VALÈNCIA. El reciente repunte de la inflación en EE.UU. y en algunas otras economías ha despertado el temor de que el último tramo para devolver la inflación al objetivo sea el más difícil.
De hecho, hay muchos precedentes históricos en los que los avances en la reducción de la inflación se han estancado o incluso han retrocedido. La experiencia de los años 70 pesa especialmente en la mente de los actuales banqueros centrales.
En Estados Unidos, la dinámica de la "difícil última milla" refleja efectos secundarios, expectativas de inflación más altas, agotamiento de las ganancias fáciles de los efectos base y persistencia de la inflación en el sector servicios.
La economía de la Eurozona ha sido más débil, por lo que la dinámica de la inflación también lo es. Sin embargo, los mercados financieros temen que la inflación de la Eurozona se parezca a la de EE.UU. pero con un cierto retraso. Además, los mercados se preguntan si el BCE puede seguir adelante con su ciclo de relajación previsto si la Fed no recorta hasta mucho más avanzado el año.
El listón para retrasar la fecha de inicio de los recortes de tipos de la Reserva Federal es bajo. No me sorprendería que las recientes sorpresas al alza de la inflación, sobre todo si van acompañadas de un fuerte crecimiento, llevaran a los responsables de la Reserva Federal a mover a dos las previsiones de recortes de tipos para este año.
A largo plazo, el régimen de inflación mundial seguirá caracterizándose por una mayor volatilidad estructural de la inflación, y los bancos centrales necesitarán con más frecuencia volver a situar la inflación en el objetivo por encima que por debajo. Ello se debe a que, a diferencia del período comprendido entre 1990 y el inicio de la pandemia, la economía mundial tiene ahora más probabilidades de sufrir perturbaciones negativas por el lado de la oferta. Éstos empujan el crecimiento a la baja y la inflación al alza, creando un difícil equilibrio para quienes se encargan de la política monetaria.
En particular, el entorno geopolítico se está complicando, algunos aspectos de la globalización están dando marcha atrás, el cambio climático puede presionar al alza los precios de los alimentos y la energía, y el consenso científico sugiere que han aumentado los riesgos de futuras pandemias. Por otra parte, debido a que los bancos centrales están cada vez más expuestos a una mayor interferencia política, al gran aumento de la deuda pública y a la creciente atención que prestan a sus objetivos en materia de ESG, es posible que vean mermada su capacidad para centrarse en la estabilidad de precios.
Una mayor volatilidad de la inflación puede hacer subir los tipos de descuento, ya que los inversores exigen mayores rendimientos esperados para compensar una mayor incertidumbre sobre el futuro. Los shocks de oferta tienden a asociarse con una correlación positiva entre bonos y acciones, lo que dificulta la diversificación de las carteras.
Paul Diggle es economista senior de abrdn