José, José María, Luis y Ana Mulet son los nombres propios de las cuatro generaciones de una botica que cumple en 2023 su centenario, desde su primera oficina en Faura (Valencia) hasta la actual de la calle Segorbe de la capital de la Plana, donde se ha convertido en toda una institución del barrio de la Guinea
CASTELLÓ. Todo comenzó hace ahora un siglo, a tiro de piedra de la provincia de Castellón. Una mañana de 1923, el joven burrianense José Mulet Vila, recién titulado en Farmacia, abre por vez primera su botica en la pequeña localidad de Faura de les Valls, a poco más de 5 km de Almenara y a 26 de Burriana, donde había nacido en 1900. Aquel día, perdido en la bruma del tiempo, el hijo del herrero José Mulet Gil y de María Asunción Vila Diago, comienza a escribir una historia que en este 2023 alcanza un siglo de vida y abarca cuatro generaciones: la de la Farmacia Dr. Mulet.
Por esos azares de la vida, la del patriarca de esta saga comenzó en enero de 1900. Fue el segundo bebé que vio la luz en Burriana aquel año, lo que le dejó a las puertas de un privilegio: el Ayuntamiento financiaba la carrera universitaria del primer niño nacido en cada ejercicio. No obstante, José Mulet se vio arropado por una familia que desde su infancia vio en él un talento innato para los estudios. El sacrificio de sus padres y hermanos se vio compensado, primero, cuando logró culminar el Bachillerato y plenamente cuando regresó de Madrid con el título de Farmacia bajo el brazo el 17 de febrero de 1922. Reinaba Alfonso XIII. Durante aquel tiempo en la capital de España “tenía tan poco dinero que para comprar unos libros de química farmacéutica, que costaban una peseta, tenía que empeñar la gabardina en el Monte de Piedad, hasta que le llegaba algo de dinero desde casa”. Quien lo cuenta hoy es su nieto Luis Mulet, tercer testigo de esta carrera de relevos. Poco antes de fallecer el 15 de noviembre de 1977, su abuelo supo que Luis iba a seguir sus pasos en la Universidad y le invitó a recoger esos mismos libros de la biblioteca de su casa en la calle Mayor.
En Faura, don José se casa con la castellonense Carmen Ortiz, y allí nacen sus dos primeros hijos, José María y Miguel. Seis años después de llegar al pueblo, el primer Mulet se traslada unos pocos kilómetros hacia el interior, hasta la botica de Estivella, a las puertas de la Sierra Calderona, donde nacerían sus hijas Mª Carmen y Elvira. El padre de la familia, además de la oficina de farmacia, dirigía los laboratorios Viviar. Estivella, donde también le acompañaría el primer mancebo de la botica, Daniel Marco, sería la primera estación de un viaje que tenía como destino final Castelló. Pero en 1936, el primer intento de alcanzarlo se vería frustrado por su movilización al frente como farmacéutico en la Guerra Civil. Pospuesta un par de años, la operación se completa en 1938, cuando por fin puede regresar a su tierra natal y abrir el establecimiento en Burriana. El 17 de febrero de 1948 se escribe una nueva página de esta historia, al instalarse en la capital de la Plana, en concreto en la calle Colón, comprando el establecimiento de Hipólito Fabra, en el mismo lugar donde hoy permanece la farmacia Calderón. Por allí pasará un joven mancebo llamado Salvador Bellés, luego librero en Armengot y más tarde asesor cultural en el Ayuntamiento. En 1955, Mulet será pionero entre los boticarios de la ciudad al abandonar el centro urbano para instalarse -definitivamente- en la calle Segorbe, aún por pavimentar. En el número 58 de este vial, en pleno barrio de la Guinea, abre sus puertas una farmacia que pronto se convertirá en referencia para los vecinos de la zona.
Cabe reseñar que a mediados de los 50, España contaba con apenas 10.000 farmacéuticos colegiados respecto a los cerca de 80.000 de la actualidad, según el INE. La ciudad contaba en 1955 con 26 farmacias: “divididas en turnos de dos, tenías guardia cada 13 días”, recuerda Francisco Pons Escrig, quien en aquel 1955 fue incorporado por José Mulet como aprendiz. En las mismas fechas, se inauguraba el Grupo La Magdalena, con cientos de viviendas. Mientras Castellón iniciaba su despegue demográfico, Pons contaba 15 años y nunca hubiera adivinado que entraba en su destino profesional definitivo, pues se jubilaría en la farmacia como auxiliar en 2005, medio siglo después.
Su testimonio evidencia que las diferencias con el presente, más que cuantitativas, eran cualitativas: “la farmacia se basaba en mucha fórmula magistral entonces: el médico te escribía ‘prepárense tantos papeles, o sobres’ e incluso para elaborar los jarabes comprábamos azúcar y los elaborábamos nosotros”. El funcionamiento era “artesanal”, repone Luis Mulet: “en la época de mi abuelo era todo galénica, y era la medicina del paciente, no había industria farmacéutica, que ya entra en la etapa de mi padre, cuando mi abuelo se empieza a ver fuera de juego”.
Tres años después de su apertura, pasa por la puerta de la farmacia por vez primera Martín Jodar, un murciano que acaba de llegar a la ciudad para realizar el servicio militar, sin saber que él mismo acabaría haciendo toda su vida en esas calles. “Conocí a don José cuando hacía la mili, aunque hablé pocas veces con él, pero yo vivía en la misma calle Segorbe y me casé con una chica de esa calle”. Peluquero de profesión, a sus 86 años solo tiene palabras elogiosas para la saga de farmacéuticos: “los he conocido a todos y son una familia muy amable, muy buena gente”. Otro vecino del barrio de la misma generación, nacido en la calle Cronista Rocafort, Domingo Grangel, recuerda a sus 85 años a don José “muy pulcro” tras el mostrador de aquella farmacia en la que “prácticamente terminaba la calle” en aquel momento. Era un tiempo en que “todo eran casas bajitas en el barrio, que era muy humilde, y las puertas estaban siempre abiertas; en el buen tiempo todos compartíamos tiempo en la calle para hablar”.
Un universitario de abrigo y sombrero
De puertas adentro, Francisco Pons coincide con la impresión de Grangel sobre el patriarca de la saga y subraya que la evolución de la sociedad se refleja en las formas de cada generación. Así, “don José te marcaba una formación y un carácter: era el clásico universitario de entonces, educado y serio, siempre con su abrigo y su sombrero”. Junto su trabajo principal, el boticario despliega una actividad que abarca desde la tarea como uno de los cuatro inspectores farmacéuticos de la capital encargados de las inspecciones sanitarias, a la farmacia de la plaza de toros. Precisamente allí, en el coso de Pérez Galdós, José Mulet puede disfrutar de su pasión por el arte de Cúchares: además de reconocido crítico taurino, entre 1954 y 1973 preside el Club Taurino de Castellón, cuya su insignia de oro recibe en 1969.
Los años pasan. Don José ve cómo su salud se resiente poco a poco y el relevo está a la vista. Su hijo mayor, José María, se ha licenciado en Farmacia en la Universidad de Barcelona en 1951. Al acabar sus estudios, y tras casarse en Castellón con Marisa Pascual Climent, se ha desplazado a Tetuán, capital del protectorado español de Marruecos, como director técnico del laboratorio farmacéutico Morgens. Allí, entre otros trabajos destaca por elaborar la síntesis de un medicamento que se utilizó ampliamente como antituberculoso en los sanatorios españoles. Y allí nacen sus dos primeros hijos, José María y Mª Jesús Mulet Pascual, aunque la segunda fallece tristemente con solo cuatro meses de vida. Pero todo cambia para la familia el 7 de abril de 1956, cuando España reconoce la independencia de Marruecos, un mes después de que lo hiciera Francia. Entonces, José María Mulet traslada su actividad a Madrid, donde además de pasar a ejercer como presidente del laboratorio, también trabaja como profesor de Fisiología Vegetal en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid. En esta etapa nacen su tercera hija, Elena, en 1957 y tres años después, el cuarto, Luis. El quinto, Nacho, llegaría en 1967. Antes, en 1962, la familia debe hacer de nuevo las maletas, a la llamada del patriarca de la saga. José Mulet le pide a su primogénito que se haga cargo de la farmacia: “yo me hago mayor”, le dice.
Luis Mulet: “Hace muy poco aún vino una señora mayor y nos dijo que nunca olvidaría cuando en su niñez necesitó penicilina y ésta era un bien escaso y caro, y mi abuelo le dijo que no le faltaría nunca, que ya se la pagarían”
Al llegar a Castelló, una de las primeras cosas que constata José María es que su padre no solo es un hombre muy humano y cercano con su familia, sino que mantiene una relación muy estrecha con todo el barrio. “El tema es que su carácter llevaba a mi abuelo a fiar a todos, y mi padre se encuentra con un cajón de deudas impresionante, en tiempos muy difíciles económicamente para muchas familias”, explica Luis Mulet. “Hace muy poco aún vino una señora mayor y nos dijo que nunca olvidaría cuando en su niñez necesitó penicilina y ésta era un bien escaso y caro, y mi abuelo le dijo que no le faltaría nunca, que ya se la pagarían”. De modo que entre el nuevo farmacéutico y Francisco Pons, el auxiliar, van recuperando poco a poco el dinero adeudado. El segundo recuerda cómo “en aquel entonces muchas personas trabajaban por cuenta ajena y no tenían Seguridad Social [la cobertura de la asistencia sanitaria no fue universal hasta 1989], y si se ponía uno malo tenía que ir al médico con una iguala o pagándole… y así a veces llegaban a la farmacia sin dinero suficiente, y se les acababa fiando”.
Mientras los auxiliares comprueban hasta qué punto el vecindario es fiel a la botica de los Mulet, asisten en primera fila a una completa transformación del sector, con la farmacia galénica cediendo terreno a gran velocidad por el crecimiento de las especialidades de los laboratorios. “Además -evoca Pons- al principio los pedidos se pasaban de voz, por telefono, luego con un tipo de walkie talkie… y se ordenaban las cantidades y se ponían por orden alfabetico. Al principio había hasta telefonistas con una máquina de escribir”.
Un día de comienzos de 1964, se presenta en la farmacia un niño del grupo San Agustín, enviado por su madre en busca de un jarabe para su abuelo asmático. Mientras lo compra, escucha una conversación entre los empleados. “Al volver a casa le digo a mi madre que allí están buscando a un niño para trabajar allí, y mi madre viene al día siguiente y don José María se lo confirma: ‘demà, vine’, y mira, me quedé hasta el día que hice 65 años”. Así lo recuerda hoy José Piqueres Obiol, quien entrará como mancebo para convertirse en el único auxiliar que ha trabajado con las cuatro generaciones de la familia, al incorporarse en enero de 1964 y jubilarse en diciembre de 2014. “Mi padre trabajaba en la imprenta Armengot y yo no pensaba para nada en la farmacia”, asegura. Desde el principio encaja a la perfección en el equipo. Por un lado, subraya su suerte al contar con un Francisco Pons que ya contaba 23 años: “aprendí mucho de él”. Y por otro, destaca el trato exquisito de su jefe: “Nunca había ninguna pega por parte de don José; aunque alguna vez rompieras algo, él nunca te llamaba la atención”, rememora.
En los últimos 60, en concreto en 1967, la apertura de la Residencia Nuestra Señora del Sagrado Corazón -hoy Hospital General Universitario de Castellón- sirve a los dos primeros Mulet para aprovechar la circunstancia de ser ambos farmacéuticos para abrir una nueva botica en la actual calle Pobla de Benifassà, entre la gasolinera y la N-340. “Yo estaba allí en la puerta de la farmacia el día de la inauguración -recuerda Piqueres- pero cuando me fui a la mili, estuvo cerrada un par de años; a la vuelta aún estuve un tiempo allí hasta que falleció don José” y su hijo hubo de elegir, quedando solo en funcionamiento la oficina de la calle Segorbe. De aquellos años, Piqueres recuerda como una anécdota que iba a una habitación del hospital, “llamaba a la puerta y dejaba al paciente la medicación en la mesilla”.
Un torbellino llamado José María Mulet Ortiz
Y es que ambos auxiliares, Pons y Piqueres recuerdan, con la misma nobleza que su padre y un carácter “algo más nervioso”, la figura de José María Mulet Ortiz. Apasionado por igual de la historia de la farmacia y de la botánica, el segundo farmacéutico de la familia despliega una actividad agotadora. Docente por vocación, pasa 30 años en las aulas -incluyendo las Escuelas Pías- y dos décadas entre el Colegio Universitario de Castellón- que le cuenta entre sus fundadores- y la Universitat Jaume I, como profesor de Biología. Colaborador del Jardín Botánico y de la Cátedra de Botánica de la Facultad de Farmacia de Valencia, preside la comisión de expertos en botánica y agricultura de Castellón, fue vicepresidente de la Asociación Amics del Desert y asesora al Ayuntamiento de la capital de la Plana para que poblara calles y plazas con especies representativas de la provincia. Testigos de su labor son las carrascas de la plaza Santa Clara, los robles de la calle Vera o el olivo milenario de la avenida Rey don Jaime.
Con una extraordinaria vis divulgadora, José María Mulet lo mismo publica con asiduidad artículos en la prensa que ejerce como guía en sus viajes por la provincia de Castellón con todo tipo de públicos, descubriéndoles desde la carrasca de Culla a la hiedra de Sant Pau o los olivos milenarios del interior, sin olvidar el Quercus valentina -roble valenciano- descubierto por Cavanilles en la Serra d’En Galceran en el siglo XVIII. Además, su dedicación apasionada al estudio le lleva a obtener, en 1971, la calificación de Sobresaliente para su tesis sobre la historia de la farmacia en la provincia de Castellón, que presenta en la Universidad de Barcelona. Y todo ello, sin descuidar su oficio: uno de sus mejores amigos, el catedrático de Botánica de Valencia, Dr. Manuel Costa, dejará dicho que “este farmacéutico eminente ha llevado siempre una vida intensa impregnada de olor a rebotica, siendo un gran luchador entusiasta y con una capacidad de entrega sin límites, uno de esos hombres que no pasan desapercibidos”.
Buena prueba de ello es su papel en el Colegio Oficial de Farmacéuticos, que presidirá de 1982 hasta el año de su fallecimiento -1994- y en el que creará un museo de farmacia con piezas de gran valor histórico, lo que le valdrá que el colegio le pusiera su nombre a dicho espacio museístico. También contribuirá a la recuperación del herbario del botánico Manuel Calduch. En 1992, al retirarse de las aulas, su querida UJI le rendirá un homenaje nombrándole colaborador de investigación honorífico. El rector fundador de la Universidad, Francesc Michavila, justifica hoy aquella decisión en su sólida trayectoria investigadora y su implicación en la creación del CUC, y aporta otros dos argumentos adicionales: “contar con él era coherente con el estilo de la UJI, que pasaba por captar a los mejores intelectuales e investigadores, por un lado, y por otro lado, reforzar los vínculos con la sociedad castellonense, y qué mejor que hacerlo con alguien tan importante como el presidente del Colegio de Farmacéuticos”.
Francesc Michavila: "contar con José María Mulet como investigador honorífico de la UJI era coherente con el estilo de la Universidad, que pasaba por captar a los mejores intelectuales e investigadores, y por reforzar los vínculos con la sociedad castellonense"
En lo personal, aunque frugal en lo gastronómico, José María Mulet responderá al tópico del hedonista mediterráneo: gran fumador de pipa, es también entusiasta de los coches deportivos y coleccionista de sombreros. A su desaparición, el Ayuntamiento de Castelló le dedicará una calle situada junto a la Universidad y asimismo editará su obra póstuma, una deliciosa Guía del Parque Ribalta en la que relata toda la grandeza del paseo, destacando sus centenarias especies botánicas.
Luis Mulet Pascual, la tercera generación
Su hijo Luis llega a la farmacia casi por predestinación. El primogénito, José María, opta por la Medicina. Elena se decanta por la Enfermería. “Yo era la tercera y última posibilidad. Cuando él me pregunta ‘¿qué quieres ser?’ yo le dije ‘supongo que farmacéutico’, y al insistirme sobre mis intenciones, le dije lo que en ese momento deseaba: me iría a hacer Bellas Artes en la Sorbona de París. Y entonces él me dijo ‘primero acaba la carrera de Farmacia y luego te pagaré lo de la Sorbona’. Luego he pensado que la lógica de mi padre me puso en orden, porque hubiera acabado en París en un antro muerto de hambre y frío, porque es muy difícil tener éxito en el arte”.
Hasta su muerte, el 16 de julio de 1994, José María Mulet tiene tiempo para compartir con su hijo Luis, tercera generación al frente de la farmacia, toda su sabiduría en el oficio. Durante toda una década, desde 1984, le transmite no solo los conocimientos sino también la pasión por las cosas bien hechas y el servicio cercano al vecindario. Pero el aprendizaje junto a su progenitor había empezado mucho antes, y tuvo un punto anecdótico en los inicios de la carrera universitaria de Luis, puesto que padre e hijo compartieron las aulas del CUC: “él daba Biología Vegetal y yo lo tenía de profesor; llegábamos juntos y luego cada cual asumía su rol. Y al poner las notas al final de curso, me puso un Notable”, sonríe Luis, y prosigue: “de los seis que teníamos Notable, dijo que todos se podrían presentar a otro examen para conseguir el Sobresaliente y optar a la Matrícula de Honor, menos yo. Y cuando le preguntaron por qué yo no podría, él dijo que ya estaba bien con el Notable”.
Luis se licencia en Valencia en 1982 y en 1983 se incorpora al servicio militar, lo que le curte también desde el punto de vista profesional: “en la mili llevé la farmacia militar del cuartel Viriato de Zamora, y eso me dio mucha seguridad. Allí me tocó hacer fórmulas magistrales para el Ejército y lidiar con el carácter de los militares, que a veces se las trae… en definitiva, que cuando vine aquí ya no lo hice como ‘pipiolo’ y enseguida me gané la confianza de los auxiliares, que ya sabían lo que era el día a día”. La impresión es confirmada por José Piqueres, para quien “Luis ha sido un compañero más, a veces ibas a hacer algo y él se te había adelantado”. Será tras la mili, y después de su boda con María Nicolau Miró, cuando Luis asuma su papel en la farmacia, en 1984. Al año siguiente, nace su hija Rocío. La vida sigue y su padre le orienta en la elaboración de su tesina, Etnobotánica farmacéutica de l’Alt Maestrat, primer paso en el camino del Doctorado. Este llegará en 1990, precisamente en el año de nacimiento de su segunda hija y continuadora -Ana Mulet Nicolau- con la tesis Estudio etnobotánico de la provincia de Castellón, que será publicada por la Diputación al año siguiente. Y es que, entre otras pasiones, Luis recibirá de su padre la de la botánica. En 1997 publicará, también con la institución provincial, su Flora tóxica de la Comunidad Valenciana. Ese amor compartido por la naturaleza le llevará a recoger también el testigo de José María Mulet en la defensa del Desert de les Palmes, de cuyo Paraje Natural será presidente de la Junta Rectora entre junio de 1998 y octubre de 1999. Además, el rector Fernando Romero le incluirá como vocal especialista en jardinería y flora autóctona en el jurado calificador de los proyectos de urbanización del actual Jardí dels Sentits, auténtico pulmón verde y bulevar central del Campus de la UJI.
Precisamente por esos años, a caballo entre dos milenios, llega a la farmacia otra revolución: la informática, y posteriormente Internet. “Cuando llegó el ordenador, estaba de repente todo archivado y al apretar la tecla ya lo sabías todo, si algo no estaba o estaba mal colocado en la estantería: fue un adelanto muy, muy grande”, explica Pons. “Cuando Paco ya se había jubilado, el Colegio de Farmacéuticos organizaba cursillos, y cada día iba una persona; a mí me lo tenía que explicar Luis, poco a poco, porque las explicaciones se interrumpían a menudo, cuando llegaba algún cliente que pedía ser atendido por alguien en concreto”, añade Piqueres.
Entre sus aportaciones, Luis incorpora a la botica la fitoterapia, el uso de plantas con objetivo terapéutico: “empecé a hacer tisanas, con diferentes finalidades, desde para hacer frente a la hipertensión a usos adelgazantes, laxantes, para hemorroides… tenemos como 40 tipos de tisanas de la marca propia, Dr. Mulet”. La ampliación de la oferta de productos es un valor añadido que se une a una continuidad familiar muy apreciada en el barrio: “si José María era fantástico, muy buena persona -indica Domingo Grangel- Luis es un calco de su padre”.
Ana Mulet Nicolau, el cuarto eslabón
Y es que cada generación de los Mulet ha sumado su propio valor añadido a la empresa familiar, y aunque Ana asegura que sus predecesores le han puesto muy alto el listón, su aportación ha sido doble. “Tras acabar la carrera en 2013, con 23 años, me fui a Madrid y me especialicé en Cosmética y Dermofarmacia, que me gustaba mucho”, recuerda. Posteriormente a su incorporación a la farmacia en 2014, se especializó también en Ortopedia, “para crecer y tender a ofrecer un espacio de salud en sentido global”. La apuesta sirvió, por una parte, para ampliar una línea de productos cosméticos -un camino que Luis Mulet había abierto de forma más artesanal- y por otra, para generar nuevas oportunidades de negocio.
En estos primeros años, Ana ha podido aprender todo sobre el funcionamiento de la botica de la mano de su padre, de quien subraya ante todo su gran paciencia, “aunque es algo nervioso”. Al otro lado de la balanza, el golpe que supuso la pandemia, “aunque también supuso un aprendizaje muy importante”. En este punto, recuerda cómo dividieron la plantilla en dos grupos para acudir en días alternos a la farmacia, porque de no tomar esa medida, en caso de que un miembro de la plantilla se contagiase, hubieran tenido que echar la persiana, por protocolo. “Nos tocaba trabajar el doble, era una locura, la verdad”.
Ana Mulet, cuarta generación al frente de la farmacia, ha apostado por convertirla en un espacio de salud global, con nuevas líneas de negocio en cosmética y ortopedia
La confianza del barrio ha sido un ingrediente esencial para que esta farmacia haya llegado a ser un espacio de salud global con unos profesionales que comparten “una de las profesiones más bonitas”, en palabras de Luis Mulet, “porque la gente ve muy próximos a sus farmacéuticos”. La rapidez del servicio es otra de las claves, junto con la capacidad de empatizar con los clientes. En el ADN de la botica familiar, Ana Mulet identifica “la ética profesional, que te lleva a tratar pacientes, no clientes, y el tacto humano, porque te están confiando su gran problema, junto con otro punto clave: un buen trato al equipo, porque estamos donde estamos gracias a ellos, y un trabajador que no esté a gusto no trabajará igual”. Del estilo familiar y cercano de los Mulet habla bien a las claras, por ejemplo, lo que sucedió a la jubilación de Pons y Piqueres: “a los dos nos decían que nos quedásemos las llaves, que esta era nuestra casa, ya ves qué cosas”, explican ambos, quienes siguen recibiendo puntualmente sus cestas de Navidad.
Otra de las claves del éxito ha sido que el barrio de la Guinea hiciese suya la farmacia, hasta extremos que van más allá de la metáfora. Sirvan para ilustrarlo tres anécdotas. La primera la cuenta Ana: “hace unos años, en la anterior ubicación de la farmacia nos cambiamos el vestuario del personal y elegimos uno oscuro, casi negro; pues al entrar la gente preguntaba quién se había muerto… y mira, no duramos ni una semana”. La segunda está relacionada con una reforma del local y la relata Luis: “nos estaba costando mucho dinero una reforma en el chaflán y ya rebasado con mucho el presupuesto, un paciente habitual me espetó si aquí teníamos menos importancia que en el centro, porque allí las farmacias tenían una cruz con un reloj. Me dijo que si ponía el reloj, él traería una botella de champán. Al final la pusimos y cumplió su promesa”. Finalmente, la tercera anécdota atestigua la franqueza de los vecinos del barrio, “gente muy sincera”, según explica Luis Mulet: “mi padre me compró una Vespa cuando tenía 18 años, y tras varios años sin estrenarla y ya trabajando en la farmacia, un día la traigo y al verme aparcarla, un abuelo me viene muy serio y me pregunta ‘vostè on va amb això? No pot ser, un farmacèutic no pot vindre en una cosa d’estes’. Y mira, se acabó la Vespa”.
Con mil y un momentos buenos y malos en un siglo, la historia de los Mulet sigue escribiéndose, ahora con la interrogante de la quinta generación. “A veces lo comentamos de broma, porque tengo dos hijos de 3 y 4 años, y les miran preguntándose quién será el siguiente”, sonríe Ana. Mientras se despeja la incógnita, el mostrador sigue en plena ebullición de actividad y afuera, hoy en Castelló como hace 100 años en Faura, la vida sigue.