VALÈNCIA. En el año 1960 se publicó El retorno de los Brujos (Le Matin des Magiciens, en francés), un ensayo de Louis Pauwels y Jaques Bergier que se convirtió en un clásico. La obra explicaba que, como reacción a los avances científicos y la pérdida de influencia social de la religión, se extenderían creencias relacionadas con la parapsicología, el esoterismo y todo tipo de chaladuras irracionales. En realidad, los brujos y sus encantamientos nunca se marcharon, porque quienes creen en ellos son muy contumaces.
Los programas sobre ovnis y alienígenas de cadenas reputadas como National Geographic, AMC o Disney superan dos décadas de miles de episodios emitidos. Se suman a ellos otros tantos programas dedicados a casas encantadas y misterios sobrenaturales de todo tipo. Medios de comunicación antaño serios y dedicados a la divulgación científica se dedican hace tiempo a propagar la existencia del Big Foot y toda clase de extravagantes conspiraciones, acompañadas de las innumerables chifladuras que es posible encontrar en las redes sociales. Todo indica que los brujos han vuelto con esteroides y que nuestra sociedad, que tanto debe su existencia y cotidianeidad a la ciencia, se entrega apasionadamente a la irracionalidad una y otra vez.
La realidad nunca acaba de ser descubierta, así que afirmar verdades inmutables es lo contrario a la ciencia. La ciencia es dudar, poner siempre a prueba lo que creemos verdadero. Como explicó Thomas Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones científicas, el mecanismo por el que la ciencia avanza es proponer paradigmas que más adelante serán superados por nuevos paradigmas. La ciencia no es un conjunto de dogmas, sino un método para conocer mejor la realidad cuestionando lo anterior. La sociedad trata de conservar el conocimiento, pero en el intento lo institucionaliza y acaba por traicionarse a sí misma. Por eso decía Max Planck que la ciencia avanza en cada funeral.
Por desgracia, el divorcio con la realidad y la burocracia no son los únicos enemigos de la ciencia: la pseudociencia que se hace pasar por auténtica es más dañina.
"Estamos expuestos a miles de mensajes que desinforman con datos indemostrables y que nos aconsejan hacer esto o lo otro, alimentando nuestros prejuicios con una falsa ciencia"
Estamos expuestos a miles de mensajes que desinforman con datos indemostrables y que nos aconsejan hacer esto o lo otro, alimentando nuestros prejuicios con una falsa ciencia. Estos mensajes no responden a nuestro bienestar, sino a los intereses de quienes los propagan, ya sea la Big Pharma, fundaciones fantasmas o fabricantes de bebidas con chispa. En España tenemos, además, supuestos investigadores que baten los récords mundiales de generación de artículos científicos: un tecnólogo de Orense firmó 176 trabajos científicos en 2022, mientras que un químico de la Universidad de Córdoba, famoso por su laboriosidad con universidades de Arabia o Rusia y ahora expedientado, firmaba un artículo o trabajo universitario cada 37 horas. La explicación es lo que los anglosajones llaman publish or perish: a más artículos que se firman —de calidad cero, da igual— más se ingresa y más engorda el curriculum vitae con vistas a obtener mayores ingresos futuros. En resumen, un conglomerado de bazofia y ambición personal y corporativa. Los artículos con titulares del tipo Científicos han descubierto… o Expertos recomiendan… son casi siempre pura fantasía.
Pese a esto o quizás por esto, la verdadera ciencia es trascendental, porque es la base de la tecnología, y la tecnología determina nuestro modo de producción, nuestra cultura y nuestro estilo de vida. La ciencia es saber, y lo que sabemos construye todo lo demás. Es lo que moldea nuestras sociedades y nuestra visión del mundo. Sin ciencia, estaríamos aún en algún lugar del Pleistoceno.
Decía Carl Sagan que la ciencia es una luz en la oscuridad. Una definición sublime.