Detrás de toda gran fortuna hay un crimen escondido, dijo el escritor francés Honoré de Balzac. Es una fase conocida y muy criticada (sobre todo por los que tienen una gran fortuna) pero en mi opinión no está exenta de cierta verdad. La riqueza llega antes a los que tienen menos empatía y escrúpulos. A los que solo piensan en su propio culo. ¿Cuántos terratenientes conocemos que hayan ganado sus tierras con actos de generosidad y justicia? Pues eso...
La ética es un gran problema si tu objetivo es enriquecerte. Las luchas sociales por un mundo más justo tampoco son un buen camino para ganar dinero: si acaso hacen ganar derechos a los que peor están. Pero, ¿qué le importan a los listos los demás?
Lo que hace ganar dinero de verdad es desentenderte de los otros. Concebir la vida como una timba, un juego de mesa, una lucha sin tregua. Entender el mundo como un lugar en el que los pobres merecen su suerte porque no supieron mover sus fichas, jugar sus cartas, disimular sus faroles, pillar las trampas de los adversarios. Porque las trampas que nadie aprecia, valen. Si nadie las ve no existen y nadie puede denunciar lo que no existe.
¿Tengo yo la culpa de ser más listo que los malolientes rojeras perroflautas que me critican?, pensarán los dos comisionistas sin escrúpulos que se enriquecieron en el peor momento de la pandemia. Probablemente no se les ha ocurrido pensar que esos malolientes rojeras perroflautas no son tontos. Que lo que pasa es que, a lo mejor, solo a lo mejor, (aunque ellos lo duden porque cree el ladrón…) esos perroflautas aspiran a un mundo mejor en el que hay solidaridad y respeto por los demás. No solo gladiadores dando mamporros. Un mundo digno.
En estos términos darwinianos (la vida como lucha por la supervivencia) pensaron probablemente los dos comisionistas compradores de yates y coches. En esos términos ultraindividualistas piensan los empresarios que contaminan a escondidas o pagan miserias a sus trabajadores de países pobres para ahorrarse unos duros. En esos términos de “libertad” piensan los intermediarios que inflan los precios y ganan más, por ejemplo, que los agricultores que se rompen la espalda trabajando en el campo.
Como dice la filósofa Marina Garcés “no es lo mismo la libertad entendida como un atributo del individuo que la libertad entendida como una condición de dignidad colectiva”. La libertad individual que suele predicar la derecha (salvo, curiosamente, cuando se trata de asuntos privados: aborto, matrimonio gay, eutanasia…) tiene que ver con el sálvese-quien-pueda. El que esté abajo, ya se apañará.
¿Eran los comisionistas libres para ganar millones aprovechándose (o con la connivencia, veremos) de los gestores la Administración Pública? Pues parece que sí. Eran libres para ser unos miserables canallas, unos buitres alimentándose de la carne de los muertos. La ley se lo permitía. Pero, ¿esa libertad que algunos políticos defienden nos convierte en una sociedad más digna o en una sociedad de cabrones desalmados (perdón por la palabrota, es que no se me ocurre otra que tenga exactamente las mismas connotaciones)? Porque libertad sí, claro, pero con límites. Y los límites, como ya he dicho, los pone la dignidad.
La libertad que suelen esgrimir ciertos políticos neoliberales es la sociedad de los ruines. Una sociedad que concibe la vida como una lucha sin tregua donde unos ganan y otros pierden. Suma cero. O ganador o perdedor. (A veces tengo la sensación de que a más yate, menos corazón).
¿Saben? Yo no quiero esa libertad indigna. Que se la queden ellos. Los que se creen más listos y lo único que pasa es que no tienen la más mínima humanidad. Que me miren con superioridad si quieren.