Lo crean o no, este saludo lanzado con toda la buena voluntad del mundo para esta época tan preciosa del año se ha convertido en motivo de controversia en toda Europa. Tanto que hasta el Papa Francisco se ha pronunciado. El dislate comenzó con un documento interno de la comisaría de Igualdad, la maltesa Helena Dalli, sobre lenguaje inclusivo para los trabajadores y funcionarios de las instituciones comunitarias.
En este texto, se pedía sustituir la palabra ‘Navidad’ por ‘vacaciones’ y, así, modificar estos buenos deseos por otras expresiones que no pudieran molestar a personas no cristianas. El documento no se detenía aquí y también hacía referencia a los términos con los que hay que referirse a las personas (proponía incluso el término anglosajón ‘Mx’ para evitar diferencia entre Mr y Mrs) y hasta evitar referirse a las familias para no discriminar a los solteros (como si todos no tuviéramos familia y hubiéramos salido de debajo de una mata). En fin, todo un despropósito que ha durado hasta que el bochorno ya era demasiado, obligando a retirar este documento, que entrará en la nueva antología del disparate que se escribe día a día con la excusa de los lenguajes inclusivos, la modernidad líquida y las jerigonzas a las que asistimos en los últimos tiempos.
Entiendo que la sociedad avance, pero no quiere decir que sea en la dirección correcta porque también se puede marchar hacia el precipicio. Comprendo y comparto el respeto y tolerancia a todas las personas con sus condiciones y circunstancias. Soy firme defensora de que haya paz en la Tierra a las gentes de buena voluntad, como se dice. Pero también aclaro que el respeto es una carretera de doble dirección, es decir, que nadie falte al sentimiento de nadie. Tampoco el de los católicos.
Dicho esto, experimentos de ingeniería social como el que ha intentado perpetrar la comisaría de Igualdad no son sino intentos de borrar nuestra memoria y nuestra educación sentimental, la que nos han transmitido nuestros abuelos, abuelas, madres y padres. Y eso sí que puede llegar hasta a cabrearme, para qué quieren que les diga otra cosa.
Leí en Valencia Plaza la retirada del documento durante el pasado puente de la Constitución y la Inmaculada Concepción (dos conceptos que algunos querrían desterrar para poner directamente ‘puente de diciembre’ en el calendario), una vez terminado de colocar el Belén y el árbol de Navidad con mis sobrinos. Para mí, uno de los momentos más entrañables de estas fiestas, que solo concibo en el calor de los hogares y rodeado de los míos. Y, perdónenme, me puse nostálgica y reflexiva. ¿En qué momento pasamos de aprender estas tradiciones a enseñarlas para que continúen con el mismo cariño con la que nosotros las recibimos?
El tiempo pasa rápido, demasiado rápido. De la poca huella que dejamos al pasar por la tercera roca del Sol son estos momentos de unidad y cariño que son las tradiciones. Y no voy a consentir que nadie me las cambie con las excusas de la intolerancia de quienes las practicamos o el respeto y hasta la ofensa a quienes no las comparten. Lo diga la Comisión Europea o los ministros metomentodo que no tienen otra cosa que hacer en el Gobierno de Pedro Sánchez.
Estamos en Navidad, donde rememoramos que hace 2021 años nació en un portal de Belén un niño que se convirtió en Salvador de la Humanidad, nacido de María en inmaculada concepción y al que tres Reyes Magos de Oriente acudieron a adorar guiados por una estrella.
Esto, y nada más, es lo que celebramos estos días en Europa, España y allá donde hemos llevado nuestra cultura cristiana. Puede parecer obvio, pero también es necesario de recordar para que nadie lo pueda tergiversar, camuflar o esconder.
Así que, como no nos leeremos hasta después de Nochebuena, les deseo a todos una Feliz Navidad. Y cuídense mucho.