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tribuna libre / OPINIÓN

La comunidad valenciana en su desarrollo histórico (y III)

Foto: EVA MÁÑEZ
9/06/2023 - 

No conviene olvidar la geografía, como nos señala Robert D. Kaplan en La venganza de la Geografía (2012), en que los mapas condicionan el destino de las naciones, porque la Comunidad Valenciana pertenece al Mediterráneo occidental europeo. En ese trozo del mar existen tres penínsulas –Balcánica (que incluye a Grecia), italiana e Ibérica– y en todas ellas ha costado construir estados asentados, a pesar de la carga histórica contenida. Hoy todavía tienen dificultades de encajes con problemas de integración social y nacional. Así ha ocurrido con la antigua Yugoeslavia y su dispersión en diversos estados, Grecia con su reivindicación sobre Macedonia, Italia enfrentada entre el Norte y el Mezzogiorno, y España con su continuo debate sobre la configuración del Estado y las fuerzas centrípetas, con los nacionalismos soberanistas que concentran las áreas de poblaciones más dinámicas frente a las zonas que se despueblan o envejecen del centro meseteño, donde Madrid representa un oasis en medio de un semidesierto que influye en núcleos urbanos que, en algunos casos, mantienen expectativas de crecimiento y modernización, sea Valladolid o Burgos. En un espacio del litoral se sitúa la Comunidad, en una amalgama abigarrada de zonas montañosas y planicies, con una población producto de varias migraciones antiguas y modernas de procedencias diversas, donde parece imposible reconstruir una etnia única a modo de aquellas teorías de una raza uniforme que abarque la totalidad de sus habitantes.

El análisis de lo que fue el comienzo de una nueva etapa a partir de 1978, con toques historicistas para justificar las nuevas instituciones surgidas con el Estatuto de 1982, reformado en 2006, nos sirve para mantener un sistema de convivencia que, sin ser muy conscientes de ello, ha servido para construir una sociedad en la que es posible sostener todo tipo de propuestas, contrarias o contradictorias, porque unas se sostienen con otras haciendo de contrapeso, sin crear grandes conflictos. Si observamos la sociedad valenciana como un todo descubrimos una imagen de fórmulas diversas de entender el mundo. De criticar y despreciar a los que se considera intelectual y políticamente despreciables, pero los que así lo hacen tampoco sobresalen en el panorama de creación original, o no cuentan con la difusión o con tal consideración. Si escojo a dos escritores contrapuestos como Gustau Muñoz o Carles Recio aprecio en sus obras una distancia inmensa. Uno, continuador del ensayismo crítico en la línea fusteriana con referencias a autores consagrados, y otro, representante de un valencianismo popular que bucea en la historia alternativa al ungido por la Academia. Pero ambos representan dos concepciones de entender la cultura, la historia y la sociedad valenciana sin que sus tesis tengan un ámbito especialmente considerable para ser hegemónicos. Una gran mayoría de valencianos, alicantinos o castellonenses no los conoce, ni saben cuáles son sus tesis. Es posible que no se han leído el uno al otro. Sin embargo, cada cual tiene su espacio, que supone una manera de representación consciente e inconsciente de la visión de los ciudadanos/as que habitan la Comunidad Valenciana, el País Valenciano o el Reino de Valencia. Se podrá decir que la base cultural, el dominio de idiomas, el conocimiento de ensayistas o autores de trascendencia universal es un signo distintivo de Muñoz. En su libro 2001 Gener cita a Robin Blackburn, antiguo editor de la revista New Left, como un representante de un marxismo crítico y original que huye de aquellos otros encuadrados en un teoricismo marxista cuasi escolástico y que desentraña las contradicciones de un sistema como el cubano, la historia de la esclavitud o la crisis del régimen soviético, y los dilemas que se plantean para salir de la situación. Nada de eso parece que pueda servir para un debate con autores como Recio, que publicó un libro prologado por Joan Francesc Mira. Sin embargo, si este hubiera tenido la oportunidad de consolidar en un ambiente universitario la base intelectual de sus trabajos, que recogen fondos archivísticos y conocimientos muchas veces despreciados por los círculos intelectuales del nacionalismo de raíz fusteriano, tal vez sería también un elemento interpretativo por considerar. Pero se le ha tratado como si fuera una homeopatía intelectual que no puede ser admitida, al igual que se compara la Medicina científica con aquellas terapias alternativas insuficientemente demostradas y especulativas, no equiparables a lo que entendemos por concepciones sociales.

En los departamentos de universidades punteras como Oxford, Cambridge, Harvard, Stanford o Princeton existe atención y espacio para una concepción conservadora de las relaciones sociales frente a un pensamiento crítico que rebate lo existente. Si la escuela de Chicago dio una justificación popular al capitalismo también ha dado cabida a toda una serie de autores críticos con la economía de mercado defendida por ella. Así, Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Paul Collier o Jacob Fiel y Mathew Taylor han rebatido el desarrollo de un capitalismo autorregulado, sin intervención. El avance social e intelectual se hace a base de contradicciones, y en eso la sociedad valenciana tiene buena experiencia. Incluso atendiendo a las opciones políticas que han dirigido la Generalitat vemos un equilibrio, como no ha ocurrido en otras Autonomías. El PSPV-PSOE gobernó entre 1983 y 1995, el PP entre 1995 y 2015, en colaboración en algunos periodos con UV, y de nuevo el PSPV-PSOE en un Gobierno de coalición con Compromís, desde 2015, y en teoría, hasta 1923. El resultado es de 20 años cada uno. En las otras 16 autonomías hay siempre una organización política hegemónica, normalmente el PSOE o PP, y en el caso de Euskadi y Cataluña las opciones nacionalistas. Solo la Comunidad Valenciana, a pesar de sus debates, lingüístico y simbólico, de los enfrentamientos historicistas e interpretativos diferentes y contrarios sobre cómo entender la sociedad valenciana, ha mantenido un modelo británico de comportamiento político, donde se han podido vislumbrar las distintas alternativas sin grandes contratiempos para la mayoría de los ciudadano/as. De Lerma a Zaplana/Camps/Fabra, pasando por Puig, existe una estela de responsables políticos, nombrados o elegidos, que normalmente no han despertado adhesiones sociales indiscutibles. Incluso se les ha criticado con dureza por su falta, en unos casos, de liderazgo y, en otros, por comportamientos esperpénticos o corruptos. Predomina una identificación de bajo calado con todos ellos, pero a la postre han dirigido una sociedad en la que los espacios de cada cual han sido generalmente respetados. Y cuando no se ha hecho han saltado las alarmas.

La historia de las legislaturas autonómicas es el comienzo y la adaptación a una sociedad en la que nadie ejerce una hegemonía aplastante, donde hay buenos investigadores en las Universidades y donde una gran mayoría acepta la convivencia por encima del convencimiento. No hay grandes figuras destacables públicamente, pero puede haberlas, porque existe base social y económica para ello. Los procesos sociales son lentos y la paciencia es una buena arma. El problema puede surgir si se quiere ser hegemónico eliminando a los demás. Aquí conviven dos lenguas, varias maneras de entender el pasado y el presente, en una combinación peculiar de compartimentos estancos que todavía no tiene los suficientes vasos comunicantes, pero quizás pueda tenerlos en el futuro si se es optimista o entrar en batallas más duras y con mayores costes que las del pasado. Las sociedades híbridas tienen la facultad de erigir contrafuertes para que no existan grandes dominadores ni dominados, en un equilibrio siempre inseguro pero constante. Si hay razones para ser pesimista, también existen elementos para un cierto escepticismo-optimista.

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