Padecemos un déficit de atención vital. Vivimos en la sociedad con más información de la historia, pero nos cuesta gestionar esta abundancia.
Estamos en una realidad digital acelerada. En este mundo todo es para ya, queremos cubrir las necesidades de forma instantánea, la búsqueda de la recompensa inmediata ha dejado a la paciencia y a la fuerza de voluntad fuera de juego.
El exceso de información genera más desinformación y es un caldo de cultivo para la difusión de las fake news. El 50% de los estudiantes de la ESO no es capaz de distinguir un titular falso frente a otro verdadero sobre un mismo tema.
Además, la inmediatez no invita a frenar y contrastar si es cierta la información recibida, la consumimos sin pensar e incluso le damos al click y contribuimos a su difusión. Los bulos y la desinformación es uno de los principales retos de la digitalización de nuestra cotidianeidad. Se han convertido en una herramienta utilizada por algunos partidos para generar odio y despertar los impulsos más básicos, durante la pandemia con informaciones poco rigurosas o falsas e incluso algunos medios se han hecho eco de bulos. Y recientemente se están usando como un escudo ante la crítica.
Estos días hemos visto como el ministro Garzón ante la avalancha de críticas por su desafortunada entrevista en The Guardian responde a los que le acusan de no defender al sector ganadero fuera de nuestras fronteras que son noticias falsas, o sea portadores de fake news. Aunque él textualmente dijera que “lo que no es sostenible en absoluto son esas llamadas macrogranjas…Encuentran un pueblo en un área despoblada de España y colocan allí a 1.000, o 5.000, o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan la tierra, contaminan el agua y luego exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratados”.
En Podemos han cerrado filas para justificar su metedura de pata aduciendo la mala intención y la desinformación de los críticos. El problema es que no solo se lo reprochan desde la oposición, sino distintos dirigentes socialistas y hasta el ministro titular de Agricultura, Pesca y Alimentación. Mónica Oltra también ha pasado de personificar una oposición feroz a transmutarse en una víctima de los bulos. La vicepresidenta acusa de campañas de desprestigio a quien critica su gestión en los centros de menores y le solicitan comparecer o información para investigar, sean los partidos de la oposición o instituciones como el Síndic de Greuges o la Comisión Europea.
Sabemos que las campañas de difusión masiva de bulos y mentiras para intentar manipular las emociones de las personas al antojo de intereses partidistas son una gran amenaza para los principios democráticos, pero también es peligroso utilizarlas como excusa para censurar la denuncia. Acallar opiniones discrepantes con la justificación de que son ofensivas también es una amenaza para la libertad de expresión porque demuestra intolerancia a la crítica. Las fake news no pueden ser una coartada.
Porque si algo necesitamos es retomar el debate y el pensamiento crítico. Dejar a un lado los buenismos y lo políticamente correcto. Los medios de comunicación tenemos que ser garantes del rigor y la credibilidad, los principales valores del periodismo, para frenar la desinformación y ayudar a los ciudadanos a combatir las distintas formas de manipulación en el mundo analógico y digital.
Somos seres sociales y tenemos un componente emotivo y un sentimiento de pertenencia que nos lleva a reafirmarnos en nuestras creencias, por eso nos gusta leer o escuchar ciertos medios y nos alejamos de los argumentos que van contra nuestras ideas. Evidentemente todos tenemos nuestro filtro, venimos con nuestra mochila. Nuestras creencias marcan la percepción que tenemos de nuestro entorno y creamos nuestros propios prejuicios.
También los sesgos hacen que tengamos una observación selectiva e interpretemos los datos a nuestro antojo, según lo que nos interese, y que nos creamos inmunes a la equivocación porque el error siempre es del otro. Tenemos una tendencia natural a huir de la autocrítica, buscamos confirmar lo propio y rechazar posibles alternativas.
Pero las creencias también están para cuestionarlas porque sin la crítica o la diversidad de opiniones es imposible el desarrollo de una sociedad, más cuando el mundo digital no contribuye más que a reforzar este aislamiento cognitivo. Los algoritmos trabajan para personalizar los resultados de las búsquedas que hacemos y seleccionan la información de acuerdo a nuestro historial, información personal … y nos da la que más se acerca a nuestro punto de vista. Es el llamado filtro burbuja, el aislamiento ideológico y cultural, que fomenta el inmovilismo y la hostilidad hacia los puntos de vista diferentes.
Quizá sea hora de pinchar la burbuja y mirarnos sin tantos filtros. Y de paso, recordar las palabras de Noam Chomsky, “si no creemos en la libertad de expresión de la gente que despreciamos, no creemos en ella”.