Desde el origen del propio Estatuto de los Trabajadores, allá por los años 80 del siglo pasado ya, e incluso antes, se viene reproduciendo una vieja batalla: temporalidad versus fijeza. Esta batalla, dentro de la “guerra de las relaciones laborales”, siempre suele verse de la misma manera: temporalidad versus fijeza equivale a precariedad versus estabilidad, a progreso social contra retraso, a izquierda frente a derecha, etcétera. Casi siempre dos polos, por supuesto opuestos, porque en este país somos duales y no muy dados a atender a los matices, por cierto, tan ricos y necesarios.
Y vistas así las cosas, sin grises ni matices, si a cualquier conciudadano le preguntáramos: “¿qué prefiere, que la gente tenga contratos fijos, una estabilidad profesional y un salario digno, o que deambule de cualquier manera por la vida, a caballo entre las prestaciones públicas y trabajos temporales mal remunerados?”, es imposible que nadie diga que prefiere lo segundo a lo primero.
Con esto ya estaría aclarado que realmente el blanco o negro, rojo o azul, son soluciones muy simplistas para problemas profundos esto va muy de demagogia. Porque las soluciones de siempre no sirven para los problemas de siempre.
Es cierto que España es, con diferencia, el país con la tasa más alta de temporalidad de la Unión Europea. Al cierre de 2020, nuestra tasa de temporalidad se situaba en un 24,7%, 11,1 puntos por encima de la media de los veintisiete, que se situaba en el 13,6%. Y esta diferencia es la tónica en los últimos años, no es un efecto pandemia. Para no mentir, Montenegro tiene una tasa de temporalidad más alta, pero este dato es de plena pandemia.
Además, en nuestro caso, no solo la tasa de temporalidad es muy elevada, sino que los contratos temporales utilizados son de escasa duración. Por tanto, nuestro mercado de trabajo no es, desde luego, de una gran estabilidad. En esto creo que debemos estar de acuerdo.
Ante lo de siempre, ¿cuál es la solución?; ¿por dónde parece que pueden ir los tiros en la posible reforma laboral en materia de contratación laboral?; ¿se van a solucionar nuestros problemas?
El Gobierno tiene como objetivo reducir la temporalidad por debajo del 15%, cifrando este porcentaje como un límite por arriba. Y para ello pretende reducir los contratos temporales a la mínima expresión, reordenando las distintas modalidades de contratación temporal, con el objetivo -loable- de incrementar la contratación indefinida, bien fomentando la misma o bien haciendo enormemente difícil el contrato temporal, o ambas.
Vaya por delante que la pretendida reforma laboral, en este tema de la contratación, ya ha contado con la negativa rotunda de la patronal, a quien le da vértigo estas limitaciones a la temporalidad, sobre todo si no implican al mismo tiempo reformas de calado en otros aspectos.
Porque la temporalidad debe siempre verse acompañada de numerosos instrumentos: flexibilidad durante la relación laboral para adaptarse y readaptarse continuamente a los cambios, y también flexibilidad de salida, puesto que las tres grandes patas de la relación laboral son la entrada, el durante en la vida del contrato y el final o la extinción del mismo.
Incluso hay que ir mucho más allá y no quedarse solo en estas tres cuestiones, hay más: ¿qué va a pasar con los convenios, se va a volver a la prevalencia del convenio de sector sobre el de empresa?, ¿qué va a pasar con la ultraactividad de los convenios?, ¿y con la subcontratación?
Siempre nos quedamos en lo mismo, pero seguramente lo que hace falta es una profunda y verdadera reestructuración industrial, necesidad de la que se viene hablando en este país, por cierto, desde hace al menos cincuenta años. No es solución mirar siempre hacia el mismo lado, que es lo más sencillo.
Teniendo en cuenta que cuando estas líneas vean la luz tal vez ya estén obsoletas, lo que sí tendría un efecto atemporal positivo sería dedicar nuestros esfuerzos a construir un país productivo, con una industria puntera, avanzada. Seguro que al empresario no le dará vértigo contratar y tampoco hacerlo de forma indefinida, pero es nuestra propia economía la que nos lastra a andar siempre parcheando con las cuestiones estrella de las reformas laborales.
Santiago Blanes Mompó es abbogado y socio del Área Laboral de Tomarial