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'La imagen incesante': la caverna de la televisión

El programa de cine de Culturplaza y Plaza Podcast

viernes, 03 mayo 2024

VALÈNCIA. Algo que hace mágico a la naturaleza es la sensación del frágil equilibrio que se ha mantenido por los siglos de los siglos; pero como en otras cosas, de lo que antes dábamos por hecho tomamos conciencia en su ausencia. En un pueblo cercano a Tokyo, Takumi y su hija disfrutan de ese equilibrio natural. En una zona rural, en un pueblo tranquilo, en equilibrio, una empresa quiere construir un glamping. En nombre del progreso, del turismo, quieren construir un alojamiento artificial en mitad de un bosque en equilibrio natural.

Es el mismo pueblo el que se revela, consciente de lo difícil que es mantener equilibrio. En este caso, está amenazada la corriente de agua natural, que puede contaminarse, y perder la cuadratura del círculo de ese sistema ecológico perfecto que es un espacio natural respetado por la acción humana. El pueblo, en todo caso, censura el proyecto sin perturbarse. Y el espectador occidental se pregunta: ¿Cómo se puede construir el dramatismo sin subir los decibelios cuando un problema es colectivo? Ryûsuke Hamaguchi lo demuestra en El mal no existe, una película que aprovecha escenas de diálogo largas para hacer, precisamente, una película mínima.

La oposición del pueblo, la vida tranquila de Takumi o la ambición impotente del capital necesitan de muy poco para quedar negro sobre blanco. Nada está subrayado, nada sobra, todo está en equilibrio. Todo un ejercicio de cine.

En ese sentido misterioso de dónde colocar los elementos narrativos y repartir el peso para que las cosas sucedan sin que apenas se note, es un don que Hamaguchi domina a la perfección. Y en realidad, pasa casi dos horas no solo manteniendo el equilibrio, sino preparando un golpe de efecto, que es algo desconcertante, pero que no desluce el resultado final.

El personaje de Takumi, hipnótico, explica la propia película, es reflejo de su totalidad. En esa tranquilidad categórica, en esa defensa pacífica, en esa seguridad de quien se siente en equilibrio, el más urbanita se sentirá como ese cazador de talentos que una vez lo entiende todo quiere quedarse en el pueblo; mientras que la persona que esté más conectada con el medio rural, verá en pantalla grande aquello que le es tan fácil de entender y tan difícil de explicar.

La imagen incesante

Giorgio Agamben dice: “Contemporáneo es aquel que mantiene fija la mirada en su tiempo, para percibir, no sus luces, sino su oscuridad. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo. Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de alcanzarnos y no puede: eso significa ser contemporáneos. Por eso los contemporáneos son raros; y por eso ser contemporáneo es, ante todo, una cuestión de coraje: porque significa ser capaces, no solo de mantener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino también de percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se nos aleja infinitamente”.

Esta cita abre uno de los capítulos de La imagen incesante. Radiografía de los formatos audiovisuales, un ensayo escrito a cuatro manos por Jordi Balló y Mercé Oliva, publicado por Anagrama y con traducción al castellano de Carlos Losilla —originalmente está escrito en catalán.

El libro problematiza los formatos televisivos de entretenimiento y los pone en conversación con las sociedades en las que se desarrollaron y aquella política que parecían adelantar. No hay mayor reproducción de las aristas de las sociedad neoliberales que el espectáculo televisivo, y frente a la superficialdad de la crítica televisva, Jordi Balló y Mercé Oliva han escrito una obra lúcida, didáctica y punzante.

Hoy, en Última Fila, contamos con ellos, y lo primero que os quería preguntar si la televisión refleja la sociedad, la televisión moldea la sociedad, o son las dos cosas a la vez.


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