La Guerra Fría asoma de nuevo tras la Cumbre anual del G7, celebrada en Hiroshima (Japón). Los líderes de los siete países más poderosos del bloque Occidental y los representantes de la Unión Europea se reunieron del 19 al 21 de mayo, en la primavera del Año III d. C. -después de la Covid- para poner sobre el tablero el nuevo orden mundial. Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido se alinearon de nuevo para decidir el rumbo de una guerra en Europa y el advenimiento de una guerra en Asia.
No se dieron cuenta, o sí, de que los protagonistas eran los ausentes. Como fantasmas sentados a la mesa, las sombras de Rusia y China planearon sobre el evento. Sin novedad en el frente, era de esperar el primer punto de acuerdo, el apoyo unánime a Ucrania “durante el tiempo que sea necesario frente a la guerra ilegal de agresión de Rusia”. Aunque, en esta ocasión se impuso la tesis europea, menos beligerante que la de Estados Unidos.
El mensaje a China iba implícito en el punto de acuerdo sobre “un Indo-Pacífico libre y abierto”, con oposición “a cualquier intento unilateral de cambiar el status por la fuerza o la coerción”. Las recientes maniobras militares chinas frente a las costas de Taiwan sólo fueron un aviso a navegantes en el que el Gobierno de Pekín ni siquiera se molestó en pasear todo su potencial militar.
La crisis energética, la transición ecológica contra el cambio climático o la capacidad de fabricación de vacunas en todo el mundo fueron otros de los temas recurrentes, en este caso, también con la mira puesta en el bloque Oriental. En este punto, fue importante el mensaje de la Unión Europea, que desacelera su transición verde para salvar su industria y no verse engullida por la competencia internacional.
La Cumbre terminó con la Declaración de Acción de Hiroshima para la Seguridad Alimentaria Global Resiliente, con el objetivo de movilizar hasta 600.000 millones de dólares en financiación para infraestructura de calidad a través de la Asociación para la Inversión Global en Infraestructura (PGII).
Pero el punto más relevante aparece en las discusiones internacionales sobre la gobernanza inclusiva de la inteligencia artificial (IA) y la “interoperabilidad para lograr nuestra visión y objetivo comunes de una IA fiable, en línea con nuestros valores democráticos compartidos”.
-Esta decisión de no fiarse de las máquinas venia en un momento global de desconfianza, David. El Parlamento Europeo estaba a punto de decidir sobre Tik Tok y el cofundador de ChatGPT, Sam Altman, confesaba ante el Senador de los Estados Unidos el peligro de la inteligencia artificial.
-Lo he visto en la SIM, Laura. Mientras se alertaba de los riesgos de esa tecnología revolucionaria, las máquinas iban decidiendo y adoptando cada día más funciones humanas. En un futuro, se decía, los humanos realizarían trabajos rudos y sin cualificar, mientras que los robots serían periodistas, pintores y poetas, como fantasmas del futuro.