Carlos Mazón y Vicente Barrera, abocados a asumir las posiciones de sus direcciones nacionales pese a tratar de mantener el Consell; el PPCV pasa a centrarse en la ventana de oportunidad de desmarcarse de Vox y salir reforzado
VALÈNCIA. No era, ni mucho menos, el escenario deseable. Ni para Carlos Mazón ni para Vicente Barrera. La sintonía entre presidente y vicepresidente de la Generalitat a lo largo de su primer y último año de legislatura juntos seguramente haya evitado muchos choques dentro del Ejecutivo autonómico. Ambos líderes querían estabilidad. Es cierto que Vox ha resultado molesto para el PP desde un inicio. Que las afirmaciones de los consellers en algunas cuestiones más ideológicas o en los asuntos que más los separaban de los populares no beneficiaban en absoluto a estos últimos. Que había picos de tensión y los iba a haber más. Pero los dos se veían capaces de agotar la legislatura sin romper. Si por ellos hubiera sido, claro.
El problema es que sus respectivos líderes nacionales no lo veían así. El primero, Santiago Abascal, quien no ha dudado en romper en los cinco territorios en los que gobierna con el PP porque éste se ha mostrado dispuesto a acoger menores migrantes no acompañados y por sus acuerdos puntuales con el PSOE a nivel nacional. El desconcierto y el cabreo de la mayoría de los cargos voxistas en la Comunitat es notorio. El propio Barrera fue uno de los que más mostró su discrepancia durante el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) celebrado este jueves.
El encuentro, que se alargó durante tres horas frente a la hora y media prevista inicialmente, finalizó con una comparecencia pública de Abascal en la que uno de los asuntos más comentados, además de la decisión final, era la cara del propio Barrera. El hasta ahora vicepresidente del Consell no es alguien que oculte demasiado sus emociones y el gesto de enfado era indisimulado.
Barrera, cabe recordar, fue uno de los fichajes sorpresa de Vox para la Generalitat. Muchos daban por hecho que, inicialmente, el vicepresidente del Consell sería el actual diputado nacional Carlos Flores Juberías, pero el PP lo puso como línea roja para alcanzar un pacto. Fue Barrera el que acabó ahí.
El ya excargo público de Vox es una persona de partido y como tal ha mantenido la lealtad. Lo había asegurado. Lo que no quita que haya acabado arrastrado, muy a su pesar, por una estrategia nacional que no comparte y que supone sacrificar todos los gobiernos autonómicos y los cargos que los componen.
El papel del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, no está desde luego al nivel del de Abascal, pero también ha resultado importante. En ningún momento ha considerado necesaria la interlocución con Vox ni la modulación de sus declaraciones públicas. Para muchos, el dirigente popular quería provocar la ruptura. De ahí la posición final del partido respecto al acogimiento de menores.
A Feijóo le ha costado digerir los pactos con los voxistas en los territorios. Recordado es el enfado de algunos miembros de la dirección nacional del partido cuando Mazón selló el suyo con ellos con tanta rapidez. En Génova hay quien sigue pensando que los acuerdos con Vox fueron los causantes del resultado de las elecciones generales posteriores, en las que Feijóo no pudo ser presidente. El asunto parecía superado con el paso de los meses. Pero no.
Ante este escenario indeseado, el PPCV que abogaba por la estabilidad en el Consell está abocado a asumir la nueva estrategia y a centrarse en la ventana de oportunidad que cree que se le abre: la de un gobierno en solitario con apoyos externos en Les Corts para salvar la legislatura y salir reforzado. La situación no piensan que les vaya a penalizar electoralmente, aunque complique la gestión. A partir de ahora, ya no hay pacto con un Vox dividido y dejan a la izquierda descolocada en el discurso basado en el ataque por la dependencia de la ultraderecha.