Siempre quise ser cronista del corazón o del hígado, pero el destino me lo negó. La vida, con uno de esos golpes crueles que te reserva sin esperarlos, me empujó a ser periodista económico durante trece largos y fatigosos años. No me quejo de aquella digna y aburrida manera de ganarme el sustento, pero yo soñaba con hacer carrera entre Jesús Mariñas y Kiko Matamoros (entonces poco conocido), y ser una de las primeras plumas en destripar la charcutería sentimental celtibérica. Sin embargo, me pasé trece largos y fatigosos años escribiendo sobre el “nuevo modelo productivo valenciano”, que no acaba de llegar, como la revolución pendiente de los falangistas.
La prensa del corazón o del hígado sigue atrayendo mi curiosidad. Más que ver televisión leo revistas. El Hola es, por supuesto, mi referencia indiscutible. Como agua de mayo espero cada semana a comprarla en el quiosco de la plaza de San Jorge. Cuando estoy con mi madre, la leemos juntos. Esta biblia de los sentimientos bien pagados nos muestra el mágico y suntuoso mundo en el que viven los ricos, guapos y famosos del país. Informa sin chabacanería y con mucha clase, con esa clase que sólo está al alcance de quien ha tratado con muchos Grandes de España.
La lectura del Hola te evita ir al psicólogo cuando hay suficientes razones para pedirle hora. Acabas de leer la revista, con sus reportajes de casas fabulosas, matrimonios felices con niños rubios y bien alimentados, y divorcios no menos dichosos, y sientes como si te hubiera tocado la pedrea en el reparto semanal de esa riqueza de papel cuché. Si yo fuera el presidente maniquí, pagaría con fondos europeos la suscripción del Hola para todo el pueblo español. Ganaría las elecciones de calle.
La bella aristócrata y el magistrado salmantino
En el Hola y en otras revistas del corazón o del hígado hay personajes que siempre estuvieron ahí, desde el origen de los tiempos, como la desmejorada Carolina de Mónaco y la ausente y silente Isabel Pantoja, y otros que van y vienen según los caprichos de los lectores. Entre los últimos sería injusto si no mencionase a la feliz pareja formada por Esther Doña (44 años), marquesa viuda de Griñón, y el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz (63). Fue Hola (quién si no) la que descubrió el amor embrionario de la bella aristócrata y el magistrado y pintor salmantino por las calles de Madrid en el verano de 2021, con un amplio reportaje salpicado de mimos y besitos de los protagonistas. ¡Pobre Carlos Falcó, hombre maltratado como pocos, incluso después de muerto!
Santiago Pedraz, a quien profesamos un respeto reverencial por tratarse de un hombre de leyes, se suma a la larga y nunca acabada lista de maduros que se alimentan de sangre joven en los brazos de una mujer que, en algunas ocasiones, podría ser su hija o incluso la nieta.
Y, así, nuestro Enrique Ponce sigue con Anita Soria, pese a los rumores insistentes de separación. Pedro José, periodista liberal como pocos y digno portavoz de esa cosa fea y peluda llamada sanchismo, dejó a una diseñadora por una abogada más joven, muy progresista y muy feminista, como toca en estos tiempos líquidos. Los televisivos Risto Mejide y Kiko Matamoros comparten sueños y cama con veinteañeras. En el pasado sorprendió que Cela dejase a Charo Conde, su mujer de toda la vida, por una rubia periodista gallega. En fin.
Para qué seguir con más ejemplos. Los hay a cientos, entre artistas, políticos, empresarios, deportistas… Pocos hombres eligen el camino contrario: escoger a una mujer mayor, como el pequeñín Macron. Y yo, aunque soy frío e inexperto en pasiones, comprendo a esos varones con un pie o los dos en el camino desagradable de la senectud, que cometen la locura de liarse con una joven. Los entiendo y siento una inexplicable ternura por ellos.
El tren de la nueva masculinidad
“¡No haced leña del árbol caído, chicas! Sed generosas adoptando, sin intenciones libidinosas, a un madurito falto de cariño”
Los hombres de edad avanzada, sobre todo en estos tiempos de dominio femenino, son criaturas un tanto ridículas e inseguras, candidatos a mascota, que toman decisiones incomprensibles que sólo les traerán problemas, como la de romper una relación estable por otra de porvenir incierto. Por mucho que lo intenten, han llegado tarde a subirse al tren de la nueva masculinidad. En mi modesta opinión, son dignos de lástima y compasión. En el castigo llevan la penitencia. ¡No haced leña del árbol caído! chicas. Sed generosas adoptando, sin intenciones libidinosas, a un madurito sin norte, falto de cariño, que sólo suplica un poco de calderilla amorosa a cambio de darlo todo por vosotras.
No hay nada más patético, romántico, hermoso y literario que un señor que ha perdido la cabeza por una linda muchacha, y manda su vida a la porra (el matrimonio, los hijos, parte de las propiedades, los absurdos principios si los tuviera, etc.) por comprar tiempo a su lado. Este hombre se engaña. Ve gigantes donde sólo hay molinos, dulcineas que se reirán a sus espaldas cuando coqueteen con sus novios de verdad, pero lo que le impulsa es un sentimiento sincero, auténtico y elevado, que le llevará a un glorioso fracaso, otro más. A mí estos hombres me dan cierta envidia porque nunca he perdido la cabeza de esa manera, y ya va siendo tarde para intentarlo.