VALÈNCIA. Antiguamente, cuando no había Internet y el mundo estaba dividido por el Telón de Acero, paradójicamente, la programación de televisión era más plural. Había más presencia europea e incluso productos procedentes de países socialistas. Un ejemplo fue Ferdy, la hormiga, que era una producción checoslovaca y británica y en España se pudo ver por televisión en los años 80. No era una exportación casual checoslovaca, este país tuvo una potente industria de animación, aunque aquí nos perdimos su creación más famosa, Krtek.
Cualquiera que haya paseado por Praga habrá visto un souvenir recurrente, se trata de un topo de ojos saltones. Es una creación de Zdenek Miler y acaba de cumplir 65 años. En su día, este personaje le proporcionó grandes ganancias al estado. No solo recogieron premios y galardones en los años 50, sino que en las siguientes décadas su presencia se fue extendiendo por otros países, algunos de ellos capitalistas. El secreto de su éxito pudo estar en que en estos dibujos no era patente la división del mundo en bloques, como podía ocurrir con el estilo cinematográfico, sino que tenía características que servían para unirlos.
Tanto hoy como ayer, la competencia era la misma para los animadores europeos: Walt Disney. Los checoslovacos, como cita Riikka Palonkorpi en Mole holes in the Iron Curtain, ya tenían una tradición de animación anterior al socialismo. Eran muy buenos en el teatro de marionetas y tenían todo un legado de cuentos de hadas. Antes de la II Guerra Mundial, Checoslovaquia era uno de los países más industrializados y prósperos del mundo, sus estudios Barrandov eran de los más modernos de Europa. Zdenek Miler fue uno de los creadores que se forjaron en estas instalaciones, concretamente, en los laboratorios Bat'a en Zlin, donde los nazis permitieron que se siguiera trabajando. De hecho, ya en 1946, directores de animación como Jiff Trnka y Karel Zeman se impusieron a las películas de Disney en el Festival de Cannes.
Sin embargo, eso no impidió que se asumiera su influencia. El estilo de animación soviético era calcado del modelo estadounidense de los años 30. Es un hecho, además, que a Stalin le gustaban las películas de Disney, según explicó el historiador Ülo Gryter en On the Topics and Style of Soviet Animated Films. Ocurrió lo mismo que con el deporte. Los comunistas, inicialmente, propusieron un deporte menos competitivo y más fraternal, pero pronto abandonaron la idea para competir en términos occidentales con la intención de ganar a sus rivales y aprovechar esa visibilidad a su favor. En este aspecto, también se quiso conquistar la imaginación de los niños con la fórmula que ya se sabía que funcionaba.
Entre los primeros trabajos de Miler destacaron ya tics ideológicos. Como en O milionafi ktery ukradl slunce (El millonario que robó el sol). Como su propio título indicaba, un rico se quedaba con el sol para él solo. Tocaba temas universales como la codicia, el egoísmo y la injusticia social. Miler, de hecho, era militante del Partido Comunista, no obstante, el cortometraje fue reconocido fuera de su país y se llevó un premio en Venecia.
Su siguiente trabajo, 0 makovem kolacz, de 1953, enseñaba a los niños cómo se hacía un pastel. Desde la siembra a la harina a la elaboración. Fue un gran éxito y por eso le pidieron que hiciera otro explicando cómo se fabrica la ropa. Para ello, eligió un animal que no había salido en ninguna película de Disney, un topo. Hubo un intento de censurarlo por un funcionario que consideraba al topo un animal problemático, pues le habían destrozado el jardín, pero la prohibición no prosperó y Krtek salió adelante. En su primera aparición, el topo quería unos pantalones y todos los animales del bosque le ayudaban a producirlos. Las hormigas tejen, el cangrejo corta la tela, el pájaro cose... En 1957, volvió a ganar en Venecia.
En los años 60, estas producciones se convirtieron en el gran desafío de Disney, que vio peligrar su monopolio en Europa. Los analistas de este tiempo entendieron que los fuertes de Disney estaban en la técnica y en la comedia, mientras que en los checoslovacos destacaba la poética. Era la misma retórica de la Guerra Fría aplicada a los dibujos animados, sostiene Palonkorpi, en una época en la que los países comunistas se habían propuesto "adelantar a Occidente" y lo creían posible. El modelo checoslovaco, que ya tenía características propias, no tan deudoras de los americanos, se implantó en otros países socialistas como Polonia, o en Yugoslavia la reconocida escuela de Zagreb.
En los 70, Krtek ya se emitía en Alemania Occidental. Curiosamente, no existía una industria del dibujo animado en la RFA y necesitaban importar. En 1974, el topo llegó a Finlandia. Después fue el turno de Suecia. Tal fue la importancia que cobró Miler, que en los 70, después de darse de baja del partido por la invasión soviética de 1968, su carrera no sufrió el más mínimo percance. El éxito de Krtek no solo radicaba en su inocencia, en mostrar el mundo a través de los ojos de un niño, aunque fuese un topo, sino que tenía un aspecto moralizador cuando enseñaba a resolver problemas siempre desde unos principios éticos claros. Además, siempre empleaba la curiosidad y la creatividad como motivación y contaba con la ayuda de otros animales, cooperaba.
El mensaje era tan positivo y universal que el colapso y caída de los regímenes comunistas en 1989 no le afectó. No solo aumentaron los países que lo adquirieron, sino que encima su imagen, como en Disney, empezó a aparecer en productos de todo tipo. Tanto fue así que, tras la muerte de su creador en 2011, se desencadenó una polémica cien por cien capitalista: sus herederos se pelearon por los derechos. Miler hizo testamento a favor de sus cinco hijos, pero una de sus nietas, que vivía con él hasta el momento de su muerte, denunció que en sus últimos días de vida le había entregado a ella el cien por cien de los derechos de autor. Entrevistada por el New York Times, Alena Samkova, fabricante de ropa de cama con la imagen de Krtek, se quejó de que estaba perdiendo cientos de miles de dólares después de que el mercado, con la globalización, se fuera llenando de réplicas de menor calidad. “Esto no era lo que quería el Sr. Miler”, sentenció.