MURCIA. La periodista de sucesos Gema Peñalosa (Alicante, 1980) cubrió hace unos años el caso del asesinato, por parte de una madre, del violador de su hija, al que quemó tras cruzárselo en un bar de Benejúzar. Cuando comenzó a cubrir los hechos, desconocía los antecedentes. Aquella mujer se tomó la justicia por su mano con una botella de gasolina cuando comprobó que el sistema le había fallado a ella y a su hija. Unos hechos que cambiaron el modo en el que la justicia ha tratado a las víctimas de violencia sexual. Peñalosa lo cuenta en el libro Fuego. Una investigación en la que narra esta historia y también reflexiona sobre lo poco acompañadas que han estado históricamente este tipo de víctimas. “El asesinato de este hombre emana de una herida que no se supo abordar”, sentencia.
— Como periodista de sucesos, habrás conocido y contado casos tremendos… ¿Por qué narras este en tu libro? ¿Qué es lo que más te marcó para que hayas querido contarlo?
— Fue la editorial Libros del K.O. la que se puso en contacto conmigo, ofreciéndome escribir un libro sobre este caso, ya que yo había cubierto el suceso como periodista. Acepté. Y no es que este caso sea más cruel que otros, pero sí contiene una particularidad que he comprobado a medida que investigaba para el libro. La particularidad es la desprotección que históricamente han tenido las víctimas de violencia sexual. Eso había sido así en el caso de la protagonista de esta historia. Ese era uno de los motivos por el que me lo encargaron.
— ¿Por qué crees que aquella primera violación no acaparó la atención mediática entonces? Hay casos que, durante días o meses, ocupan horas y horas de pantalla o páginas enteras de periódicos, pero no fue así.
— La violación de la niña contó con un hándicap de desconfianza y no se le dio publicidad. Nadie se enteró. Una de las cosas de las que me he dado cuenta escribiendo este libro es que las víctimas de violencia de género tienen siempre ese hándicap de desconfianza. Hay un sesgo de desconfianza que sigue estando. Tienen que ser unas víctimas ideales: de un determinado estatus económico, formando parte de una familia unida, etcétera. Cuando flaquea algunos de esos aspectos, ya planea la sombra de la duda.
La historia la conocimos todos cuando la mujer quemó al violador de su hija, pero al principio nadie sabía que eso había sido así. Cubrimos el asunto pensando que una mujer quemó a un hombre en mitad del pueblo, pero no sabíamos el caldo de cultivo y resultó que era que ese hombre había violado antes a una niña de trece años y, esas víctimas, la niña y su madre, no habían sido atendidas como sucede ahora. Antes no había el arsenal de herramientas que hay ahora, tanto económicas, como sociales, judiciales o psicológicas. Ellas no las tuvieron y esas cicatrices llevaron a que la madre hiciera lo que hizo, que en ningún caso es justificable. Esta mujer cometió una barbaridad.
— La historia contaba con un ingrediente que podría haber alimentado el sensacionalismo. Mari Carmen se tomó la justicia por su mano. Ahí la Justicia tuvo que medir bien todas las aristas del caso…
— Desde el punto de vista humano era fácil empatizar con ella, pero desde el punto de vista judicial era imposible aceptar aquello. Por eso, para dictar sentencia, los jueces tuvieron que afinar mucho y tomárselo con detenimiento. No se podía correr el riesgo de alimentar un ‘efecto llamada’ para que otras víctimas hicieran lo mismo. Había que castigar aquello como el crimen que había sido. Por tanto, ahí se tuvo que abordar también el debate de la legitimidad de tomarse la justicia por su mano.
— Si se tomó la justicia por su mano, ¿fue porque primero la justicia le falló a ella? ¿Tenían los jueces peores instrumentos que ahora? ¿Cuál es la responsabilidad del poder legislativo y del resto del sistema en esto?
— En este caso, no se creyó a la víctima incluso contando con una sentencia de su parte. Convirtieron a la víctima en verdugo y no estuvo atendida. La niña incluso fue al colegio dos días después y tuvo que testificar delante de su agresor sin mampara. Tampoco hubo sensibilidad durante el interrogatorio. Ahí nos damos cuenta de cómo hemos evolucionado, tanto en la justicia como en los medios de comunicación, y vemos cómo ahora se tratan estos hechos con más cuidado. Este suceso tiene esa peculiaridad. El asesinato de este hombre emana de una herida que no se supo cicatrizar ni abordar.
— ¿Crees que, en este tiempo, tanto la justicia como los medios han cambiado el tratamiento de la mujer en este tipo de sucesos? ¿Cómo ha evolucionado ese aspecto?
— El libro cuenta cómo sucedió esa historia y en él aprovecho para reflexionar sobre lo poco o nada acompañadas que estaban las víctimas de violencia sexual y sobre cómo se naturalizaban ciertos tipos de comportamientos sobre los que ahora estamos empezando a ver la luz. En aquel momento, la mujer tuvo que bregar con la incomprensión y con la desconfianza en su testimonio. Esa desconfianza está presente todavía en las víctimas de la violencia sexual.
Los defensores de esta mujer se esforzaron por ampliar el terreno del debate para abundar en el reconocimiento de que la madre de la niña no estuvo acompañada. No se pusieron a su disposición los mecanismos adecuados. A las víctimas de violencia sexual, históricamente se les ha tratado como a una simple prolongación del crimen. Afortunadamente, como sociedad, hemos ido afinando esto y hemos visto una progresión de la que nos tenemos que felicitar, aunque todavía quede mucho por hacer.
Esto sucede desde hace no tanto, es relativamente reciente. El Estatuto de la víctima es de 2015. Antes había protocolos del Ministerio de Justicia o del Ministerio de Sanidad, pero son cosas relativamente recientes. Hay cosas por afinar, pero estamos en el camino.
— Hoy centenares de mujeres, niñas y niños están viendo como sus agresores ven rebajadas sus penas e incluso decenas de ellos están siendo ya excarcelados. ¿De qué forma influye la nueva ley del Solo sí es sí en este asunto?
— Esta ley, evidentemente, hay que corregirla. Hay una parte que no es adecuada y es un error que hay que corregir cuanto antes. Es una ley mucho más extensa y, por cuestiones obvias, por lo escandaloso, estamos viendo solo una parte. La parte extensa es beneficiosa ya que atiende de una forma más integral a las víctimas, pero se han equivocado en la parte penal. Modifica el Código Penal y baja las penas mínimas. Ahora, donde estaban las agresiones tienen que caber los abusos. Esa parte pequeña de una ley mucho más amplia sí que es criticable. Me llama la atención que haya podido producirse y al final tendrán que corregirlo.