que tenía prohibido entrar en España--el “milagro de Delcy”-, al contenido de las conversaciones que se mantuvieron con la Organización Mundial de la Salud en las primeras semanas de la pandemia. No.
Ella, como Umbral, ha venido para hablar de su libro: la “Estrategia de Acción Exterior 2021-2024”. En cualquier caso, bienvenida, porque este documento, que teóricamente guiará la política exterior española en esta legislatura, se torna importantísimo.
En realidad, la propuesta llega dos años tarde. Llevamos desde 2019 con una estrategia caducada y tal vez, como no había documento, no ha habido estrategia y, como no ha habido estrategia, Iglesias ha intentado comerle terreno a la propia González Laya, proclamando que la democracia plena en la que él gobierna no es tan democracia como indican los analistas y estudios internacionales.
Sin estrategia, España no ha ocupado “su lugar en el mundo”. Así nos lo han hecho saber: acuérdense del rechazo de organismos internacionales y europeos a Nadia Calviño, a Pedro Duque, o a la propia González Laya. Viendo las tropelías de Iglesias, probablemente Arantxa esté pensando cada día en “ese futuro que nunca fue al frente de la Organización Mundial del Comercio”.
Pues bien. Ahora tenemos Estrategia, pero parece que seguimos sin estrategia y sin tácticas. Este documento, de unas 115 páginas, es más un programa electoral del PSOE que una verdadera guía para defender los intereses de España.
En primer lugar, hablaré de lo que le falta, de lo que no está.
El Gobierno no ha acompañado este proyecto con una memoria económica.
Vaya. No hay un mínimo detalle de cómo se van a asignar recursos para hacer realidad todas las prioridades que el Gobierno dice tener. Es más, cuando el Ministerio de Presidencia nos hizo llegar a los diputados este documento, admitió, y cito textualmente, que “la estimación de los recursos asignados a cada una de las líneas de acción se ajustará en función de las partidas presupuestarias que se establezcan en las leyes de presupuesto de cada uno de los cuatro ejercicios del periodo de vigencia de la Estrategia”. Es decir, que ya veremos, (como todo).
Esta Estrategia se publica, además, sin haber hablado con el resto de fuerzas políticas. La política exterior es, si cabe, la principal política de Estado, puesto que trasciende más allá de la acción de un ejecutivo. La defensa de los intereses de nuestras empresas, nuestros valores y nuestra gente en el mundo, requiere de acuerdos. Precisamente en la Comisión de Asuntos Exteriores hay una disposición a trabajar de forma conjunta que no hay en otras instancias.
Sin embargo, pese a la férrea defensa del multilateralismo que hace el “libro” de González Laya, su gobierno prefiere sistemáticamente el unilateralismo (hablar consigo mismo). Por tanto, a la Estrategia le falta también vocación de permanencia, de consenso y de verdadero documento de Estado.
En tercer lugar, en todas las páginas no aparece ni un sólo indicador para evaluar las propuestas., ¿Se asume que va a ser imposible hacer una evaluación objetiva de los fallos (o de los logros) de la política exterior española en esta legislatura? Como académica, tengo claro que la evidencia empírica es una de las formas más eficaces de hacer, “examen de conciencia y propósito de enmienda”. ¿Cómo voy a mejorar si no incluyo fórmulas para detectar mis debilidades?
Esta Estrategia parece uno producto de la factoría Iván Redondo, preparados de forma cuidadosa y acompañados de una eficaz campaña de comunicación, pero con poco fondo. Desde luego no tiene pinta de ser un documento para que la cuarta economía del euro recupere su lugar en el mundo.
Permítanme ahora que dedique unas líneas a lo que le sobra al documento. Todo puede resumirse en una palabra: pomposidad. Un centenar de folios llenos grandes palabras que no dicen nada y que les quedan tan lejos a tantas familias españolas.
‘Nuevos principios rectores para la acción exterior’ con aspiración a “asumir más protagonismo en el plano internacional”, a partir de una apuesta por un “multilateralismo reformado y reforzado”; “un bilateralismo estratégico” o un “compromiso solidario”. Y así, muchos más sintagmas grandilocuentes llenos de indefinición.
También le sobra a este documento cinismo. Por ejemplo, la Estrategia hace mención a “la necesidad de la unidad de acción”. Unidad de acción que nace esencialmente cuestionada desde el propio Ejecutivo. ¿Lleva implícita entre líneas esta Estrategia una llamada de socorro o una reprimenda?
Si en algo ha sido una jaula de grillos este gobierno ha sido en acción exterior. El Vicepresidente Segundo tiene dos hobbies principales: actuar como crítico de series en su cuenta de Twitter y, boicotear el trabajo de la Ministra de Asuntos Exteriores y, por ende, la reputación de nuestro país. Recordemos sus vergonzosas declaraciones sobre la calidad democrática del país que, desgraciadamente, gobierna o aquellos intentos por empotrar su agenda personal en las visitas de Estado a países de América Latina.
Lo más grave de todo esto no es que Iglesias intente matar el aburrimiento que le produce ser un ministro florero jugando a imaginar que es protagonista de alguna de esas series que devora. Lo grave es que, al hacerlo, está tirando por tierra el esfuerzo de cada empresa exportadora, cada funcionario, cada investigador, cada estudiante Erasmus o cada cooperante que lleva el nombre de España por el mundo.
Fue penoso que en su momento, los gobiernos de PP y PSOE reaccionaron tarde y se quedaron de brazos cruzados ante mentiras y cuentos del separatismo catalán pagados con dinero público. Pero es gravísimo que este ese desprecio a España y al esfuerzo colectivo que hemos hecho los españoles en estos 40 años de democracia se ejerza desde el Consejo de Ministros.
Muchos de ustedes pensarán que la acción exterior es algo alejado de su día a día. “¿Por qué debería preocuparme yo de este tipo de cosas en mitad de una pandemia?”. Porque tiene un impacto directo en cada uno de nosotros.
Por ejemplo, nuestros agricultores y nuestra industria están sujetos a aranceles que les hace más caro poder exportar sus productos a Estados Unidos. La elección de Joe Biden, partidario del comercio libre, traía una nueva esperanza de derribar esas barreras y dar un respiro a muchas empresas. Sin embargo, la Casa Blanca ni siquiera ha querido hablar con nuestro Presidente del Gobierno. En diplomacia, la semiótica manda. Y cuando, finalmente, los gobiernos han contactado, donde se abría una ventana de oportunidad para nuestros agricultores y productores nos encontramos con una decepción: los aranceles se mantendrán. La primera en la frente.
Lamentablemente, normal. ¿Quién va a respetar a un país cuyos principales representantes a nivel internacional andan a la gresca, manchando con mentiras y descalificaciones a su propia nación?
Al Gobierno de España en su estrategia de acción exterior en definitiva le sobran complejos y le falta voluntad de liderazgo.
Para empezar, con el español. Ese gran activo de nuestra presencia exterior, que compartimos con 600 millones de hispanohablantes. Tenemos que convertir el Instituto Cervantes en una verdadera palanca de impulso económico y cultural de nuestro país en países como Estados Unidos, Filipinas, Brasil o el Caribe. Sin embargo, las hipotecas de Sánchez con sus socios nacionalistas tienen a España maniatada para aprovechar el potencial de nuestra lengua común. Es inaudito, por ejemplo, la negativa del Gobierno a abrir una línea de financiación para promocionar el español y el legado hispánico en Estados Unidos, como les pedimos en los presupuestos.
No se entiende tampoco la ambigüedad de España en la defensa de los derechos humanos y la libertad en América Latina, nuestro continente hermano, con Venezuela como máxima expresión de esta vergüenza. El Gobierno, se pone demasiadas veces de perfil ante una de las desgracias humanitarias más dolorosas que ha sufrido nunca un país que no está en guerra. Cada vez que intentamos liderar la defensa de la democracia y de la libertad, nos topamos con otra hipoteca: la de un chalet en Galapagar.
Finalmente para llevar a cabo una verdadera Estrategia de acción exterior hay que financiar, reforzar y respetar al cuerpo diplomático, los cooperantes y a muchos servidores públicos. Los nombramientos de embajadores y altos cargos por un criterio de cercanía, bien política o bien personal, suponen para todos ellos un insulto.
La ministra González Laya es la titular que más trabaja en el Gobierno. Sus credenciales impecables la acompañan. Hay que reconocerlo.
Ahora solo tiene que conseguir poder dirigir la acción exterior de España desde una postura pragmática, técnica, inteligente, moderada y con acuerdos.
No debe ser fácil zafarse de “machos alfa” que juegan a ocupar su puesto. No debe ser fácil hacer entender a otros portentos que su objetivo primordial como titular de esta cartera no es vender eslóganes: es defender los intereses de España.
Nos maliciamos que, con sus compañeros de gabinete va a necesitar, como decía Benedetti, no sólo estrategia sino también mucha táctica.
*Escrito con Carlos Campillos Martínez