VALÈNCIA. Sofía Elface Fumo, de Mozambique, pisó una mina mientras recogía leña; Mónica Paola Ardila, se salió momentáneamente de un camino, se tropezó y topó con una mina en el municipio colombiano de San Pablo cuando regresaba de la escuela; Adis Smajic, es un bosnio que fue herido mientras jugaba al fútbol en Sarajevo cuando era un niño y le quedaban semanas a la guerra.
Estas son algunas historias que hace 25 años el fotoperiodista Gervasio Sánchez recogió en su proyecto Vidas Minadas, y que en 1998 acogió por primera vez L’Etno. Sánchez llevaba entonces tres años recogiendo testimonios de víctimas de las minas en territorios que, o estaban en conflicto, o lo habían estado recientemente. Daños colaterales de las guerras que son personas, cuyas consecuencias arrastrarán, irreversiblemente hasta el final del conflicto y más allá.
Frente al periodismo de la última hora y las urgencia, Gervasio Sánchez optó entonces por acercarse con respeto a las víctimas (“hago lo que me gustaría que me pasara si estuviera tirado con mi hijo muriéndose por una mina”) y, sobre todo, por el seguimiento de las historias que retrataba. Todo un desafío al tiempo del reportaje periodístico que, sin embargo, llena aún más de humanidad su trabajo.
El resultado es Vides minades. 25 anys, con el que el fotoperiodista vuelve a l’Etno con las mismas historias que entonces, pero actualizando sus vidas. La reflexión del paso del tiempo es ambigua. Por una parte, tras cuatro décadas cubriendo conflictos internacionales, Gervasio Sánchez admite sentir que ha “fracasado”: “Estudié periodismo y me especialicé en conflictos armados porque pensaba mejorar el mundo, llevo toda mi vida en guerras y he llegado a la conclusión de que nunca jamás acabaremos con ellas por el negocio de las armas”.
Por otro lado, el periodista admite que las historias que recoge son la luz a la que agarrarse entre tanta oscuridad del ahora. Muchos de los niños y niñas que capturó han acabado saliendo adelante, incluso formando familias o estudiando carreras universitarias: “Estas personas y sus historias, sus evoluciones de vida que yo he fotografiado y que he seguido me han permitido pensar que, en medio de la debacle, hay personas que se resisten a la guerra, a la violencia, y se comportan con dignidad, la dignidad que suele fallar en todas partes”.
Gervasio Sánchez ha tenido también que batallar con el sistema mediático: “En lo 90, cuando los grandes diario tenían muchos ingresos, peleaba con ellos porque no cubrían estas historias. Solo cuando se las llevabas tú acabadas, y te pagaban una mierda”, ha dicho tajantemente. En la radiografía del que ha vivido frente a frente con el horror, las medias tintas no existen: en la rueda de prensa de presentación de la exposición ha aprovechado para señalar a los bancos que financian la industria armamentística de Israel, a los países que siguen vendiendo armas, y a los discursos grises que dejan a su suerte al pueblo palestino.
El montaje expositivo presenta cada historia como una sección; y en cada una, se ve la progresión y el acompañamiento del fotoperiodista a través de los años, cómo les ha cambiado la vida a cada una de las personas cuyo destino dio un giro de 180 grados el día en el que se toparon con una mina. “Muchas historias tienen un final feliz”, destacaba el Sánchez.
Por ejemplo Sokheurm Man, que perdió una pierna en Camboya mientras iba al colegio, y ahora dirige una ONG. Sánchez fue testigo del momento en el que, en el hospital, ordenaron que le amputaran la pierna. Para salir del paso ante la desesperación de su padre, le aseguró que su hijo acabaría una carrera universitaria: “Me lo inventé por la situación, pero años después se hizo realidad”.
Para el director del museo, Joan Seguí, Vides minades “se basa fundamentalmente sobre las consecuencias, que son una ventana que nos tiene que ayudar a reflexionar más profundamente sobre qué pasa cuando las personas decidimos matarnos entre nosotros en lugar de sentarnos a hablar y dar soluciones” y apuesta por un museo que contribuya a “la no-banalización de la guerra”.
Y es que, en estas fotografías, Gervasio Sánchez busca contar lo que cuentan las grandes agencias pero de una manera totalmente diferente. Sin morbos, sin robados, sin visceras gratuitas, y siempre del lado de las víctimas civiles. “Cuando estoy confuso, y casi siempre es confuso en medio de una guerra, me alío con las víctimas. Es la base de mi trabajo. Por eso he podido construir historias de vida”, explicaba ayer.
Heridas que no se curan y que recuerdan que las guerras no acaban cuando creemos. Frente al foco intermitente o fugaz, la cámara de Gervasio Sánchez opta por pararse, escuchar, y acompañar. Un antídoto frente a la brocha gorda de los grandes relatos bélicos de un periodismo internacional que, además, sigue erosionándose ante los intereses y desintereses mediáticos.