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MEMORIAS DE ANTICUARIO

La cultura ante el reto demográfico: educar para seducir a los “nuevos valencianos”

3/12/2023 - 

VALÈNCIA. Hoy toca reflexión. En los últimos años compañeros de mi sector han visto incrementadas sensiblemente las visitas de personas extranjeras, y no me estoy refiriendo a turistas, he de aclarar. Se trata de personas que por las razones que han creído oportunas han venido a vivir a nuestra ciudad o alrededores, de forma más o menos permanente. Otras han adquirido un inmueble del que disfrutan ocasionalmente, ya sea para disfrutar de nuestras bondades o, porque han elegido esta tierra para, por un periodo de tiempo, teletrabajar en puestos que le permiten esta opción. En algunos casos he podido percibir que se trata de personas inquietas que, en lugar de cerrarse a cualquier influencia externa y mantener su acervo cultural como si siguieran viviendo en sus países de origen, por el contrario, se han visto sido seducidos por la cultura de este lugar: su arte, su gastronomía, sus costumbres y, en definitiva, su modo de vida. Por lo que he observado, incluso indagan en el contexto artístico valenciano del pasado y presente hasta el punto de decidirse a adquirir obras de artistas de forma ocasional, para decorar sus nuevas viviendas o bien llevárselas a sus países de origen para “recordar”. Puedo confirmar que me he encontrado con personas de origen extranjero que conocen mejor nuestro ambiente artístico, pasado y presente, mejor que muchos valencianos “pura cepa”, pero eso es harina de otro costal.

Hace pocas semanas una pareja de ciudadanos de origen alemán, jubilados, que recientemente habían adquirido una vivienda en el Cabañal se llevaron una pequeña tablilla del pintor valenciano Genaro Lahuerta (1905-1895), y lo que me sorprendió, era un artista que ya conocían. Habría que reflexionar hasta qué punto esta, como alguna otra, son excepción que no marcan tendencia, o bien un porcentaje nada desdeñable de extranjeros que han decidido residir en la Comunidad Valenciana, acogen nuestra cultura, e incluso, puede llegar el caso de que se impliquen en ella: en las fiestas como en la fallas, o en celebraciones religiosas, agrupaciones musicales, festividades en los barrios etc.  El caso de la comarca de la Marina merece nuestra atención. Una primera generación de extranjeros de origen europeo que se trasladaron a disfrutar de su clima, mejores precios que en sus países de origen y demás beneficios de esta tierra, han vivido incluso décadas cerrados lingüística, gastronómica y en definitiva, culturalmente, aislados como si lo hicieran en Newcastle o Rotterdam. Ahora, sin embargo, empieza a haber cierta apertura y más si en algunos casos hay una segunda generación. Otra realidad para pensar: hace escasos días uno de los propietarios de la Academia de arte Gaia, donde a lo largo de las últimas tres décadas miles de personas se han adentrado en el mundo de la pintura, escultura, me daba un porcentaje que me dejó bastante impresionado y que a ellos también les estaba sorprendiendo: de sus actuales 450 alumnos, entre el 20 y el 25 por ciento eran ya personas extranjeras, y subiendo.

Obra costumbrista de Joaquín Agrasot

Los retos 

Más allá de ordenaciones administrativas de los Estados más o menos ancestrales, Europa se conforma de una infinidad regiones culturales que a su vez acogen otras con características propias y con fronteras difusas entre unas y otras. Regiones culturales con características propias en cuanto a lenguas, tradiciones, modos de vida, música, fiestas, folclore, gastronomía etc. Que se han ido configurando, moldeando a través de los siglos por avatares históricos y demográficos, influencias religiosas o también condicionantes orográficos, climatológicas, demográficos y un sinfín de variables. Todo es discutible pero creo que podemos consensuar en que preservar en la medida de lo posible el acervo cultural es una riqueza y dejarlo desaparecer nos empobrece. Creo que en esto podrían estar de acuerdo partidos de todas las ideologías. 

El mundo está sufriendo transformaciones de una profundidad enorme y a gran velocidad, y en este caso no me refiero a las implicaciones de la Inteligencia Artificial, que también. Es posible que ante la envergadura y complejidad de estas, nos sentamos incapaces para afrontarlas y todo ello, pese a una celeridad que a penas vemos, me recuerda al socorrido ejemplo de la rana viva en la cazuela que se va cociendo a fuego muy lento. Junto a la IA de la que ya tendremos ocasión de hablar, el otro gran reto para la preservación de la cultura propia son los flujos de población. Los grandes movimientos demográficos desde el alto directivo de una multinacional coreana, profesionales de toda índole que han encontrado en nuestro país un lugar idóneo para trabajar en remoto, hasta, no hay que ocultarlo, la explosión de nuevas potencias como China, inmigrantes buscando un futuro mejor y, también hay que decirlo, quienes huyen por el medio que sea de lugares en guerra o de la pobreza. El libro demográfico de nuestras sociedades ha iniciado un nuevo capítulo y no pueden estudiarse como fotos fijas: en un par de décadas nada será igual. Más allá de los retos que conlleva este flujo que no cesa, parece que no somos del todo conscientes de los cambios que va a acarrear, en el caso que ocupa a este texto, de índole cultural. 

Museo de Bellas Artes

La heterogeneidad demográfica de las sociedades occidentales es imparable, y en parte ya está aquí, por si alguno no se ha dado cuenta. Es una riqueza por todo lo “nuevo” que nos permite conocer sin movernos apenas de nuestro barrio, por relacionarnos con quienes nos permiten abrir la mente y no mirarnos tanto el ombligo. Recuerdo, siendo niño, cuando mis padres nos llevaron al primer restaurante chino de València. No hace falta que les explique lo que ha sucedido, hasta hoy. No obstante, sería poco realista no ver la otra cara de la moneda: las sociedades multiculturales se enfrentan al reto de no ver diluida su cultura propia. Y más si parte de las nuevas generaciones de “autóctonos” hijos del black Friday, cyber Monday o de Halloween, no se sienten demasiado compelidos en este asunto. Cierto es también, que hay quienes piensan que la cultura de las sociedades abiertas debe lógicamente sufrir los avatares y modificaciones que los diversos factores vayan imponiendo, y por tanto, parece que, “es el signo de los tiempos” dirán, no haya que tener miedo a que tradiciones y modos de vida rurales vayan desapareciendo con el despoblamiento, que lenguas minoritarias acaben siendo residuales ante la confluencia con otras muchas, que tradiciones de origen religioso dejen de celebrarse ante la escasez de fieles, o platos propios ancestrales se dejen de cocinar ante la llegada masiva de otras cocinas que diluyen nuestra gastronomía en un océano de sabores venidos de todo el mundo. 

Lo que llamamos “multicultural” es, también, un “choque” de trenes, no nos hagamos trampas. Me sorprende que ciertos grupos políticos de aquí y de allá que se han caracterizado por una legítima y en muchos casos loable defensa de “lo nostre”, les cueste abordar con franqueza algo que parece evidente: mantener por arte de magia “els nostres arrels” y asumir plenamente la multiculturalidad es la cuadratura del círculo. La multiculturalidad se entrevera por sí misma, pero el sustrato de lo propio es lo que hay que defender con políticas culturales. Quien piense que nuestro acervo cultural no se enfrenta a un reto mayúsculo, si quiere seguir sobreviviendo como tal, pienso que está guardando la suciedad debajo de la alfombra. 

Concierto en el Palau de la Música

Todo pasa por la educación

Dando por hecho que la nuestra sociedad va camino de la heterogeneidad demográfica, y bienvenida esta, deberíamos ser una sociedad fuerte culturalmente y atractiva para que la multiculturalidad se desarrolle sobre una base cultural autóctona sólida. Creo que la educación es el camino. Si no conocemos nuestra historia, nuestro arte, tradiciones etc, poco podemos transmitir para ganar adeptos e involucrar a quienes vienen de lejos. Enlazando con el comienzo, conozco personalmente mucha gente, y ustedes seguro que también, que vive ya entre nosotros desde hace tiempo, venida desde oriente o de lugares mucho más cercanos, que han asumido nuestra cultura, sin imposiciones, y culturalmente se han convertido en unos valencianos más. Dudo que tengan efectos deseables las políticas que se están aplicando en países del norte de Europa fuertemente restrictivas, de forma repentina, como queriendo poner puertas al campo, ante errores cometidos tiempo atrás. 

Los hijos, nacidos en nuestro entorno, de gente que vino a vivir años atrás deberían percibir a su alrededor una sociedad con una cultura suficientemente atractiva para hacerla suya y quizás, incluso, implicarse en ella. No ayuda a todo ello, sino todo lo contrario, el progresivo arrinconamiento de las humanidades en nuestros planes de estudios: habría que desarrollar políticas culturales ambiciosas con la finalidad de que quienes están llegando estos años a nuestro entorno y, sobre todo, llegarán en las próximas décadas conviertan nuestra cultura en la suya, sin olvidar sus raíces. Será la forma de que pueda mantenerse un acervo que en muchos casos está en vías de desaparición. Para finalizar, un ejemplo un tanto pedestre pero llamativo. Muchos bares de barrio “de toda la vida”, que no encontraban sucesor ante una inminente jubilación, han adquiridos por familias de origen chino. La alternativa era cerrar lo que había para abrir el restaurante chino número 200 de la ciudad. Lo interesante, la genialidad, es que han seguido con el menú de siempre: las bravas, los caracoles y la sepia plancha. ¿Lo que funciona, si encima es de aquí, para qué cambiarlo?. Vale, en este caso la motivación es más mercantil que cultural, pero ¿qué más da si el resultado el mismo?

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