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Tú dale a un mono un teclado / OPINIÓN

La moda pija de trabajar duro

16/11/2023 - 

Que todo se rige por las modas no debería sorprender a nadie. Y que las modas las dictan los ricos supongo que tampoco. Pero ser rico no es suficiente, tienen que parecerlo, y para ello utilizan estrategias que los distingan de la plebe. Por ejemplo, si durante siglos la palidez era signo de riqueza pues denotaba que no trabajabas en el campo como el resto del pueblo, a partir del siglo XX cambian las tornas y el moreno se convierte en signo de riqueza pues muestra que puedes permitirte unas vacaciones en la playa o de esquí. Una vez el rasgo distintivo se extiende aparecen los sucedáneos: los rayos uva, por ejemplo. Todo pobre puede lucir un moreno-zaplana por poco dinero y así parecer de clase alta. Y si a esto se suma un blanqueado de dientes radioactivo que realce tu moreno, pues mucho mejor.

El símbolo que durante siglos se asoció con la clase alta fue el ocio: la caza y el deporte mostraban tu estatus social. No todo el mundo tenía el tiempo y el dinero para esto. De hecho, todavía algunos cotos de caza y clubs de tenis, de golf, de hípica o náuticos cobran precios absurdos a sus socios para crear una criba social: solo los que tienen mucho dinero pueden participar, lo que permite que no se mezclen con el pueblo llano.

Muchas de las modas estéticas vienen de la necesidad de marcar la pertenencia a la clase ociosa: los denominados cómicamente fachalecos son típicos de cazadores, las americanas se crearon en el siglo XIX acortando las levitas para que los aristócratas tuviesen una chaqueta deportiva, los náuticos (como su mismo nombre indica) eran zapatos cómodos para deportes marinos y las camisas blancas se usaban en las ocasiones especiales pues muy pocos podían permitirse lavarlas y que volviesen a quedar blancas.  Incluso esa extraña moda de vestir a los niños de colegios privados con pantalones cortos tiene que ver con la estética deportiva y ociosa. Podría continuar, pero creo que la cosa ha quedado clara: los ricos quieren diferenciarse del resto. Y, por supuesto, los no-ricos quieren parecer ricos. Para eso se inventaron las tarjetas de crédito, para que cualquier ser humano pueda parecer de clase alta aunque después tenga que comer precongelados y comida basura.

Foto: HANSMARKUTT/PIXABAY

La mala noticia para la clase privilegiada es que hoy en día casi cualquier vecino puede permitirse comprar una raqueta de tenis o de pádel por 10 euros, y pagar pistas en los polideportivos del pueblo o del barrio; comprarse unos náuticos de marca china; ir a rayos uva o lavar con un buen detergente su camisa blanca. Toda esa etiqueta elitista ya no sirve del todo para diferenciarse de los pobres así que la clase pudiente ha tenido que reinventar sus símbolos.  ¿Y qué han hecho? Darle completamente la vuelta como cuando pasaron de la palidez al moreno: de ser la clase con dinero y tiempo para dedicar al ocio (viajes, tenis, barco, caza…) a ser “la España que madruga”, némesis de la pereza y cuyo ocio ya no muestra que no necesitan trabajar (como ha sido siempre) sino que es un escape porque trabajan demasiado y golpear una raqueta o manejar un barco les da una tregua. Ahora los ricos quieren parecer muy muy ocupados. Algunos multimillonarios como Elon Musk se definen a sí mismos como adictos al trabajo y afirman que ni siquiera descansan los fines de semana. Los políticos de derechas tienen en sus agendas aumentar la flexibilidad laboral para que todo el mundo pueda trabajar más días y más horas. Se ha instaurado la idea de que los que no quieren trabajar sin parar son perezosos y un lastre para el resto del país, sobre todo para los ricos que reman y reman y reman hasta la extenuación. Que si no te rompes la espalda trabajando, pues no te quejes si apenas tienes para comer.

Resumiendo, de nuevo esa idea de que la culpa de los bajos salarios y la precariedad es nuestra. ¿De qué te quejas si te dejan descansar los domingos? Eres un vago, un holgazán que vive de los impuestos de los ricos que lo son porque trabajan muchas horas, no porque hayan heredado casas, dinero y enchufes.

Esta moderna obsesión por el trabajo duro instaurada entre la derecha convierte a los ociosos o poco ambiciosos (forma de vida que ellos reivindicaron durante siglos como muestra de estatus) en perezosos. Y de paso les permite seguir creyendo en la meritocracia: seguir creyendo que todo lo que han heredado se lo han ganado con esfuerzo. Porque hay una parte de vergüenza (interiorizada) en mucha gente de la clase alta que no admite que lo ha tenido más fácil; que el juego de la meritocracia está amañado porque unos nacen con piso en el centro, carné de socio del club de tenis, máster en Oxford y enchufe en la empresa de Fulanito. Y otros nacen de alquiler, con ropa de Cáritas y sin comer apenas verduras porque están demasiado caras.

¡Este artículo seguro que lo ha escrito un vago que no quiere trabajar!, dirán estos ricos modernos obsesionados con las horas extras. ¡Los pobres tienen lo que se merecen porque son unos holgazanes!

Claro, claro, porque seguro que si a un niño pobre le pagas estudios en el extranjero y le das un coche y una casa y amigos en el club de golf seguirá en la pobreza. ¡Lo tiene escrito en los genes de pobre maloliente y haragán!

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