La Comunitat Valenciana es tierra de fuego, ese elemento que nos marca distintivamente en nuestras fiestas más internacionales y del cual nos sentimos orgullosos. No hay localidad ni fecha significativa en la que no se lancen cohetes al aire para celebrar su patrón o patrona, conmemoración o festividad. Pero el mismo fuego que nos transmite emoción, alegría y arte nos ha demostrado la última semana su lado más daniño con los devastadores incendios en Vall d’Ebo y Bejís, que se han llevado por delante más de 30.000 hectáreas de nuestro territorio.
Por fortuna, no ha habido daños personales, que eso sí es irremplazable. Y digo con toda consciencia lo de “por fortuna” porque alguien tendrá que dar explicaciones serias y convincentes de cómo es posible que un tren circulase tan cerca de la zona afectada por un incendio forestal, con el consiguiente riesgo vital para los pasajeros y trabajadores. Un error que pudo haber devenido en tragedia y del que es necesario extraer responsabilidades.
Pero no nos debemos de quedar ahí. Es cierto que ha sido un verano nefasto en cuanto a siniestralidad forestal en toda España, lo que nos obliga a partir de ahora a un ejercicio de reflexión muy profundo de toda las administraciones sobre cómo gestionamos el medio rural y sus riquezas, tanto medioambientales como económicas. Aunque parece que se descartan los motivos intencionados en los incendios producidos en la Comunitat Valenciana, sí aparecen detrás argumentos que podrían explicar o justificar al menos que hayan sido tan difíciles de controlar y extinguir, que nos hayan costado tantas miles de hectáreas de parajes protegidos, de riqueza medioambiental en nuestra autonomía.
En primer lugar, sobre todo, agradecer el esfuerzo de brigadistas forestales, bomberos y efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) desplazados hasta los focos. Han sido días muy difíciles climáticamente hablando, con altas temperaturas, vientos cambiantes y condiciones muy adversas. El trabajo incansable de todas estas personas es encomiable y bien merece otro reconocimiento más, al mismo nivel que el de los sanitarios durante la pandemia. Mantener unas brigadas forestales cuantiosas, bien formadas y preparadas entiendo que es tan importante como que en las ciudades hayan suficientes policías y bomberos.
No solo debemos contar con cuerpos específicos de actuación, sino que tan importantes como ellos deben ser las labores de prevención de incendios forestales. Aquí permítanme que elogie la labor de mi compañera Elisa Díaz, portavoz de Medio Ambiente del Grupo Popular en Les Corts Valencianes. ¿Cuántas denuncias habrá hecho en invierno y primavera sobre el cuidado de nuestros bosques sin respuesta de la Conselleria dirigida por Mireia Mollà? Pero, sobre todo, qué pocas respuestas ha tenido más allá de estos tópicos de “emergencia climática” a los que tan acostumbrados nos tienen desde la izquierda.
Que digo yo, que mucha emergencia y tal, pero a la consellera del ramo (y de los árboles, montes y medio ambiente) le ha costado una semana interesarse por los incendios que azotaban de sur a norte nuestro territorio. Porque una cosa es no querer interrumpir el trabajo de los profesionales y otra desentenderse del tema. Como siempre, tendrá que ser el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, quien explique la labor de su gobierno en esta crisis como último responsable que es de de todos sus compañeros. Porque Puig sí que acudió a los puestos de mando avanzados (como también el presidente de la Diputación de Alicante, Carlos Mazón) a comprobar qué necesidades había. De ahí nadie le echó.
Pero, más allá de la anécdota, decía que debemos reflexionar en profundidad no solo sobre la limpieza de los montes valencianos y su cuidado, sino también sobre el medio rural en general. Leía al respecto el artículo que Julià Àlvaro escribía en ‘Valencia Plaza’. Como es habitual en la izquierda, analiza muy bien los problemas, pero yerra por completo en las soluciones.
Estoy de acuerdo con él en que hay que fijar población en los pequeños municipios, crear condiciones de desarrollo económico, social y vital para sus habitantes que eviten la emigración a grandes ciudades y el abandono de su entorno rural. Respaldo, como no puedo ser de otra forma, el apoyo a la agricultura, la ganadería y la explotación sostenible del sector primario como medios fundamentales para conseguir mantener vivos a nuestros pueblos y, no olvidemos, surtidos a nuestras ciudades. Porque todos somos pueblo, porque en estos municipios afectados hay alcaldes de todos los partidos, sí también del PP. A todos los vecinos afectados, alcaldes, concejales y familias sea cual sea su ideología mi solidaridad y respaldo.
Ahora bien, me pregunto cuál ha sido la relación entre el sector primario y este nuevo ecologismo de salón tan bien intencionado en sus planteamientos como intervencionista, aleccionador y censor en sus actuaciones. Me valen casos tan flagrantes como la negación de los trasvases al sur de la provincia de Alicante para mantener la huerta de la Vega Baja como el corte masivo de ejemplares afectados por la xylella, entre otros.
Ecologistas y agricultores parecen tan enemigos como tirios y troyanos cuando ambos dicen defender lo mismo. Entiendo que es necesario un diálogo abierto y sincero entre las administraciones y los administraciones, que es al final a quienes nos debemos. Sin duda, hay que contar con los hombres y mujeres del medio rural a la hora de promover políticas sostenibles medioambientalmente y económicamente viables. Ellos son los primeros que quieren vivir de su trabajo con condiciones dignas y sin tener que recurrir a ayudas o subvenciones. Es la hora de un ecologismo positivo en fondo y forma, contando con todo y con todos, más preocupado de alentar que de prohibir. Y que permita que de las cenizas de hoy vuelva a brotar la semilla de la esperanza en nuestros pueblos.