La fotógrafa abre por primera vez las puertas de su “cuarto oscuro” para presentarnos una selección muy íntima de toda su obra, desde los primeros trabajos sobre las bambalinas del circo y el boxeo hasta los más recientes y todavía inconclusos, centrados en temas como la catarsis en el mundo fallero y la transexualidad.
VALÈNCIA. No es una retrospectiva y tampoco es necesariamente una selección de sus “mejores trabajos”, ni tan siquiera de aquellos a los que más salida comercial se les presupone. La exposición de fotografías que inauguró el pasado jueves Laura Silleras en la Lanevera Gallery (Puerto Rico, 46) es, sobre todo, una selección muy personal de obras que la artista valenciana presenta de una forma singular y enigmática, sin atender a ningún ordenamiento cronológico, geográfico, temático o formal. Es, como ella misma dice, “un experimento creativo” en el que el propio proceso de (auto)comisariado cobra mucho protagonismo.
Antes de franquear la entrada a la exposición que ocupa la segunda planta de este local del barrio de Ruzafa, el espectador ha de pasar por un vestíbulo bañado en la luz roja característica de los cuartos oscuros de revelado, que al mismo tiempo se asocia inconscientemente con la atmósfera libidinosa de los antros y los burdeles. El santuario de intimidad y soledad del fotógrafo analógico es también un receptáculo de secretos.
Envueltos todavía en esta semioscuridad, descubrimos una vitrina que contiene “amuletos” y objetos personales que pertenecen a la esfera más íntima de Silleras: una serpiente de madera, un tirachinas, unas cartas del Tarot… Es quizás la manera que tiene de decirnos que las fotografías que vamos a ver a continuación encierran un significado especial para ella. Un misterio que no se descifra en ningún momento, ni falta que hace. El juego de Dark Room -así se llama esta exposición- reside precisamente en dejar que el espectador imagine, invente y construya sus propias teorías sobre la relación que podría conectar a unas imágenes con otras. Un juego sin respuestas incorrectas.
Entramos en la exposición. El espacio está presidido por el retrato de gran formato de una bellea que ha sido inmortalizada en uno de los escasos instantes en los que las “reinas” bajan la guardia y descongelan su sonrisa perfecta, manufacturada por la coquetería y el sentido del deber. Alrededor, varias agrupaciones de fotografías en las que conviven obras antiguas y nuevas, retratos e instantáneas, personajes anónimos y conocidos (sobre todo músicos, como Dr John, Reverend Beat-Man, Mulatu Astake o Pelle Almqvist de The Hives). En otra de las paredes de la sala, Laura ha reunido algunas de sus fotografías intervenidas por el pintor, dibujante y grabador madrileño y residente en México Toño Camuñas.
Escenas de muy aquí (del barrio de El Cabanyal, por ejemplo) y de muy allá (Estados Unidos, México, Berlín). Diversidad de cuerpos, de clases sociales, de formas de estar en el mundo. Son, en su inmensa mayoría, seres humanos que miran a la cámara llenos de dignidad. Todos tienen algo que contar, y Silleras ha buscado el modo de subrayar la potencia de sus rasgos psicológicos, con total independencia de lo cerca o lo lejos que estén sus cuerpos de los cánones sociales de la belleza normativa.
“Esta es la primera exposición en la que abro las puertas de mi cuarto oscuro. Es decir, esta exposición habla de mis gustos personales, mis memorias. Cada una de estas fotos guarda emociones muy intensas”. “He querido romper las reglas de lo que se supone que se tiene que hacer una exposición dentro del mainstream -añade la fotógrafa-. He querido hacer lo que me ha dado la gana; un ejercicio de libertad creativa, libre de la presión de tener que cumplir ninguna expectativa; libre de discursos teóricos, que creo que muchas veces solo sirven para confundir. Esto no significa que no me interese presentar mis trabajos en entornos más oficiales; hay proyectos que reclaman espacios institucionales desde los que se puede llegar a una mayor amplitud de público. Por ejemplo, el proyecto en el que estoy trabajando ahora mismo sobre hombres trans necesita la máxima visibilización, porque esa es la manera que tiene la fotografía de contribuir a la normalización social de este colectivo. Cuando la gente se acostumbra a ver las cosas, tiende a discriminar menos”.
“Básicamente, en Dark Room he juntado unas fotos con otras, a ver lo que salía. Me he sentado mucho tiempo en el sofá de la sala para probar múltiples colocaciones hasta llegar a algo que me funcionase. La idea es que el espectador participe activamente en la exposición, metiéndose dentro de ella, en lugar de limitarse a pasear y mirar de forma pasiva. Me interesan las sensaciones que generan las fotografías en cada persona. Esa es, para mí, la verdadera función del arte”.
Las obras incluidas en la exposición pertenecen a distintas etapas de la trayectoria de Silleras: desde las primeras series en blanco y negro, centradas en el mundo del circo y el boxeo, hasta las más recientes, como el trabajo sobre la catarsis que está desarrollando partiendo de la representación del mundo fallero. También hay obras extraídas de su serie sobre los chimuelos (hombres desdentados) que conoció durante el tiempo que Silleras vivió en Veracruz (México), así como de la que dedicó a su barrio natal, El Cabanyal. Ese trabajo, titulado “-Quisiera que siempre fuera así-, dijo él. -Siempre es sólo un momento-, respondió ella.”, acabó tomando forma de libro y exposición tras la concesión de la beca Fragments de la Unió de Periodistes Valencians en 2019.
“No me importa enseñar mis primeros trabajos, porque son parte del camino que me ha llevado hasta donde estoy -apunta-. Todo fotógrafo pertenece a una familia fotográfica. Cuando empecé, me fijaba sobre todo en Larry Fink, Diane Arbus, Roger Ballen y Alberto García-Alix. Al final, con constancia y mucha determinación, llega un punto en el que encuentras tu propio ojo. He pasado por muchas etapas hasta lograrlo y hoy puedo estar satisfecha de haber encontrado mi propia mirada”.
Para su maduración como artista fue clave alejarse de España para viajar y aprender a buscarse las castañas, a menudo en soledad. Sus procesos creativos se cuecen con paciencia; la fase de aproximación y documentación previa puede prolongarse durante años. “Dependiendo del tema del que se trate, necesitas saber antes de lo que hablas. Yo busco temas sobre los que quiero aprender, experimentar o apoyar. Ahora estoy trabajando también en un proyecto sobre los animales en entornos rurales y la relación con de estos con los humanos. “Después de un año entero yendo sin cámara a conocer al dueño de una rehala de 35 perros, es cuando voy a empezar a irme de caza con él.” Yo soy precisamente muy animalista, y sin embargo durante este proceso he entendido muchas cosas. En términos generales, para poder meterte en determinados círculos tienes que prepararte antes: escuchar, leer y comprender. Tienes que averiguar qué es lo que quieres contar. Si no eres honesta, te van a pillar y no vas a tener posibilidad de hacer el trabajo. “Al final generas vínculos personales que en muchos casos se mantienen a lo largo del tiempo”.
“En la época de las series sobre el circo y el boxeo, yo estaba entrenando para aprender a meterme en entornos donde no es fácil acceder. Básicamente para perder el miedo, que es uno de los mayores enemigos de los fotógrafos documentales. “En lugar de quedarme en España y acabar trabajando como asistente de otro, preferí lanzarme a la aventura, buscar mi propio camino, sabiendo que para llegar a tener mi propia visión, era necesario estar a la intemperie y superar obstáculos”.
Después de entregarse durante años al blanco y negro, Silleras dio el salto al color. Su estilo, siempre encuadrado dentro del ensayo documental (que se distingue de la fotografía documental y el fotoperiodismo en el hecho de que parte de una tesis personal) ha ido consolidándose hasta ser muy reconocible. “Me gusta mezclar el retrato con las instantáneas; es decir, las fotos que disparo casi sin pensar, por pura intuición. Por otra parte, en mis obras es frecuente encontrar fotos con varias capas. Por ejemplo, con una persona desenfocada en primer término, y en la que ocurran cosas diferentes en medio y detrás -explica-. Huyo de los decorados impostados. A mí me gusta jugar con los escenarios que tengo y llegar a un resultado sin llegar a “producirlo”. En general me gusta pillar a las personas en momentos en los que está más presente el inconsciente, como ocurre en esta gran foto de la fallera con el ojo cerrado que hay en la exposición. No me estoy riendo de ella; ese retrato tenía como objetivo capturar esa parte de la persona que solo aparece durante unas décimas de segundo. En realidad, estoy trabajando con el mundo de las falleras como podría haber sido el de los carnavales o cualquier otra fiesta popular. La idea de fondo es investigar sobre la catarsis, sobre qué le pasa a la gente cuando siente que tiene licencia por unos días para dejarse “dejar sus instintos y emociones fluir”.
Durante el periodo de la exposición -hasta el 7 de enero-, todas las obras de Laura Silleras están a la venta a un precio notablemente más asequible del habitual, de entre 100 y 200 euros de media, dependiendo del formato. Toda la recaudación va destinada a financiar los proyectos en los que está trabajando en estos momentos la fotógrafa valenciana. Además, para acompañar la muestra, Lanevera ha producido una serie de serigrafías en cuatricromía de una de las fotos expuestas.