El filósofo, dramaturgo y director de la Fundación Juan March abre este viernes 4 de noviembre en el Real Casino Antiguo el ciclo 'Tres miradas al comportamiento humano' del Ateneo de Castellón, con 'Una conversación sobre la dignidad', un concepto que considera "el más revolucionario del siglo XX"
CASTELLÓ. Atesora un currículum sencillamente abrumador. Doctor en Filosofía y licenciado en Filología Clásica y en Derecho, Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) ganó las oposiciones al cuerpo de Letrados del Consejo de Estado, respecto del cual hoy se encuentra en excedencia, con el número 1 de su promoción. Además, es escritor de obra filosófica y dramática: autor de Tetralogía de la ejemplaridad (compuesto de Imitación y experiencia -Premio Nacional de Ensayo-, Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible) y de Filosofía mundana, reunión completa de sus microensayos, también ha publicado Ingenuidad aprendida, La imagen de tu vida y Dignidad. Ha compuesto una trilogía teatral con el título Un hombre de cincuenta años; las dos primeras piezas dramáticas de la misma, Inconsolable y la comedia Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías, ya han sido estrenadas en teatros públicos y privados. La tercera se titula Las lágrimas de Jerjes.
Patrono del Teatro Real y de la Abadía, miembro del Consejo Asesor de la Fundación Ortega y Gasset, Gomá dirige desde 2003 la Fundación Juan March. Este viernes 4 de noviembre, a las 19.00 horas, protagonizará el acto 1.092 en la historia del Ateneo de Castellón en la apertura del ciclo Tres miradas al comportamiento humano, con Una conversación sobre la dignidad. Las otras dos miradas corresponderán a dos catedráticos de Filosofía, respectivamente: José P. Martí, presidente de la Diputación de Castellón, desarrollará el viernes 11 una conferencia dramatizada sobre Platón y la ciudad ideal, mientras que Teresa Escartín, ingeniero técnico agrícola y traductora, propondrá el viernes 18 Un acercamiento a Simone Weil.
- Es la primera vez que entrevisto a un filósofo y me preguntaba si la sociedad tiene demasiadas expectativas respecto de los filósofos o justo lo contrario.
- Pues es una mezcla, quizá. Porque en la sociedad se utiliza la palabra filosofía como algo más bien positivo -"esta es mi filosofía, o es la filosofía de la empresa"- como algo relacionado con una misión más o menos meditada. A veces se dice aquello de tomarse las cosas con filosofía, que es tomárselo con deportividad. Y todo el mundo entiende que como el vivir de los hombres y las mujeres corrientes es un vivir bastante enigmático, incluso para uno mismo, necesita instrumentos que le ayuden a interpretar bien ese enigma. Y la filosofía es un candidato principal. Lo que ocurre es que en los últimos dos, tres siglos, con algunas excepciones, la filosofía ha dado un giro, que unas veces es un poco críptico, otras veces es un giro un poco artificioso, es decir, que crea problemas que solamente le interesan a la propia universidad. Otras veces comete el error, a mi juicio, de intentar parecerse mucho a la ciencia. Y cuando esos errores se hacen muy continuados, tiene el defecto de que la gente acude a la filosofía y no entiende nada. Y cuando no entiende nada, se siente muy frustrado y busca otras fuentes que le ayuden a interpretar bien ese enigma. Puede ser la filosofía budista, pueden ser libros de autoayuda o también sacarle partido a series de televisión.
- Es llamativo. Entonces, ¿tal vez ahí resida el éxito de las series, en que la gente busca explicaciones y ya no sabe dónde buscarlas?
- Así es. Tengo un hijo que es muy seguidor de Breaking Bad y que rebuscaba en diferentes interpretaciones que habían tenido algunos episodios. Y luego leyó o quizá escuchó al productor o al director diciendo "Mirad, no le deis más vueltas, lo que es, es". Como diciendo: tampoco contiene un mensaje críptico que deba ser utilizado en situaciones existenciales difíciles. Es solo una serie de entretenimiento. Con lo cual, de lo que hubiera sido probablemente el fin natural de la filosofía, porque así lo ha sido desde el principio, que es ayudar a la gente a interpretar bien su vida, hemos visto que en gran parte la filosofía ha desertado de esa misión. Y la han ocupado disciplinas que en principio tienen menos capacidad de hacerlo.
- Ha crecido y vive en una familia entre notarios. ¿De qué da usted fe?
- [Sonríe] Pues hombre, mi padre era notario y mis dos hermanos efectivamente lo son. Por cierto, que mi padre nació en Valencia y toda su familia es de allí y ojo, también de Castellón. Porque mi abuela paterna había heredado una finca de naranjos en Castellón, no sé si grande o pequeña, porque la visité de pequeño unas cuantas veces pero no la volví a visitar. Ella se apellidaba Salcedo y era hija de un capitán general a quien le pilló el levantamiento, el golpe, como le quieras llamar, en La Coruña, y bueno, como titubeó un poco más de la cuenta, pues los compañeros de Franco lo mataron [se trata de Enrique Salcedo Molinuevo, general jefe de la VIII División, de Galicia y León]. Era el máximo mando militar en ese territorio y fue fusilado en el mes noviembre del 36, después de ser detenido pocos días después del 19 de julio.
- Pero estábamos con los notarios.
- Sí, sí, voy. Entonces, mi padre era un hombre muy inteligente y su propio padre le había recomendado que no fuera militar, porque su hermano mayor fue militar, también del arma de artillería. Pero en cambio a mi padre le recomendó que no fuera militar, que hiciera una oposición, notarías o abogado del Estado. Y se vino a Madrid e hizo notarías. Entonces, hombre, de lo que doy fe, si se me permite el juego, es que es que yo aprendí a respetar la profesión de notario, en mi padre y en mis hermanos. Hay profesiones que han abundado en la literatura, por ejemplo una profesión que ha abundado muchísimo en la literatura es la de médico. Casi siempre en posturas irrisorias, criticables, como charlatanes, como ignorantes que juegan con la salud de los demás. Pero una figura que también ha salido bastante es el notario. Está en la literatura francesa, por ejemplo, con mucha abundancia. Y luego Leonardo da Vinci era hijo de notario, por ejemplo. Porque es una figura que también era muy frecuente en la Italia del Renacimiento. Y en la actualidad, Fernando Savater, por ejemplo, también es hijo de notario, lo hemos hablado alguna vez. Y es una profesión que mezcla la de funcionario público y profesional libre. Yo aprendí a amarla. Lo que he vivido me enseñó a respetarla.
"Tú eres ejemplo para tu familia, para tu vecino, eres ejemplo para el viandante, En tu familia política, en tu despacho. el ejemplo es conducir bien o mal. Y la ejemplaridad es saber conducirse. Es decir, haber aplicado una serie de reglas que convierten tu ejemplo en positivo"
- Un notario castellonense, Ernesto Tarragón, dice que son juristas de cabecera.
- Pues es muy bonita esa definición. Hay una expresión que dice notaría abierta, juzgado cerrado. Y es hermosa porque lo que quiere decir es que los jueces intervienen cuando hay conflicto, pero los notarios intervienen para que no haya conflicto, claro. Uno luego puede lamentar la buena o mala suerte que tenga, pero es menos probable que exista conflicto, gracias a ese referente que es el notario.
- Hablando de referentes: le he leído en alguna entrevista, que todo el mundo es un ejemplo, bueno o malo. Y por otra parte, usted reivindica la necesidad de algún tipo de academia para aprender a conducirse en la vida.
- [Ríe] En la teoría de la ejemplaridad es muy importante, para evitar malentendidos, distinguir entre ejemplo y ejemplaridad. Los ejemplos pueden ser buenos o malos. La ejemplaridad sólo puede ser buena porque es un imperativo moral. Contrariamente al concepto de vida privada que establece un coto cerrado que estaría libre de influencia, para la teoría del ejemplo y de la ejemplaridad no habría cotos cerrados, porque todo el mundo es siempre ejemplo. Tú eres ejemplo para tu familia, para tu vecino, eres ejemplo para el viandante que va por la calle. En tu familia política, en tu despacho, en tu comportamiento, si pagas los impuestos y si obedeces las normas, etcétera. Entonces podríamos decir que el ejemplo es conducir bien o mal. Y la ejemplaridad es saber conducirse. Es decir, haber aplicado una serie de reglas que convierten tu ejemplo en positivo. ¿Por qué? Porque la influencia que ejerce en su círculo es una influencia edificante, civilizada, responsable.
- Es decir, el ejemplo siempre es público.
- Así es, no hay ejemplos privados: el ejemplo siempre es para alguien, hay un otro. Y si hay un otro, ejerce sobre él o bien una invitación a la ejemplaridad o una invitación a la desmoralización. Por tanto, la ejemplaridad ess siempre buena, lo que puede haber son antiejemplos o ejemplos negativos. Por eso yo decía un poco de broma aquello de que además de una academia o una autoescuela que sirva para conducir, no estaría mal inventarse una academia que sirva para conducirse, es decir, para obrar correctamente. El otro día pasé por delante de un texto de Aristóteles, en su tratado de la Política, en el que define qué es la virtud. Y decía que "la virtud es aprender a amar, odiar y gozar correctamente". Es decir, entonces esa academia que enseñe a conducirse, sería una academia que enseñara a amar, a odiar y a gozar correctamente.
- Si el antiejemplo es una invitación a la desmoralización, me pregunto si tenemos hoy más invitaciones de ese tipo que nunca, o es sólo una sensación. Porque en nuestra sociedad parece que hay límites que se desvanecen, o al menos se suavizan mucho.
- A veces he utilizado una broma, uno de mis chistes malísimos, que ilustra lo que acabas de decir. La gente dice que no se puede hablar con la boca llena, pero es mentira: yo puedo [ríe]. Entonces, hablamos de confundir la libertad con la ética. He escrito en alguna ocasión que la libertad es el presupuesto de la ética, pero no la ética misma. Si no tienes libertad, no puedes ser ético. Pero tener libertad no te convierte en un agente ético. En otro momento digo aquello de que lo importante no es ser libres, sino ser elegantes. Entendido por elegante el que sabe elegir.
"Si no tienes libertad, no puedes ser ético. Pero tener libertad no te convierte en un agente ético. En otro momento digo aquello de que lo importante no es ser libres, sino ser elegantes. Entendido por elegante el que sabe elegir".
- Qué bonita es la etimología de esa palabra.
- Sí, desde luego: es el que sabe elegir. Y muchas veces no es elegir entre el bien y el mal, porque para elegir entre el bien y el mal tampoco necesitamos una receta ética demasiado sofisticada. Todo el mundo sabe que hay que elegir el bien y repudiar el mal. Muchas veces es elegir entre lo bueno, entre diferentes opciones de lo bueno, se decir, es una buena administración de tu libertad, una asunción de unas reglas, un modo de reglamentar tu libertad que establece las prioridades adecuadas. Entonces, ¿hay más o menos peso o temperatura moral en nuestra época? A mi juicio, más. Estamos en mejores épocas que en el pasado. Ya sabes que yo defiendo que vivimos en el mejor momento de la Historia. Y eso es compatible con una sensación de malestar, que conduce a mucha gente al pesimismo. Pero el escándalo e incluso el pesimismo en el que muchas veces vivimos, no arguye en contra del ideal de la ejemplaridad, sino a favor. Me explico: solamente si en tu conciencia está vivo el ideal de la ejemplaridad puedes sentir escándalo o malestar o hastío. Si no tuvieras el ideal de la ejemplaridad, que significa que comparas lo que está en tu mente con lo que está en la realidad, y cuando la diferencia es demasiado grande, te escandalizas... pues si no existiera ese ideal, pues las degradaciones, la desmoralización, las desviaciones y las corrupciones no te producirían sobresalto ni indignación. Con lo cual, con mucha frecuencia un estado de indignación alto indica que hay un ideal de la ejemplaridad muy activo, muy vigente.
- Pero a veces cuesta verlo.
- Lo que ocurre es que cuando tú vas al Museo del Prado y te acercas a contemplar Las Meninas, si te acercas mucho al lienzo, ves manchas que no significan nada. En cambio, cuando te alejas ves una obra maestra. Pues algo así pasa ahora con el presente. El presente es como si arrugamos la nariz y la ponemos tan cerca del lienzo que no vemos más que manchas. En cambio, si te alejas, ves la obra en su conjunto del pasado, y vemos las manchas del presente, con lo cual tendemos a una demonización del presente.
- Y a una idealización del pasado, también.
- Sí, así es.
- Dice que la que la Filosofía en la educación es una asignatura que sirve para ser conscientes de nuestra dignidad. ¿Es por ello que está en retroceso en los planes de estudio?
- [Ríe] ¡Ojalá no, ojalá no! Por eso pienso que la Universidad y el colegio, el instituto, tienen la doble misión de producir profesionales y producir ciudadanos. Para producir profesionales es muy bueno que existan asignaturas que de alguna manera enseñan algún oficio práctico. Pero tanto el instituto como la Universidad necesitan disciplinas que no sirven para nada, solo para recuperar o despertar el sentimiento de la propia dignidad. Y eso nos convierte en ciudadanos, que es más importante que ser profesionales. Y esas asignaturas que supuestamente no sirven para nada, sino para aquello que Aristóteles llamó el progreso hacia uno mismo, que son las Humanidades, tienen como misión fundamental recuperar el concepto de el sentimiento de la dignidad de lo humano. Entonces, cuando dicen "es que esto no sirve para nada", o no ayuda para encontrar un puesto de trabajo... hombre, si todo el currículum de un instituto o de una Universidad comete el riesgo de estar tan mal organizado que es una fábrica de parados, pues mal andamos. Pero tiene que haber un equilibrio entre aquellas disciplinas que sirven para aprender un oficio y aquellas otras que no sirven más que para aprenderte a ti mismo. Y estas tienen que ver con la dignidad.
- Hablemos de la idea de la dignidad, que usted considera el concepto más revolucionario del siglo XX, ¿tiene muchos enemigos?
- Algunos enemigos sí tiene. Y luego tiene otros que más que enemigos, son personas que son ciegas. Entre los enemigos, por ejemplo, el famoso psicólogo Steven Pinker, que tiene libros sobre el progreso de la civilización occidental, publicó un famoso artículo que se titulaba 'La estupidez de la dignidad'. Pensaba que era un concepto que no hacía más que molestar. Y precisamente yo en mi libro 'Dignidad' la defino como lo que estorba, con lo cual el comportamiento de Pinker no haría más que demostrar mi propia tesis, y es que la dignidad a determinada gente le estorba. ¿Por qué? Porque hay una mentalidad muy positivista, un poco ramplona, que asocia el conocimiento a lo meramente empírico, a lo meramente positivo, a la que la dignidad no le aporta. Un filósofo del siglo XIX, Feuerbach, decía que lo único que existe es lo que se puede comer. Entonces, el mundo cercano a Pinker sería parecido a Feuerbach: existe lo que se puede comer, lo que se puede verificar empíricamente. Esa visión excesivamente cientificista que solamente concede estatus de verdad a aquello que es verificable con datos, bien del laboratorio o de las encuestas. Entonces, como la dignidad no es de ese tipo de cosas, para los que tienen esa visión, es un concepto que les que les molesta, que les estorba. Y luego sucede que, por algún motivo, aunque la dignidad ha sido un concepto determinante en la transformación material de los siglos XIX y XX, no ha sido objeto de reflexión filosófica. Kant le dio una cierta importancia, pero Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación escribió un enorme anexo sobre Kant y en escritos posteriores ridiculizó el concepto de ejemplaridad del concepto de dignidad. Con lo cual la dignidad prácticamente no ha existido en la filosofía de los siglos XIX, XX y lo que llevamos de XXI. Ha tenido mucha importancia en dos ámbitos, el jurídico y la bioética: se habla de muerte digna, o se habla del aborto o de la mujer y de la dignidad en esos momentos iniciales y finales de la vida. Y también se habla a veces de la dignidad como fundamento de los derechos fundamentales, es decir, el ámbito jurídico y el ámbito clínico. Pero en el ámbito filosófico no.
"La dignidad prácticamente no ha existido en la filosofía de los siglos XIX, XX y lo que llevamos de XXI. Ha tenido mucha importancia en lo jurídico y la bioética, y también se habla de ella como fundamento de los derechos fundamentales, pero no en el ámbito filosófico"
- Por tanto, podemos deducir que entre los colectivos a los cuales les estorbaba el concepto de dignidad, también estaban los filósofos.
- Ahí es donde yo sugería el concepto de ceguera, porque aunque es verdad que Schopenhauer sí que lo ridiculizó, después, más bien lo que ha habido es una muy notable ausencia, una omisión.
- Vamos a tratar de alejarnos un poco del lienzo, siguiendo su consejo. ¿Puede la era de la inmediatez ser una gripe pasajera en la historia de la Humanidad, o ha venido para quedarse?
- En parte creo que forma parte de la condición humana. Mira, publico precisamente este viernes un artículo en El Cultural, en mi sección mensual Fuera de carta, que se titulará Vas lento, y utilizo una hipótesis: la de que me preguntaran alguna vez si veo una diferencia muy grande entre cómo me imaginaba yo el mundo cuando tenía 15 años y cómo me lo imagino ahora cuando tenga 56. Y en el artículo respondo que con 15 años me lo imaginé más o menos como resultó siendo, más o menos. Con una diferencia: con que cuando yo tenía 15 años me parecía natural que todo el mundo estuviera muy ansioso por identificar aquellos lugares en los que uno puede obtener algo permanente. Esto es, desde la aceptación de que todo es muy efímero, ¿qué hay permanente? Esa es una pregunta que a mí me asaltaba continuamente y pensaba que era una pregunta general. Y sin embargo, ahora, con 56 años, he descubierto que más bien es un achaque mío, porque la gente vive el presente sin demasiados contratiempos. A partir del conocimiento de la Historia y del pensamiento y de muchas obras desde las que puedes más o menos vislumbrar cuál es la imagen del mundo de cada época, descubres que la inmensa mayoría de la gente vive sin preocuparse demasiado por aquello que permanece. Lo cual no significa que cuando uno mismo siente que está amenazada su permanencia, pues sufra, gima, proteste, se angustie. Pero no es una preocupación constante del ser humano: normalmente uno vive sin preocuparse demasiado por lo instantáneo. Lo que ocurre es que quizá ahora lo instantáneo tiene una proyección todavía mayor por la rapidez de las nuevas tecnologías, que multiplica aún más lo transitorio.
- Y esa posibilidad de lo instantáneo, ¿no genera, al menos en las nuevas generaciones, más frustración cuando no se obtienen al momento cosas que a las generaciones anteriores nos parecía normal que no llegaran de forma instantánea?
- Sí, pero quizá esto es un proceso largo. Yo me acuerdo de un artículo, o de un libro de los años 60, cuyo título ahora no recuerdo, que razonaba cómo la sociedad busca la gratificación antes que el sacrificio que normalmente esa gratificación necesita. Es decir, en los siglos XV, XVI, XVII y XVIII, normalmente uno trabajaba toda su vida, ahorraba y al final con ese ahorro se compraba una casa o se compraba un terreno. En cambio, ahora se han desarrollado tanto los instrumentos financieros que uno puede comprarse una casa con tipos variables cuando tiene 26 años y al mismo tiempo comprarse un coche y al mismo tiempo comprarse un viaje alrededor del mundo. Y la gratificación, es decir, aquello que uno compra, precede a los sacrificios que uno tiene que hacer para obtener esa gratificación. Una vez, un jefe mío me contó cómo fue una vez a una misa y el sacerdote anunció que el sábado siguiente había una Primera Comunión y pedía a los fieles que por favor no pidieran préstamos para los regalos. Es decir, había una percepción -que luego a partir del año 2008, se atemperó- de que el dinero era tan barato que que uno buscaba la gratificación inmediata. Y luego ya vendrán los sacrificios necesarios para pagar esa gratificación. Los nuevos instrumentos de financiación, muchas veces tan ágiles, tan rápidos, favorecen eso. Y en ocasiones eso tiene sus consecuencias. Se dice que el famoso calentamiento de la economía y la burbuja inmobiliaria de los años 2007-2008 tuvo que ver con eso. Con un endeudamiento demasiado sencillo, cuando no había una capacidad financiera suficiente para devolverlo.
- ¿Por qué dice que el problema del populismo es su exceso de moralismo?
- Porque en realidad el ámbito político es el de la imperfección. Hace poco he vuelto a leerme La República de Platón y es muy ilustrativa porque para un lector del siglo XXI, es un libro asfixiante, al proponer un perfeccionismo, una sociedad perfecta. Como debiera ser según su autor, Platón, conforme a los presupuestos de la razón, que por supuesto es la razón de un griego del siglo IV antes de Cristo. Es como si solamente hubiera una solución justa. Lo que luego Popper llamó las sociedades cerradas, en su libro La sociedad abierta y sus enemigos, ¿no? Una sociedad cerrada es una sociedad perfeccionista: solamente existe una manera del bien, una manera buena de organizarse. Solamente existe una buena república: todo lo que no sea ese modelo es malvado. Por tanto, se percibe con enorme fuerza el contraste entre una sociedad griega del siglo IV a. C. y una sociedad contemporánea en la que hemos asumido que el ámbito de lo público tiene que tener elementos de heterogeneidad, de relativización, de pluralismo, de escepticismo, de crítica, de cambio, de perfeccionismo. Y el populismo es una simplificación que tiende a dividir el mundo -y particularmente el mundo político- en buenos y malos. Y eso es un exceso de moralización.
"El populismo es una simplificación que tiende a dividir el mundo -y particularmente el mundo político- en buenos y malos. Y eso es un exceso de moralización"
- Vamos al título de su intervención del viernes en el Ateneo de Castellón: Una conversación sobre la dignidad. ¿Qué ingredientes, qué premisas debe tener, a su juicio, esa conversación?
- Pues quizá una de ellas sería ese especial sentido que hay que desarrollar para percibir que una palabra de uso corriente, que utiliza todo el mundo, sin embargo puede estar dotada de una potencia filosófica de primerísimo orden. Y que tú puedes decir "esto no es digno", o "estoy indignado" o "esto no es digno de crédito". Se utiliza mucho la palabra. Es decir, si yo te digo una palabra hegeliana, spinoziana o kantiana, pues el propio tecnicismo te predispone para una conversación filosófica. Pero si yo digo "dignidad" puede parecer una charla de colegio, o puede ser una especie de discurso inspirador. Y sin embargo, aspira a ser un concepto técnico de enorme potencia. Entonces yo sugeriría que uno estuviera preparado para que una palabra de uso corriente tenga una una gran potencia filosófica.
- Aunque se trate de un aspecto de su vida totalmente diferente, todos están conectados: ¿por qué el teatro?
- ¿Sabes que salvo cambio en el calendario, va a ir a Castellón? [se refiere a su comedia El peligro de las buenas compañías]. Me dijeron que es un bolo todavía pendiente de confirmar, pero está previsto para el 15 de enero. Está teniendo un éxito, Ximo, que me hace feliz. Se están llenando los teatros, la gente me manda mensajes con los aplausos... y me está haciendo muy feliz. El teatro tiene una virtud que no tiene la filosofía, y es que la filosofía es conceptual. Y el concepto tiene muchas virtudes -puede ser claro, preciso, riguroso, puede ser sistemático, admite una una argumentación en la que se van conectando un concepto y otro- pero deja fuera lo que no es conceptual, que es la vida. Y en ella hay cuerpos, hay individuos, y aspectos de lo real que no se dejan domesticar. Y como yo he dado muchas conferencias y he tenido mucha experiencia de escenario, percibía la fuerza de lo inmediato, de lo presente, de lo escénico. El teatro es curioso: la experiencia del teatro implica una cierta renuncia a la brillantez: no puedes ser brillante, en el sentido de que tengas una argumentación perfecta. Porque el teatro está pensado en la presencialidad del cuerpo y que no hay más que la palabra en la que uno comunica algo al otro, y que además tiene que ver con la acción que se está desarrollando. Por tanto, todo el universo interior del actor o de la actriz, en principio no se expresa por completo. Lo verdaderamente elocuente en el teatro no es la coherencia conceptual, sino la palabra dicha, mezclada con con el drama de lo que está ocurriendo allí. Entonces sientes una gran limitación, que al mismo tiempo tiene mucha fuerza, la del arte de unos actores que dominan su cuerpo y su palabra para transmitir emociones.
- Vamos terminando y volvemos a ampliar el foco: ¿cuáles son para usted los valores que predominan en la España de hoy?
- Te lo voy a decir en una palabra que yo he utilizado mucho en mis libros: la palabra vulgaridad. En mi libro Ejemplaridad pública defino la vulgaridad como una hija de dos cosas positivas, que son la igualdad y la libertad. Y argumento que nunca, en ninguna época de la historia, la vulgaridad fue admitida como una categoría estética y ética de primerísimo orden.
- Y ahora sí.
- Y ahora sí, por el avance de la igualdad y su combinación con la libertad. La libertad unida con la igualdad, por primera vez en la Historia producen la vulgaridad. Y la vulgaridad es claramente la categoría dominante en nuestra época. Porque es, por así decirlo, una igualdad no educada. Y entonces, en Ejemplaridad pública pido para la vulgaridad un respeto, en el sentido de que es una novedad que debe ser aceptada como signo de nuestro tiempo y al mismo tiempo, pido para ella una reforma. Y entonces, todo mi libro va no de una repugnancia de la vulgaridad para volver a la época anti-igualitaria o aristocrática de antes, sino de una reforma de la vulgaridad en la dirección de la ejemplaridad, de una ejemplaridad igualitaria, que es una de mis tesis. Es cierto que a veces la vulgaridad es tan extenuante que te abruma, que te abruma y que parece que tarda demasiado en llegar el momento de refinarla. Y además, auguro que todavía nos queda bastante tiempo.
"La libertad unida con la igualdad, por primera vez en la historia producen la vulgaridad. Y esta es claramente la categoría dominante en nuestra época. Porque es, por así decirlo, una igualdad no educada. ES signo de nuestro tiempo y pido para ella una reforma"
- En nuestro país, ¿nos falta sentido del humor o nos falta saber usarlo mejor?
- Sentido del humor no nos falta, yo creo que o somos campeones del mundo o estamos cerca. Algunos amigos que están o han estado mucho tiempo en el extranjero me dicen que nunca han visto una creatividad en los memes o en las redes, semejante a la que en España surge 15 minutos después de un acontecimiento que es susceptible de un meme. Una rapidez increíble, una creatividad, una imaginación, una gracia...
- ¡Y un talento!
- Sí, sí, y también unas ganas de reírse. Porque hay muchas ganas de reírse. Y creo que en eso España no está mal. Es verdad que hay un problema y es que el progreso de la moralidad disminuye muchas veces el objeto del chiste. Es decir, hace 30 años podías hacer chistes de los enanos o de los tartamudos, y hoy te cuesta más hacer un chiste de un enano o tartamudo, porque la mayor empatía que produce el progreso de la moralidad hace que a mucha gente no le haga gracia.
- ¿Puede tener que ver esta necesidad de reírnos con su idea de que nuestra cultura, en general, es una invitación a la tristeza?
- Sí, pero con elloo no me refiero necesariamente ni primordialmente a la cultura española, sino a la europea. En algún lugar he escrito aquello de que la cultura europea, a partir de los siglos XIX y XX, te invita a ser lúcido pero triste. Y creo que es una buena manera de redondear nuestra conversación: precisamente es una de las explicaciones que me doy para entender el poco aprecio que en la filosofía ha tenido el concepto de dignidad. No es un concepto triste, es un concepto constructivo, ennoblecedor. Y en cambio, la filosofía del XIX y el XX ha insistido mucho en esa filosofía llamada de la de la sospecha o de las genealogías y arqueologías, es decir, del desenmascaramiento: ha venido a insistir diciendo "estoy encadenado, soy un siervo, estoy dominado... pero yo lo sé, no me engañas, soy lúcido". En cambio, no ha habido un discurso a favor de la dignidad porque no es suficientemente triste. No es suficientemente deprimente. Al contrario, podría tener un elemento de ingenuidad, de ser más bien propio de ilusos. Te decía antes que el progreso moral reduce el número de personas a costa de las cuales haces un chiste, pero en la introducción de uno de mis libros de teatro decía que hay un terreno en el que puedes aplicar tus deseos de hacer humor sin límites, que es a costa de uno mismo: y por eso defiendo el chistemalismo, que si se utiliza de manera consciente es a costa de uno mismo, como contrapuesto a los chistes que normalmente se hacen a costa de otro.
- Es decir, que en el chiste malo el primero que queda mal es el que lo cuenta, y no pasa nada por ello.
- Sí, y es que creo que la primera vez que hablé de chistemalismo fue en mi monólogo Inconsolable, en el que hablaba de cómo utilizaba el chistemalismo como herramienta educativa: los padres tenemos, por la propia circunstancia, una cierta autoridad sobre los hijos, pero que la mejor manera de ejercerla es con una cierta suavidad. Y esa suavidad era que tus propios hijos se rían de ti y que tú hagas chistes tan malos que ellos sientan frustración y desesperación. Y que me divertía mucho ver dibujada en su cara una expresión de repugnancia, de asco, cada vez que yo decía una de mis chistes.