23/10/2022 -La celebración del XX Congreso del Partido Comunista, que arrancó el pasado 16 de octubre, ha despertado unas expectativas inusitadas. Se trata de una cita determinante que va a marcar no solo el destino de China en los próximos años si no, probablemente, también del mundo. Estamos viviendo lo que tiendo a calificar como uno de los momentos decisivos de la historia. Estos fenómenos se caracterizan por el cambio transformador respecto de lo que hubiese antes. En este sentido, estamos pasando de un mundo (sobre todo tras el colapso del sistema comunista a finales de los 80) en el que Occidente, liderado por los Estados Unidos, ha sigo hegemónico a otro mundo en el que nuevos protagonistas pugnan por situarse en una posición de ventaja e incluso desafiar el statu quo y los privilegios existentes. Y esto solo se puede hacer mediante un despliegue exitoso de poder y potencia y mediante el ofrecimiento de una nueva constelación de valores (aquí me estoy poniendo algo chino con el recurso a expresiones evocadoras) que pueda resultar atractiva. Y es precisamente esto lo que está haciendo la China liderada por el presidente Xi Jinping.
En general, los congresos del Partido Comunista son relevantes. Se trata de rituales coreografiados al milímetro que tienen lugar cada cinco años juntando a aproximadamente 2.300 delegados que jamás manifiestan su desacuerdo en lo más mínimo. Y esto es así porque la mayoría de los temas han sido cocinados con anterioridad. Además, su desarrollo se caracteriza por la falta de declaraciones a la prensa y por celebrarse básicamente a puerta cerrada. Los congresos son muy útiles para revelar cuáles van a ser las directrices y objetivos del gobierno chino para los años posteriores a su celebración. Este XX Congreso que ha tenido lugar estos días es, sin embargo, especial, ya que estamos en un momento crucial caracterizado por la consolidación del poder interno del presidente Xi Jinping, la gestión de la covid, una desaceleración económica evidente y mayores tensiones internacionales. Comenzó el domingo pasado con el discurso del Presidente Xi que además de recapitular sus logros durante esto últimos 10 años que ha dirigido China, explicó cuáles van a ser las líneas maestras de la política del país hasta 2049, año del centenario del nacimiento de la República Popular China. Y habrá concluido con la configuración de un nuevo Politburó (de 25 miembros) así como del Comité Permanente, compuesto por las siete personas políticamente más importantes de China en la cúspide de la pirámide. Se anunciará igualmente la composición de la Secretaría General del partido así como la nueva Comisión Militar Central, que dirige el Ejército de Liberación Popular y que previsiblemente volverá a esta presidida por el Xi Jinping.
Curiosamente, y a pesar del interés que tiene lo que salga de este XX Congreso, lamentablemente en el momento que escribo este artículo no tenemos todavía nada en firme ni claro. Aunque algunas conclusiones reveladoras se pueden hacer.
En primer lugar, se puede adelantar que la entronización de Xi Jinping como líder supremo con esa renovación por tercera vez de su mandato y que lo convierte prácticamente en un presidente vitalicio, va a permear en todos los órganos de poder de la política china que van a estar compuestos de afines y de gente a su imagen y semejanza. Cualquier disidencia será silenciada, cualquier crítica será aplastada. En este sentido resulta más que ilustrativo el incidente que captaron los medios chinos hace escasamente un día.
Así el expresidente chino Hu Jintao (entre 2003 y 2023 en el poder) parece que fue escoltado fuera del Palacio del Pueblo (que ha sido el lugar de la celebración de la clausura del Congreso) en lo que claramente es una purga con escarnio público del antiguo dirigente e implica la más que posible purga política de la facción desarrollista que personifica el ex-presidente chino. En efecto, las cámaras captaron como unos bedeles se aproximaron a Hu, sentado a la izquierda de Xi Jinping, y le obligaron a levantarse y le expulsaron del recinto. El veterano dirigente pareció resistirse verbalmente con escaso éxito. Mientras tanto Xi permaneció con la mirada en el infinito aparentemente ajeno a lo que estaba sucediendo.
Esta escena también anticipa que no parece que ninguno de los dirigentes clásicos, como el primer ministro Li Keqiang, que en su día estaban en las quinielas para remplazar a Xi, vaya a seguir en puestos relevantes de las instituciones y del Partido. Por lo tanto, esta concentración de poder en Xi Jinping ya es un hecho y a Xi no le va a temblar la mano en su ejercicio. Por lo que la impronta del presidente Xi Jinping se va a notar de forma aún más determinante en cualquier de las políticas chinas que se desarrollen en los próximos años y sobre los más diversos temas. Esta circunstancia ha levantado suspicacias y preocupación ya que puede hacer que tome medidas muy personalistas e incluso extremas.
En segundo lugar, ¿cómo se manifiesta precisamente la voluntad de Xi en las siguientes cuestiones relevantes? Por lo que respecta a la pandemia, ya se ha aclarado que se va a continuar con la política de Covid-0 independientemente del impacto negativo que está teniendo no solo en la economía china si no, lo que es peor, en la vida de muchos ciudadanos chinos que ven como sus derechos personales han sido literalmente laminados y vulnerados (familias separadas, trabas a la circulación, trazabilidad social permanente). Como ya he explicado en esta columna, esta política ha provocado tal descontento que se ha llegado a poner en tela de juicio el pacto social que existe en China (“Usted me permite prosperar en lo económico y yo le dejo gobernar”). Además, la política de Covid-0 contribuye de forma deliberada a incrementar el aislamiento de China respecto del resto de mundo e incrementa el control social interno que es una de las grandes obsesiones de los actuales dirigentes chinos.
Adicionalmente, o quizás por todo ello, constituye una de las apuestas políticas más personales del presidente Xi Jinping y ha manifestado repetidamente su convencimiento de que es beneficiosa para China y que ha resultado exitosa. Por otro lado, también ha habido más que pistas sobre la política exterior de China y sobre todo en el posicionamiento de China respecto de Taiwán. Se han acabado las ambigüedades. Se ha puesto fecha negro sobre blanco en el año en el que Taiwán tendrá que integrarse en China produciéndose la ansiada reunificación. Será en el 2049, para la celebración del centenario de la República Popular China. Por lo tanto, a pesar de que ninguna cancillería seria había obviado esta realidad (empezando por el Departamento de Estado de los Estados Unidos), la voluntad de China es ya política oficial y hay un calendario para que se consiga. Esto obligará a una mayor asertividad de China en el asunto y a realizar acciones claramente tendentes a conseguir este fin. También ha habido un mensaje inequívoco respecto a la corrupción administrativa y cómo va a ser objeto de una represión implacable.
En ese sentido, la implementación de estas políticas también ha permitido en el pasado poder acabar con cualquier tipo de oposición al presidente Xí. Por ello, es más que previsible que (como ha sucedido con Hu Jintao) las purgas políticas continúen. Finalmente, curiosamente, sobre la guerra de Ucrania no se ha hecho referencia alguna y se desconoce si China va a cambiar de posicionamiento. Creo que Xi se reserva esa carta pero en todo caso no es previsible que, dada la naturaleza abiertamente contraria a Occidente de su política, adopte medidas que puedan ayudar a Ucrania en esta guerra de invasión terrible.
Pero en tercer lugar y más allá de los temas y políticas concretas mencionados antes, en cuanto a cuestiones de fondo, estamos ante un cambio profundo del rumbo del Imperio de Centro. Se ha superado, de alguna forma y al menos en la fachada del Pacífico de China, los objetivos que se fijaron los dirigentes chinos hace ya diez años: alcanzar en 2020 una sociedad “moderadamente próspera” (siempre conceptos evocadores en este caso rescatados de la gran poesía china del año quinientos antes de Cristo). Y los resultados están ahí: se ha ampliado colosalmente la base de clase media del país y se ha reducido la pobreza estructural. Es cierto que también se han instalado desigualdades graves. Pero el mensaje indiscutido que resulta de este XX Congreso del Partido Comunista, es que, a partir de ahora, si bien el objetivo del desarrollo seguirá siendo relevante, va a ser sustituido por el de la seguridad nacional tanto en el ámbito interno mediante el incremento de mecanismo de control social y en el ámbito externo a través de determinadas acciones más asertivas como una posible reunificación de Taiwán en la agenda.
Todo esto impregnado de un profundo nacionalismo. De esta forma, la legitimidad del Partido Comunista chino se deslizará a este nuevo concepto de seguridad para poder seguir gestionando los destinos de China sin tener que responder cómo ha hecho hasta ahora. Y es evidente que retos como la grave crisis demográfica que va a afectar al país, la factura de una contaminación criminal para que China fuese la fábrica del mundo durante años, el paro juvenil que es cercano al 20%, la bomba de relojería que supone su burbuja inmobiliaria fuera de contraol e incluso las dificultades y puesta en cuestión (“trampa de la deuda o debt trap”) que está experimentando su política exterior estrella, la famosa ruta de la seda, requerirán que sean gestionados sin oposición alguna por parte de las autoridades chinas.