Llevamos 43 años viviendo bajo el amparo de una Constitución que garantiza y salvaguarda la democracia española en un régimen de derechos y libertades. Cada año tiene más sentido respetar el texto legal y cada año nuevos actores pretenden aniquilar esa ley que genera seguridad y bienestar.
El puente más largo del año une dos hechos que consolidan y refuerzan la idea de España como nación de ciudadanos libres e iguales y recuerdan que somos una de las grandes potencias que en la historia han existido pese a no contar con una producción cinematográfica que se pase el día exaltando tantas hazañas épicas y tantos hechos narrables y sobre todo heroicos, pues a la festividad de la Inmaculada Concepción, España le da un significado especial, prueba de ello es que es la patrona de la infantería del ejército español desde 1892, como consecuencia del conocido como Milagro de Empel. Todos los años en este inicio de diciembre y como preludio a la fiesta de la Navidad, que sigue siendo la gran celebración y exaltación del amor y a la familia, celebramos dos fiestas que quizá pasan desapercibidas para muchas personas y bueno sería entender porqué estos días no hay que ir a la escuela, al trabajo o podemos irnos de viaje con la familia o los amigos. No es un capricho de los sindicatos ni una iniciativa social para descansar antes del frenesí navideño.
La Constitución española cumple 43 años, una edad que, pese a los constantes ataques y críticas de algunos partidos y sectores de la sociedad, no es para considerarla un texto antiguo, viejo y caduco que no tenga valor para la sociedad actual. Las leyes se adaptan constantemente a las necesidades de las sociedades que rigen, quizá hoy en día con excesiva celeridad y poca reflexión, pero el texto que crea el marco global de convivencia y que debe poner los cimientos sólidos y duraderos de una sociedad no tiene porque ser revisado cada cinco, diez o veinte años. Creo sinceramente que la consolidación y permanencia de ciertas instituciones garantiza estabilidad y seguridad a una sociedad, y tenemos una prueba multisecular en la Iglesia Católica que gestiona los tiempos con una perspectiva mucho más amplia que la premura humana, aumentada y exacerbada en estos tiempos digitales.
El Día de la Constitución debe considerarse el día en que todos podemos congratularnos de formar parte de uno de los países con una democracia más plena y sólida, donde la seguridad jurídica y física están más garantizadas y donde pese a los problemas que a veces surgen, muchos de ellos fruto de la excesiva burocratización y creación de una gigantesca clase política, es un país donde con mayor posibilidad desarrollar un proyecto vital gozando de unas buenas condiciones de vida. No solo elementos como el clima, la gastronomía o la cultura hacen de nuestro país en buen lugar para nacer y vivir, también una Constitución que consolida un modelo de monarquía parlamentaria y que prevé una amplia carta de derechos y libertades.
El otro hecho que se celebra en muchos países del mundo y que conmemora el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, es decir, que estuvo libre del pecado original, tiene una especial referencia con nuestro país, tanto porque somos uno de los centros del catolicismo, España tierra de María y de donde han salido grandes santos de la Iglesia y órdenes religiosas como porque el popular milagro en la batalla de Empel donde los soldados españoles pudieron huir del asedio y salir victoriosos contra los holandeses gracias a una repentina helada del río Mosa, pues habían quedado aislados. El hallazgo de una tabla con la imagen de la Virgen María que veneraron durante esa noche, se considera que fue el hecho milagroso.
Esa unión de historia, religión, heroísmo y patriotismo dota de un significado especial a esta festividad en España. No hace falta que uno se sienta católico o vaya a misa para que conozca la historia de su país y se sienta razonablemente orgulloso de ella. La celebración de los hechos que dan sentido a nuestra historia más remota y también más próxima en estos días sigue siendo un hecho a reivindicar. Ojalá la clase política alcance algún día la necesaria unidad entorno a conmemoraciones que refuerzan nuestra identidad y de las que deberíamos sentirnos profundamente orgullosos, desde el milagro de Empel en 1585 a la Constitución española en 1978.