El interés por las criptomonedas no ha dejado de crecer durante la última década, mientras la guerra de Ucrania -y el temor a la inflación -han vuelto a ponerlas en el foco como posible activo de refugio. Si investigamos sus orígenes, llama la atención que el creador del Bitcoin no pudo estar más acertado en el momento del lanzamiento. Fue en 2008, cuando estallo la última crisis financiera. Tal vez fuera casualidad pero acabó ofreciendo una opción más para ahorradores e inversores asustados y preocupados para huir del sistema tradicional. De alguna manera podemos resumir que su éxito no solo se deba a la revolución digital sino también es fruto de aparecer en un momento oportunista, cuando una parte de la sociedad se vio angustiada por encontrar alternativas para protegerse ante represiones, hiperinflación o deuda estatal creciente.
Si tenemos en cuenta la evolución del precio en los últimos 10 años, se puede entender que para las generaciones más jóvenes poseer criptomonedas se ha convertido en algo como 'estatus social'. A nadie le gusta escuchar que le tachen de anticuado por no ir con los tiempos cuando a los demás aparentemente les ha ido tan bien. Lo bueno que nos ha traído la tecnología blockchain -sobre la que se basan las criptodivisas- es la innovación. Ofrece un nivel de protección jamás visto hasta la fecha en el procesamiento y almacenamiento de datos en todo tipo de operaciones financieras. Sin duda, algo maravilloso.
Ahora bien, una de las facetas más débiles es la escasa sostenibilidad que ofrecen las criptomonedas. Desde el desconocimiento pensamos todos que es un activo limpio por ser digital. Lo cierto es que los recursos energéticos que demanda el minado de estos activos digitales son de importante intensidad. Y la digitalización no garantiza la supervivencia si no logra alinearse con la sostenibilidad.
Evidenciamos como principales obstáculos a enfrentar y superar: la reducción significativa del alto consumo energético y la mejora sobre el impacto social. Esto último coincide con un caso reciente, donde se produjeron movilizaciones callejeras masivas por desviar recursos energéticos hacia un centro gigantesco de minado en uno de los países pioneros en esta actividad. Como bien dice el dicho "no es oro todo lo que reluce".
Otro factor que podría traer inestabilidad es la regulación financiera. El sistema actual ofrece demasiadas lagunas legales que molestan a gobiernos, reguladores y al sector financiero tradicional que, no sin razón, se siente en desventaja competitiva al tener que cumplir con reglas mucho más exigentes. En este sentido, los bancos centrales desde hace tiempo están considerando lanzar sus propias monedas digitales. Entendemos que estarán adaptadas a la regulación, y tendrán también el reto de ofrecer mayor alineación con la sostenibilidad. No sabemos lo que finalmente se dará, pero el vacío legal actual es un problema que se pretende resolver lo antes posible, ya que es un factor de incertidumbre añadido cuando se trata de valorar la seguridad o protección que ofrecen criptomonedas en entornos económicos desafiantes.
Como método de pago, la evolución ha sido más bien discreta aunque es cierto que ya existen iniciativas en algunas partes del mundo donde la introducción como método de pago reconocido y alternativo a los métodos habituales está culminada. Por tanto, no hablamos de una irrupción sin precedentes en este aspecto.
La resistencia a la que se ha enfrentado tiene probablemente su origen en la falta de seguridad legal y el vacío regulatorio. Un alto reconocimiento como método de pago ayudaría al menos justificar parcialmente el valor real que puede tener una moneda digital en una plataforma de intercambio. Sin este reconocimiento generalizado va a ser difícil quitarle la etiqueta de 'valor especulativo'.
Como bien se puede constatar, la falta de criterios de evaluación real es lo que convierte al activo en una caja de sorpresas poco adecuada para calificarlo como activo de refugio de cierta garantía. Los activos reales al menos participan en un proyecto empresarial con una actividad económica concreta o invierten en un objeto que se puede tocar físicamente. En cambio, en criptomonedas la falta de referencia que justifica al menos parcialmente el valor de intercambio en cada momento hace que toda la euforia creada alrededor tenga más parecido a la misma por la demanda de tulipanes en el año 1630, uno de los ejemplos más antiguos conocidos para explicar el funcionamiento de las burbujas. No es un buen criterio invertir solo porque un valor sube constantemente de precio o por seguir a las masas. Puede funcionar bien un tiempo, pero es evidente que le falta respaldo de un activo real, por lo que equivale a navegar en aguas inestables.
Christian Dürr es socio director de ETICA Patrimonios EAF