Durante los últimos veinte años he sido en época estival un asiduo al Monasterio de la Valldigna, uno de los escenarios más bellos y únicos de la Comunitat Valenciana, establecido en un enclave único -cuentan que lo escogió Jaume II- y con una leyenda negra fantástica y turbulenta a más no poder.
El Monasterio, ubicado en Simat de la Valldigna, era y es la excusa perfecta para una o dos y hasta tres visitas anuales. En primer lugar por su belleza y grandiosidad, y en segundo porque su recuperación con fondos europeos y de la propia Generalitat desde la nada, permitía conocer de qué forma el monasterio expoliado y desamortizado hasta que el gobierno socialista de los ochenta lo compró ya casi abandonado a su suerte, iba cambiando de fisonomía.
Llevo un par de años sin ir a él. Porque ese avance de restitución se ha ido abandonando, desgraciadamente desde 2017. Pues no queda por excavar arqueológicamente y existen generaciones de arqueólogos deseosas de hacerlo.
El patrimonio histórico-artístico no vende políticamente. Este es sólo un ejemplo. No existen políticas claras ni planes duraderos. Invertir en la recuperación del Patrimonio es un lastre, piensan ahora los progres finos de foto fácil. Ellos están por los festivales de verano o por los bolos y las conferencias de complacencia.
Al igual que se dejó morir la puesta en valor del teatro romano de Sagunt y todo su entorno histórico, que apenas les vale para capear un festival con poca coherencia pero no para poner en valor un escenario que debería de tener vida todo el año -¿qué fue del museo arqueológico que debía de estar ubicado en él para exhibir los restos romanos hallados durante las excavaciones antes de su rehabilitación y ya no sé dónde estarán?- algo parecido le ha sucedido a la Valldigna. Son decisiones políticas que se toman por cuestiones meramente pasajeras o fruto de la ignorancia, o el desconocimiento global. Como esto lo quisieron recuperar gobiernos anteriores, no va con nosotros, piensan Y se quedan tan anchos/as. Dejan las cosas a medias.
A mí eso de la Valldigna que gobiernos del PP nos quisieron vender como centro espiritual de los valencianos, y así figura en el Estatuto de Autonomía, no me pone lo más mínimo. No va conmigo. Mi reserva espiritual es otra. Como tampoco va en el paquete el rollo aquel de regalar premios millonarios y montar saraos para mayor gloria de Zaplana/Camps. Lo que sí me preocupa es que tengamos y hayamos invertido millones de euros en ir recuperando poco a poco un espacio monumental que cuando se visita por primera vez abrumaba y que de un gobierno a otro pase al olvido por cuestiones ideológicas y absurdas fuera de la lógica. Todo es consecuencia de esa política de corto recorrido a la que nos hemos acostumbrado: sin objetivos, rumbo, planes, ambiciones. No importa el patrimonio artístico sino el quién o quién lo hizo o apostó por él.
Lo grave es que salió de sus cenizas y expolio gracias a un gobierno socialista y el mismo gobierno parece que ha perdido la sensibilidad en su puesta en valor o perseverancia para una comarca que generaría visitas interminables.
Esto del patrimonio histórico o civil, aunque sea del propio gobierno que continúa convertido en una SL inmobiliaria para colocar más funcionarios -ahora están “limpiando” de familiares el Palau de Les Arts- es como un queso. Sirve de aperitivo, aunque los franceses lo sirvan como postre.
Siempre recordaré una mañana dominical de visita al Palacio de Berbedel/Marqués de Campo/Museo de la Ciudad, muy poco promocionado por cierto por el Ayuntamiento de Ribó que está sólo a lo de la bici, y auténtica maravilla, cuando un pareja le dijo al conserje a su salida que si un espacio como este estuviera en Madrid habría colas para visitarlo. Pues allí que no va nadie. Aquí les pone más los refugios antiaéreos, pero no todo el patrimonio que sí vale para poner en valor la historia de una ciudad.
Si somos incapaces de velar restos arqueológicos e históricos hallados durante la remodelación de la Plaza de la Reina o de esa pequeña plaza junto a Las Corts que se taparon y ahí están porque se abandonó su recuperación, qué podemos esperar de la Valldigna como “espacio espiritual de los valencianos”. La nada.
Es una lástima. No sabemos poner en valor la historia ni sacar partido de un patrimonio poderosísimo desde todas las perspectivas por una cuestión política o por ausencia de financiación. Preferimos gastar en campañas publicitarias absurdas o pasajeras y en “fiestuquis” de lucimiento político más que en poner en valor lo que nos acompaña, lo único que quedará para futuras generaciones. Pero eso sí, viajaremos a ver ruinas a miles de kilómetros como síntoma de esnobismo.
Animo a ir al Monasterio de la Valldigna. Les devolverá a otros siglos y de paso podrán comprobar lo que somos capaces de dejar en el olvido o al menos de no ir atendiendo poco a poco, paso a paso, año tras año sin prisas, pero sin pausa. Debía de ser nuestro legado generacional. La política cultural no son sólo gestos sino más bien ideas e inversiones que perduren en el tiempo. Lo demás es culturilla.