El próximo miércoles 25 de octubre se estrena en La Mostra la película valenciana Halála, una obra experimental creada sin ayudas, con la dirección de Ramón Alfonso y con la producción de Paola Franco, que explora el mito del vampiro y su relación con el cine del pasado
VALÈNCIA. Tienen cuerpo, como nosotros, pero no les puede dar la luz directa del sol. No pueden comer ajos, temen a su propio reflejo y un crucifijo podría matarlos. ¿Qué nos enigma sobre los vampiros? El cine clásico ha intentado representar a estas enigmáticas criaturas desde los principios de los tiempos, ya sea a través de su imagen reconstruida en el celuloide o a través de las certezas que creemos conocer de ellos. Investigando Drakula halálá (Károl Lajthay, 1921) el director Ramón Alfonso intenta adentrarse en las otras realidades del cine de vampiros, a través de las grandes preguntas del espectador y gracias a las ruinas perdidas de esta película, en la que el personaje de drácula se deja entrever en la gran pantalla. Con el objetivo de desvelar el gran misterio de los vampiros Alfonso busca la conexión entre “el vampirismo y el cine del pasado”, y estudia cómo a través de la mutación de las imágenes se puede volver a ciertos lugares para explorar la idea de este personaje fantástico.
En una película -hecha sin ayudas- la productora, Paola Franco, confiesa que las claves del éxito han sido poder contar con “amigos profesionales en montaje, música y cámara que conocen la sensibilidad artística del director”. Junto a ellos mezclan a una treintena de actores y actrices que se dejan llevar por el proyecto, hasta acercarles a la “película que querían hacer”: “Dadas sus peculiaridades, es una propuesta de carácter minoritario que parece estar destinada a moverse en los márgenes, así que el reto ahora es encontrar sus espacios idóneos”, explica Franco, quien agradece enormemente a La Mostra el espacio para dar los primeros pasos.
En el film, mudo, en blanco y negro y sobre un fondo rojo color sangre Alfonso trabaja junto a casi una treintena de intérpretes en intentar rehacer esta gran historia del conde de colmillos afilados y tez blanca. “Queremos volver a los orígenes para explorar la idea del vampirismo, ver si de alguna manera es posible reconstruir una película desaparecida con las herramientas con las que contamos en el presente, y con la sensibilidad de hoy en día”, explica el director.
Para ello se acerca a la figura del conde a través de textos que se muestran sobre la pantalla tintada en los que cuentan el motivo de este film experimental, que rehace una historia que nunca ha llegado a verse por completo “Cómo han sido ordenados estos papeles, es algo que quedará aclarado al leerlos. Se ha eliminado todo lo superfluo, a fin de presentar esta historia como simple verdad”, aclara una de las cartelas que aparece en la película, a lo que Alfonso añade que todo se ve desde su propio prisma: “Nos planteábamos cómo desde el momento en el que vivimos nos podemos aproximar a los mitos clásicos del cine de horror, cómo seguir hablando de Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo y demás… de alguna forma estos personajes después de los años 70 y 80 ha perdido su poder de fascinación”.
El director considera, de esta manera, que a los personajes clásicos se les lee ya como una especie de semidioses, en casi “una serie de anacronismos en las películas que aparecen, y que a día de hoy se ven casi como juguetes rotos”, en este estudio le interesa sacarles de la cárcel de ese espacio imaginario para recrearlos en las pantalla. “Tenemos un eco del payaso ya muy lejano, estos personajes ya no tienen la fuerza para hablar por sí solos, tenemos un recuerdo tan difuminado de estos que se interferencia”, explica Alfonso, motivo por el que dentro de la película se pueden ver los fragmentos reales del relato pasados por una especie de efecto “antiguo” y con un audio que podría provocar pesadillas, generando así una reflexión sobre la imagen pura: “Las imágenes están contaminadas, la imagen pura y esa expresión del cine ya no existe… solo llegamos a esto a través de una interpretación propia”.
La historia de este Drakula (con k) se cuenta a través de las comparativas del mundo contemporáneo, con una lectura en la que desde el presente se trabaja por recuperar el pasado a través de la emocionalidad. De los más de treinta actores y actrices que aparecen en escena muchos de ellos se tienen que enfrentar a interpretar monólogos -mudos, claro- teatrales sobre quién era este gran Drakula. Conversaciones inteligibles que permiten ver la conexión entre los actores, el terror de cara a ser descubiertos e incluso su conexión, que se rodea de imágenes de vampiros reales de la historia del cine: “Queríamos generar una especie de recorrido por “una sala de museo” para comprender lo que es el mito del vampiro, las imágenes que van apareciendo intentan acercar la historia al espectador. Hablamos de Drakula halála a través de sus significados, cuerpos y símbolos”, explica Alfonso.
Como la vida de un vampiro al ver un rayo de sol la del proyecto alcanza su fin una vez logrado explicar el contenido, y hacer justicia al gran y temible Drakula. Alfonso confiesa que aunque no sea posible poner punto y final exacto a la proyección siente que como espectador y creador es importante saber abandonar las películas en un momento clave aunque “no estén del todo terminadas”: “Podríamos estar años dando vueltas sobre la misma cuestión, construyendo y reconstruyendo sin parar pero es necesario pasar a otro asunto. Me gusta que la película no quede del todo cerrada, o que de esa sensación, es como leer un cuaderno de notas que no se termina nunca”.