Es un hecho probado, que sea cual sea el contexto político, económico y social, la pelota de la productividad queda siempre en el tejado de las empresas y de su capacidad de cambiar, reorganizarse y aumentar la eficacia de su capital humano para adaptarse a las fuerzas externas e internas que lo demandan. La inercia organizacional ha muerto y con ella el empresaurio. No puedo evitar que me venga a la mente el Titanic avanzando inexorablemente hacia el iceberg, sin poder virar el rumbo, y la orquesta tocando; todos sabemos cómo acabó eso.
Bienvenidas sean nuevas formas de gestión y liderazgo más ágiles y flexibles, que permitan integrar cambios a velocidades vertiginosas aprovechando los recursos, sobre todo los humanos. Pero, ¿dónde se articula ese cambio estructural de las organizaciones, mejor dicho, reorganizaciones? Las nuevas unidades operativas son equipos con integrantes de distintas funciones y niveles, que se constituyen para llevar a cabo un proyecto en un tiempo acotado y se disuelven una vez acaba éste, y vuelta a empezar. Así las cosas, se revela crucial normalizar y acelerar este ciclo de evolución de los equipos, para que alcancen su máximo desempeño en el menor tiempo posible.
Profesionalmente, es una de las intervenciones más gratificantes, el acompañamiento en esta metamorfosis de grupo a equipo de alto rendimiento, en que la mayoría transitan por cuatro etapas que definió Bruce Tuckman y nos ayudan a sistematizar el proceso: forming, storming, norming, performing, ¡si es que este hombre, además, era un poeta!
En la primera etapa, la de formación, los integrantes se comportan de manera individual, sin visión sistémica. Aunque está presente la cortesía y buena voluntad, también la desconfianza y la incertidumbre. No conozco a los otros miembros, desconozco qué puedo ofrecer al equipo y viceversa. Todos miran al líder y tienen un alto grado de dependencia de él. Esto ocurre en las mejores familias, desde la pequeña Pyme al gobierno de una nación.
Y ahora toca ponerse a la tarea, y al enfrentarse a ella, cada cual tiene su punto de vista, su personalidad y expectativas y además, necesita su espacio, y claro, surge el conflicto, que es la segunda fase de la evolución en la que el objetivo, no es evitar el desacuerdo, si no desarrollar estrategias para resolverlo y poder avanzar hacia la tercera etapa: la normalización. Empiezan a cundir la empatía y la comunicación. Se desarrollan códigos comunes, valores, reglas y herramientas compartidos que hacen que el trabajo sea más fluido y la motivación aumente; para llegar a la última fase, la del desempeño. Lo que fue un grupo de trabajo se ha convertido en un equipo de alto rendimiento de pleno derecho que entiende su propósito, se autogestiona y toma decisiones de manera independiente a su líder. Se caracteriza por la complementariedad y los papeles más flexibles, la co-rresponsabilidad, el compromiso. Y es aquí cuando se cumplen los objetivos y existe equilibrio entre lo que los miembros aportan y el equipo les revierte.
Y yo te pregunto: ¿en qué fase se encuentra tu actual equipo?, ¿qué necesita para completarla con éxito y pasar a la siguiente?...