El autor presenta la novela con la que ha ganado el último Premio Biblioteca Breve, 'Elogio de las manos'
VALÈNCIA. Frente a la problemática política de aquella frase que reza que el trabajo dignifica, quitándole la dimensión simbólica del poder, tal vez sí se pueda consensuar que en el trabajo manual, en el hacer, hay una gratificación por la validación de una utilidad, de la adquisición de un conocimiento eminentemente tangible.
Sobre ese trabajo manual, Jesús Carrasco quiso trazar una genealogía en forma de ensayo, pero le salió una novela sobre una familia que se hace cargo de una casa en ruinas mientras su verdadero propietario, un conocido, resuelve la maraña para hacer negocio con su terreno. En ese hacer cargo está la pulsión de habitarla; es decir, de convertirla (precisamente a través del trabajo manual) en habitable.
El resultado es Elogio de las manos, el libro que se alzó con el último Premio Biblioteca Breve que concede la Editorial Seix Barral. Aprovechando su visita a València, Carrasco contestó las preguntas de Culturplaza.
Elogio de las manos habla, principalmente, del trabajo manual. Pero hay dos momentos que son el propio trabajo y que también abordas. El primero, es la noche previa, la de imaginar el trabajo, la de ilusionarte con él.
Para el que está involucrado en el trabajo manual, como es mi caso, la planificación es fundamental. Es clave por razones prácticas: hay que preparar materiales y estrategias para optimizar el tiempo y hacerlo lo mejor posible.
Sin embargo, hay una parte que me fascina: la emoción que precede a algo placentero. Esa preparación, esa anticipación de lo que está por llegar, me llena de ilusión. Como cuando sé que voy a escribir una buena página porque el día anterior dejé un buen hilo del que tirar. Ese momento previo es de gran emoción, como si estuviera a punto de recibir un regalo.
Es una sensación infantil que me invade con frecuencia, especialmente cuando pienso en un trabajo manual que me apasiona. Incluso cuando no puedo dormir, me dejo llevar por la reconstrucción mental de un día de mañana. Esa ilusión me envuelve por completo, es una pre-alegría que anticipa la alegría final.
Está también el momento de después. En varias ocasiones del libro se celebra un trabajo con unas cervezas frías, aunque ni siquiera haya sido un éxito el resultado.
Es un momento que todo el mundo que trabaja lo conoce, yo creo. Como el viernes: has tenido una semana dura, has dado lo mejor de ti y te mereces un descanso, un premio, un momento de relax. Yo lo vivo cuando viajo con los libros y hago una presentación. Disfruto especialmente de la cena posterior con el librero y la persona que ha presentado, cuando el trabajo está hecho y todos estamos satisfechos. Ese momento de comunión y celebración me encanta.
En cuanto al libro en sí, se produce ese acto celebratorio, ese pequeño gesto. Sin embargo, hay algo interesante que me ocurre: en el momento en que consigo el objeto, el interés decae. Es algo comparable a la experiencia sexual. Esto me ha pasado siempre con todo lo que he hecho, libros incluidos: en el momento en que termino, cuando tengo el objeto, el objeto me vuelve indiferente. Lo que realmente me interesa es el proceso. Podría esperar un gran orgullo, ya sea en el trabajo manual o con un libro acabado, pero a mí ya deja de interesarme. Lo que tenía que hacer está hecho.
El tono del libro cambia según la distancia en la que el narrador está de la propia casa. Cuando está en ella, cuenta la cosas que están sucediendo; cuando no está, la sueña, la piensa y la abstrae. ¿De qué manera esa distancia lo cambia todo a la hora de escribir?
Esta es una novela de radio corto. Todo lo que sucede en la historia se desarrolla en un espacio muy reducido: la casa y sus alrededores, o un poco más allá, hasta donde alcanza la vista, a unos cientos de metros de distancia. Las aventuras y experiencias que ocurren en este espacio cercano son, por un lado, muy cotidianas y triviales, como el día a día de cualquier persona. Pero por otro lado, son muy singulares porque se produce una exploración profunda de ese espacio, algo que no se suele hacer.
He concentrado la mirada del personaje, del narrador y del resto de personajes en un coto muy cerrado. El objetivo de esta exploración es llegar al fondo de las cosas: de los objetos, de la memoria, de la vida que transcurre en ese lugar, de la gente que vive en el pueblo y de la observación de la naturaleza. Intento que la mirada del narrador sea penetrante y revele la esencia de este espacio familiar.
A veces el libro es el relato de una tarde donde sucede algo trivial, y en otros capítulos se encadenas citas de autoras como Natalia Ginzburg.
Claro, intento incorporar con naturalidad una visión externa. Creo que enriquece la obra porque la reflexión del narrador sobre lo cotidiano no es nueva, sino que se nutre de otras voces. Yo lo que hago es invitar a la observación del narrador a personas cualificadas que han dicho cosas relevantes sobre ese asunto.
Por ejemplo, si hablamos de la brevedad del tiempo, de la finitud del tiempo, tenemos que hablar de Séneca porque ha hablado elocuentemente sobre el tiempo en particular hace muchos siglos. O si hablo de las virtudes humanas, de las grandes y pequeñas virtudes, tiene que aparecer Natalia Ginzburg. O si hablo del trabajo manual desde un punto de vista teórico, tiene que aparecer Richard Sennett. Hacerlos comparecer enriquece esa voz, complementa la voz del narrador.
¿Sería el mismo libro sin el relato de lo aparentemente banal o sin esa gabinete de citas?
Este libro surge precisamente de una pregunta a partir de mi afición al trabajo manual. Me pregunto, desde un punto de vista teórico, por qué el trabajo manual tiene una peor consideración social que los trabajos intelectuales.
Busco entonces en la historia del pensamiento, la filosofía, el arte y la literatura qué se ha dicho al respecto. Quería encontrar el origen de esta situación, y lo hice documentándome exhaustivamente. El origen del libro es ensayístico: quería escribir un ensayo, y para ello leí mucho.
Cuando el libro se transformó en una novela, esos pensamientos y las ideas de otros autores tenían que aparecer porque eran voces autorizadas para hablar de lo que yo quería hablar. El narrador observa, experimenta con la realidad y el trabajo manual, pero también piensa, reflexiona y se hace preguntas. Y esas preguntas resuenan con las preguntas que muchos intelectuales o artistas se han hecho a lo largo del tiempo.
Voy a aprovecharme entonces de esa investigación. A lo largo del libro se habla del trabajo manual siempre desde la perspectiva del bricolaje, de las obras sobre inmuebles, etc. A mi me ha hecho pensar sobre la cocina, que también es un trabajo manual, que tal vez no persista, pero que se utiliza también como lenguaje de amor. ¿Qué diferencias y similitudes hay entre un tipo de trabajo manual y otro?
Para mí, son dos facetas del mismo acontecimiento. El trabajo manual tiene dos dimensiones, una personal, desde donde nace, y otra colectiva, a lo que se ofrece. La faceta personal se refleja en aquello que hacemos para nosotros mismos, como cocinar o construir algo. La faceta colectiva se refleja en aquello que hacemos para los demás, como doblar los calcetines o cocinar para la familia.
En este caso, en la cocina es algo muy evidente, porque tal y como apuntas, a través de la cocina podemos expresar amor. Más aún en una sociedad como la española, donde cocinar para otro es una forma de dedicarle tiempo y cuidado. Es preparar, comprar, pensar y elaborar para que alguien disfrute de la comida.
Recuerdo que cuando era pequeño, que mi madre cocinaba y mi hermano siempre se quejaba de la comida. Con el tiempo, aprendí que detrás de cada plato hay mucho trabajo, pero también mucho amor. Por eso, aunque la comida no esté buena, siempre debemos agradecerla porque es una forma de cariño y un mensaje de la persona que la ha hecho.
Hay un concepto que sobrevuela todo el libro, que es el de la propiedad. El protagonista habita una casa que, administrativamente, no es suya, sino una casa prestada, que sin embargo, ha llenado de vida. ¿Hasta qué punto sentimentalmente hay una propiedad diferente a lo que entiende la ley?
Yo distingo entre propiedad y apropiación. La propiedad, como se dice en el libro, la certifica un notario con su firma. Es un acuerdo entre partes, un intangible. ¿Quién dice que esta casa es tuya? Un papel, un acuerdo social y las leyes que lo refrendan.
Pero entre ser propietario de una casa y apropiarse de ella hay una diferencia. La apropiación se produce cuando intervenimos en la realidad de manera voluntaria e inconsciente. Habitar una casa, por ejemplo, es llenarla de memoria. Es interactuar con ella, transformarla físicamente (pintándola, reformándola), pero también ser conscientes de que en esos espacios sucede nuestra vida: aquí hay un recuerdo del nacimiento de una hija, de un momento agradable o desagradable, de una noticia recibida.
Esa interacción con la realidad produce la apropiación. Y no hay mayor apropiación, o al menos no tan evidente, que cuando construimos algo o intervenimos en la realidad para repararla. Por ejemplo, cuando se te rompe una tostadora y quieres repararla, te ves obligado a entender cómo está construida. Entiendes también cómo el capitalismo obstaculiza la reparación, con esos tornillos que nadie puede abrir por una mala intención… Al intervenir en la realidad, entiendes muchas cosas. Desde mi punto de vista, el trabajo manual produce una apropiación absoluta de la realidad. Quien ha construido algo lo sabe perfectamente.
Lo que pasa es que, a quien se apropia de algo de lo que no tiene la propiedad, se le obliga también a hacer un trabajo emocional de desapego fuerte, como sucede en el libro.
A veces tendemos a asociar disfrute o goce con la propiedad. Pensamos que solo podemos disfrutar de algo si es nuestro. Creo que es importante, especialmente en un momento en que comprar una casa para un joven es casi imposible, que podamos al menos construir un hogar. Apropiarnos del espacio, vivirlo y hacerlo del mejor modo posible. La memoria, el recuerdo de lo que sucedió y la propia vivencia no desaparecerán por el hecho de que la casa no sea nuestra. Es deseable que cada uno tenga su propia casa, por supuesto, pero parece que las cosas no van por ese camino.
Incides también mucho en el miedo, pero no es una amenaza tangible ni un miedo compartido universalmente, es otro extraño.
Ese es precisamente el miedo que me interesa. El miedo que te produce un león que viene corriendo hacia ti es un miedo indiscutible y necesario. Me interesa más el miedo como elemento narrativo, cuando en ocasiones no es ni siquiera tuyo. El miedo intangible y limitante, el que te ha transmitido tu familia, la sociedad o las empresas de alarmas, por ejemplo.
Es el miedo que más me interesa porque es el que me parece pernicioso. El que asfixia la vida dejas de hacer algo, o dejas de crecer y de experimentar, porque tienes un miedo que ni siquiera es tuyo y que, en muchos casos, ni siquiera es real. Aprender a quitárselo de encima es una trabajo que puede llevar la vida entera.