VALÈNCIA. La temporada actual de Anatomía de Grey, que es la decimonovena, nada menos, nos ha sorprendido con una vehemente campaña contra la prohibición del aborto. Esto significa que, ante la derogación por parte del Tribunal Supremo hace ahora un año, sus creadoras han decidido que una parte muy relevante de sus tramas esté vinculada a la defensa a ultranza del derecho al aborto, ofreciendo múltiples puntos de vista y situaciones. No es la primera vez que la serie creada por Shonda Rhimes elige un caballo de batalla y despliega una agenda política, siendo como es una serie feminista y antirracista: lo hizo con el #MeToo y contra la violencia machista, con algún capítulo memorable. También con el #LiveBlackMatters (la diversidad ha sido uno de sus signos de identidad desde su origen), contra la desigualdad y la falta de políticas sociales, contra los recortes en sanidad o contra el uso de armas.
Tampoco es la primera vez que la serie muestra el aborto como una opción que forma parte de la libertad de las mujeres: recordemos que uno de los personajes centrales, la siempre recordada doctora Cristina Yang, decide abortar dos veces a lo largo de su historia. Así que no es de extrañar que, tras las terribles situaciones provocadas por la decisión del Supremo, una serie médica que muchas veces ha sido militante decida utilizar todo su arsenal narrativo y melodramático para defender un derecho que parecía conquistado, pero no. Conviene matizar que, por muy panfletario que esto esté sonando, el tratamiento que se hace de todos estos temas en esta temporada está muy lejos de ser tosco y simple.
Y así, hemos visto a varias de las doctoras del Grey Sloan Memorial Hospital jugarse el tipo practicando abortos gratuitos y atendiendo a los problemas ginecológicos y obstétricos de muchas mujeres en el propio hospital o a través de una unidad móvil medicalizada que, a su vez, lleva la información necesaria allí donde no hay hospitales o se impide su circulación. Y las hemos visto siendo atacadas, perseguidas, coaccionadas y acosadas por los autoproclamados activistas provida, nombre irónico donde los haya. La serie está siendo muy didáctica en ese sentido, al mostrar las numerosas y terribles consecuencias para la salud y la libertad que está acarreando la derogación del derecho al aborto.
Partiendo de la base de que cualquier película o serie tiene una dimensión política, porque toda obra humana la tiene, son muchas las que despliegan de forma clara su intención de denunciar o que tienen su origen en un planteamiento político o ideológico concreto o en una causa: Sex Education, Podría destruirte, La ciudad es nuestra, El cuento de la criada, Creedme, Dopesick, El ferrocarril subterráneo, Intimidad, Small Axe y cien más. Por no hablar de la serie más política y antitrump, The Good Fight, que alcanzó unos niveles de gamberrismo casi punk en la denuncia de las tropelías de los ultras y el peligro que supone el fascismo. Si destaco aquí el caso de Anatomía de Grey es porque creo que merece la pena que nos detengamos a pensar en la importancia que tiene que series mainstream, de cadenas generalistas, con vocación familiar, no autorales ni de nicho y con audiencias bastante grandes y variadas asuman de ese modo la defensa de algunos derechos cuestionados por la agenda ultra y lancen sin tapujos sus mensajes.
Lo cierto es que las series médicas parten con cierta ventaja a la hora de plantear algunas de estas cuestiones, dado que el lugar de la acción, un hospital, y la profesión de sus protagonistas permite escenificar muchos dilemas morales y éticos y mover a la reflexión o, incluso, a la acción. Ahí tenemos la defensa a ultranza de la sanidad pública y el rechazo a la corrupción que ha llevado a cabo a lo largo de todas sus temporadas New Amsterdam, la denuncia de la falta de recursos y la deshumanización de la práctica médica de Esto te va a doler, o, yendo más atrás, la causa antibélica que abrazó, desde el humor y la sátira, M*A*S*H (eso sí que era defender la vida).
No es raro encontrar en algunos procedimentales tramas que reflejan el peligro del supremacismo blanco o de los incels y la violencia que pueden llegar a desatar, por ejemplo, en episodios de Mentes criminales, Ley y orden: Unidad de víctimas especiales, los diversos NCIS o los varios títulos que integran la franquicia Chicago: PD, Fire o Med. Eso sí, sin dejar de ofrecer en ningún caso, por mucho que veamos cómo el sistema falla por todas partes, el retrato de unos agentes del orden fiables, garantes de los valores y capaces de sobrellevar las muchas contradicciones en las que viven.
Entre todas ellas, destacan 9-1-1 y 9-1-1 Lone Star, dedicadas a seguir las peripecias de sendos grupos de bomberos y paramédicos, uno en Los Ángeles y otro en Austin (Texas). Ambas son creaciones de Ryan Murphy y Brad Falchuk y, quizá por la firma de Murphy (Glee, Pose, American Horror Story, etc.), no debe asombrarnos que los equipos de urgencias protagonistas estén integrados por personas de todo género, identidad y origen geográfico o étnico: afroamericanos, coreanos, latinos, de Oriente Medio, musulmanes, homosexuales, lesbianas, trans o personas no binarias. Naturalmente que esta composición de personajes corresponde a una voluntad deliberada de expresar diversidad y complejidad. Es, en sí misma, una declaración de principios, un programa político destinado a romper tabús y quebrar prejuicios en una sociedad donde el fascismo, llámese neo o no, tiene cada vez más protagonismo y un personaje casi inverosímil como Trump, un multimillonario machista, zafio, burdo, putero, ladrón y delincuente, ha sido presidente y, quizá, aunque esperemos que no, vuelva a serlo.
Todas estas son series sin prestigio, esas que están en las antípodas del “estilo HBO”, por fijar una expresión que todos entendemos que expresa calidad, originalidad y singularidad. Son las que rellenan muchas horas de programación en las cadenas generalistas (bueno, ahora Anatomía de Grey está en Disney) y que ven millones de personas, tanto en su primera emisión como en sus numerosísimas reposiciones. Los títulos que muchas familias en Estados Unidos, aunque no solo, ponen por la noche para disfrutar con lo de siempre, con lo que ya conocen, con personajes familiares y tramas que buscan entretener. Son series que basan toda su efectividad en una forma de narrar convencional, donde la identificación con los personajes es constante y en la que la implicación emocional y una estructura melodramática juegan un papel estructural. Por eso resulta tan relevante que utilicen su indudable capacidad de convocatoria para mostrar, a veces de un modo más burdo y a veces más complejo, los peligros del fascismo y la pérdida de derechos reales y de la convivencia que supone su triunfo. Francamente, en estos momentos, no se me ocurre mejor modo de utilizar su influencia y no puedo menos que aplaudir.