En julio de 2011, el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció la convocatoria de Elecciones Generales para el mes de noviembre; un adelanto electoral de cuatro meses respecto de lo inicialmente previsto, en marzo de 2012. Previamente, en abril de ese mismo año, ya había confirmado que no se presentaría a la reelección. Entre un anuncio y otro, el PSOE se llevó un singular varapalo en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2011, que fueron también las de la aparición fulgurante del movimiento del 15M.
En realidad, el final de la segunda legislatura de Zapatero se había producido justo un año antes de eso, cuando se acabó abruptamente cualquier ilusión de capear la crisis económica provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria a base de gasto público. El "decretazo" de mayo de 2010 certificó el divorcio entre el PSOE y parte de su electorado, que en los años sucesivos buscó alternativas. Y la primera alternativa de todas ellas, antes de irse a la abstención (o al PP, en noviembre de 2011), fue Compromís. Este partido, creado a partir de la combinación entre el Bloc y la escisión de Esquerra Unida que acabaría siendo Iniciativa del Poble Valencià, liderada por Mónica Oltra, había logrado mucho protagonismo en la legislatura anterior como azote de la corrupción y los excesos del PP (que, a su vez, obtuvo su mejor resultado electoral precisamente en 2007, y experimentó cierto descenso en 2011). Prácticamente ninguna encuesta vaticinaba su entrada en las Cortes, pero lograron entrar con holgura.
Por primera vez, la oferta electoral a la izquierda del PSOE en la Comunidad Valenciana no estaba monopolizada por el PCE-Esquerra Unida. Y este nuevo actor político, gracias a su imagen de modernidad, a su capacidad para conectar con el público más joven, más conectado a las nuevas tecnologías y formatos de comunicación, a una presencia en la esfera pública que transmitía una oposición al PP mucho más eficaz que la del PSPV y, especialmente, al liderazgo de Mónica Oltra (que encarnaba muchas de estas virtudes en su persona), logró dar un salto cualitativo aún más significativo en 2015. En aquellas elecciones, Compromís obtuvo la posición predominante en la izquierda que le daría la alcaldía de València a Joan Ribó, y estuvo a punto de hacer lo propio en las elecciones autonómicas, quedándose a dos puntos y cuatro escaños del PSPV (18% de los votos y 19 escaños de Compromís frente a 20% y 23 del PSPV, respectivamente).
Desde entonces, Compromís y Mónica Oltra se han constituido en una alternativa al PSPV por la hegemonía en la izquierda en la Comunidad Valenciana. Y, además, tampoco han descuidado -Oltra en particular- las relaciones con la izquierda alternativa al PSOE en el resto de España, se trate de Podemos, de Más País, o de lo que quiera que sea finalmente el proyecto de Yolanda Díaz. En la mente de Compromís, y desde luego de Mónica Oltra, siempre ha estado disputarle el espacio electoral al PSOE y al PSPV y no confundirse con ellos. Algo que es lógico, totalmente legítimo, y además es lo que han de hacer si quieren que su proyecto político sobreviva... Pero que no gusta al PSOE, claro. Mónica Oltra siempre ha molestado al PSOE y eso está muy mal, como de hecho nos han explicado estos días muchos analistas políticos y periodistas de cabecera del PSOE cuando acusan a Oltra de egoísmo y falta de responsabilidad por no dimitir, o por dimitir sin pedir suficientes disculpas al PSOE.
Esa hostilidad, larvada pero cada vez más clara, entre PSOE y Compromís, y específicamente con Mónica Oltra, también ha estallado en estos días. Está claro que el ambiente mediático y político se había puesto muy cuesta arriba para Oltra y que probablemente no le quedaba alternativa a la dimisión. Y que políticamente su posición es muy difícil de defender, porque es muy difícil explicarle al electorado el conglomerado de argumentos que ponen en duda la acción de la justicia en un caso de abuso sexual a una menor. Pero, así y todo, quedará en el tiempo, en las relaciones entre los partidos de izquierda, cómo desde el PSOE, desde el PSPV, y desde sus medios adláteres, en València y en Madrid, se ha aplicado una clarísima presión concertada para lograr un objetivo (la dimisión), que además también tuvimos ocasión de ver en acción hace siete años, cuando la malvada Mónica Oltra y los 32 diputados, 29% de los votos, que le apoyaban (de Compromís y de Podemos) pretendían disputarles la presidencia que les correspondía por derecho al PSPV y a Ximo Puig y su imperial 20% de los votos, 23 escaños de 99.
La dimisión de Mónica Oltra es un fin de época. Para ella, evidentemente (incluso aunque sea exonerada en un breve plazo de tiempo y logre volver a la política, que eso está por ver). Para Compromís. Y también para el Botànic. Por si la situación económica no fuera suficiente problema para aspirar a la reelección de la coalición en 2023, ahora se han sumado otros dos factores de gran calado. Por un lado, la clara constatación, vistos los resultados de las elecciones andaluzas, de que estamos viviendo un fin de ciclo político y que va a ser muy difícil para Pedro Sánchez revalidar su mandato en la Presidencia del Gobierno, aunque él no piense adelantar las elecciones y aspire a presentarse de nuevo, a diferencia de Zapatero (factores ambos que, de hecho, contribuirán previsiblemente a erosionar más sus opciones, por el desgaste inherente al paso del tiempo gestionando el país con un infierno inflacionista desatado y con un líder ya muy impopular al frente). Este fin de ciclo no sólo puede afectar al PSOE y a la coalición de Gobierno en las próximas elecciones generales. También, como ocurrió en 2011, como de hecho ha ocurrido en Andalucía y antes en Madrid, se filtrará a comicios de orden autonómico y local.
Por otro lado, la abrupta ruptura entre Puig y Oltra, la clara constatación de que el PSPV no sólo no ha actuado con lealtad, sino que ha aprovechado la ocasión para desembarazarse de una peligrosa enemiga, perdurará en la evaluación de la recta final del Botànic, creará continuos problemas de "encaje" que además aflorarán públicamente con mayor asiduidad y, en fin, afectará a las expectativas electorales del Botànic en su conjunto. Queda un año para las elecciones y, como también sucederá en España, previsiblemente será un año de agonía para el Botànic, que culminará en un cambio de Gobierno. Y habrá que ver con qué resultados.
Desde mi punto de vista, la jugada del PSPV y del PSOE les puede salir bien en la Comunidad Valenciana incluso aunque pierdan el Gobierno, porque posiblemente profundicen en algo que ya se intuyó en 2019, y más aún en Andalucía: la vuelta del bipartidismo y el estancamiento y declive de las alternativas a los dos partidos sistémicos de la democracia española, PP y PSOE. Porque los votantes de Compromís están viendo cómo la líder de su partido ha salido del Gobierno por la puerta de atrás y acusando al PSPV y a Ximo Puig de provocar su salida... y en Compromís no han adoptado ni parecen querer adoptar ninguna medida al respecto. Al no salir del Gobierno y limitarse a sustituir a una vicepresidenta por otra (Aitana Mas), Compromís se conforma con el papel de comparsa. Y en España, ser comparsa del que manda nunca es rentable. Que se lo digan a Ciudadanos.