Que la cesta de la compra está por las nubes no lo niega ni el propio Gobierno, que es especialista en disfrazar la realidad y ahumar el escenario con tal de no reconocer la situación. Pero la verdad siempre sale a la luz y por muchos CGPJ y otros debates estériles similares que nos quieran colar, la gente no está con el Ejecutivo sino con ellos mismos con tal de llegar a final de mes.
El debate que ya estaba en la calle (este sí) y que ahora ha recogido la vicepresidenta Yolanda Díaz sobre el precio de la cesta de la compra tiene, como todo, sus cosas negativas, pero también positivas.
Que tengamos que estar debatiendo sobre el encarecimiento de bienes de primera necesidad y el coste para todos es, sin duda, un drama nacional. Cuando la economía nacional ha ido bien, en tiempos de Aznar y Rajoy, las discusiones eran bien distintas, ¿se acuerdan? Sobre si estábamos roto con Europa para ser atlantistas; el concepto de España en sí mismo; la independencia de Cataluña… ¿A quién porras le importa eso en estos tiempos? Ahora estamos con las cosas del comer, literalmente. De que el Gobierno debe proteger a los productores del sector primario para que puedan sobrevivir al mismo tiempo que a los consumidores para que puedan comprar bueno, bonito y, también, barato.
Me llama la atención que haya sido la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, quien haya si la que ha tomado la postura del Gobierno frente a un ministro de Agricultura, Luis Planas, que es quien tiene las competencias y quien apenas ha abierto la boca para quejarse. ¿Quién le ha dado vela en este entierro a la ‘vice’, ella sola o con el consentimiento del presidente del Gobierno para darle foco y protagonismo en el frente podemita? Juego de tronos en mitad del desierto.
Al lado de Díaz, el inefable ministro de Consumo, Alberto Garzón, con la misma cara que las vacas tienen cuando miran pasar el tren. El mismo que hace unos meses rajaba en la prensa extranjera contra la calidad de la ganadería nacional, protegía el bienestar animal e instaba a los propietarios de explotaciones de aumentar sus terrenos y gastos en beneficio de las reses en lugar de al consumidor.
Decía antes que este debate tenía también aspectos positivos. Me explico. Este Gobierno ha pasado de proteger a los pollos a exigir, por Ley, que el precio de su carne valga un euro el kilo. Tanto da si viven en ‘cárceles’ como si le meten más hormonas que a Iván Drago. Por los menos, hemos pasado de mirar a los animales más que a las personas, es un paso.
El problema es todo lo que nos hemos comido estos últimos años. No me refiero a lo que ingerimos por la boca (los servicios veterinarios y alimentarios en España garantizan la salubridad de los alimentos), sino a lo que nos metían por los ojos y los oídos. Unos discursos apocalípticos, distópicos e irreales sobre mil cosas, desde los viajes en avión a la propia cría de los animales o los métodos de producción en el campo, que iban contra los tiempos.
Eran ellos quienes proponían volver a las granjas extensivas del siglo XVIII y a la plantación como en el Medievo, obviando los progresos técnicos y científicos que han permitido que Thomas Maltus haya pasado a la historia más como un profeta que como un erudito. Nada de fitosanitarios, piensos compuestos o ayudas al crecimiento. Dejemos que la naturaleza haga su curso.
No estoy en contra de estos métodos tradicionales, ojo, pero también hay que ser conscientes de que a más tiempo de producción y más costes sale un producto mejor, pero también más caro. ¿Por qué no cuesta lo mismo un Gran Reserva que un vino en cartón? Meta usted unas uvas en un tonel y espere un mínimo de cinco años para poder vender el producto. Y, mientras tanto, respire y coma esperando vender el producto que salga. Natural, tendrá que venderlo a un coste que cubra ese lustro que ha estado en bodega. No ocurrirá lo mismo con uno con un proceso artificial y que prácticamente se haga al momento. Los dos son vinos, totalmente aptos para el consumo, pero no me diga que son iguales. Pues con eso, todo.
Con todo esto no estoy descubriendo la pólvora, todo esto es de sentido común, creo. El problema es que durante mucho tiempo nos hemos alimentado de tonterías mil que chocaban frontalmente con un mínimo de prudencia y comprensión de la realidad. Y, ahora, todo este atracón algunos lo están arrojando a marchas forzadas mientras los demás pagamos las consecuencias.
Contra todo ello, la mejor receta es el ayuno de tonterías y una buena dosis de gestión y realidad.